EL VENCEDOR.
El caballo está nervioso, el noble bruto patea
el suelo y agita las crines como si presintiera que pronto se posarán sobre él
miles de ojos. Su dueño, Mohamed Ben Nazar, también está inquieto, pero había
llegado el momento, así que se acomoda
el largo manto, palmea a su caballo para infundirle seguridad y se vuelve en la
silla de montar para contemplar a sus hombres. Cientos de rostros curtidos PERO
alegres lo contemplan. Rostros de hombres que lo habían seguido a la batalla y a
la matanza y que hoy, Dios así lo había
dispuesto, le seguirían a la gloria.
Hassam, el capitán de su guardia, se le acerca. Hassam está pálido,
tiene miedo y está bien que lo tenga,
pues es el responsable de la seguridad de su señor.
-Señor,- suplica Hassam,-no marchéis en cabeza, dejad que
mis hombres os rodeen.
Mohamed ben Nazar sopesa, una vez más, el consejo de su
hombre de confianza, se acaricia la cuidada y roja barba y palmea una vez más el
cuello de su montura que, como uniéndose a la súplica de Hassam, agita de nuevo
las crines y provoca al día con un fuerte relincho.
-¡No! marcharé en cabeza, seré el primero en entrar en la
ciudad. El pueblo, mi pueblo, tiene que verme bien, quiere estar cerca de mí.
En ese momento, chirriantes y lentos, se abren los pesados portones que cierran la puerta de Elvira y
cientos de ciudadanos atraviesan el arco y se empujan en su frenesí por lograr
un buen sitio, un sitio desde el que aclamar a su nuevo señor, el hombre que
los salvará de los peligros que los amenazan, el hombre que pondrá fin al caos
que impide cultivar los campos y ABRIR LOS mercados.. Al-Andalus sucumbe, el
califa almohade no es ya SU defensor, Córdoba acaba de caer pero Granada, con Mohamed
Ben Nazar sentado en su trono, capeará el temporal.
-¡Bienvenido aquel que logra la victoria!- grita, ruge,
chilla la multitud, como si con sus gritos consiguiera que su nuevo héroe, Mohamed Ben Nazar,
al que todos llaman Alhamar, el rojo, por sus encendidos cabellos y su roja
barba, crezca hasta convertirse en un coloso capaz de detener al caos y a los
cristianos.
Quizás lo haga, por lo pronto ,Alhamar pica espuelas y
haciendo caracolear a su caballo abre la triunfal marcha al frente de sus
guerreros y penetra en las empinadas y estrechas calles de su nueva capital.
-¡Bienvenido aquel que ha logrado la victoria- sigue
gritando el gentío y Alhamar sonriie al
tiempo que por el rabillo del ojo ve como su fiel Hassam, cada vez más nervioso,
aprieta, con ansia maníaca, la empuñadura de la envainada espada.
Alhamar se obliga a mirar a la gente que lo aclama. Una
mujer le tiende a su hijo y Alhamar revuelve
los cabellos del niño. El gesto gusta a la multitud que le arroja flores y
reaviva sus gritos de júbilo y bienvenida.
-¡Bienvenido aquel que ha logrado la victoria!- repiten sin
cesar al tiempo que se le echan encima para besar su largo manto y tocar sus
enjoyadas botas. Hassam está a punto de estallar y Alhamar, preocupado por la
reacción de su nervioso guardián, le
sonríe de forma tranquilizadora mientras que, a la par, acepta una flor que le ofrece
una velada mujer.
Granada es mía, piensa alhamar, su pueblo me aclama, mis tropas
guardan ya sus murallas. Granada es mía y desde ella regiré un reino que,
resguardado tras las montañas, escapará de la marea cristiana. Granada es mía, soy
el victorioso, el poderoso, el grande, se dice a sí mismo Alhamar, y entonces
siente miedo, siente miedo de que en su momento de triunfo, en su alegría, en
su soberbia, sea castigado.-
¡Bienvenido aquel que ha logrado la victoria!-.-vuelve a
rugir la muchedumbre y Alhamar nota el miedo subirle por la espalda como la
cortante oja de una daga. Y entonces grita, grita como aferrándose a un escudo en mitad de la
batalla.
-¡Sólo dios es vencedor!- Grita Alhamar, como asiéndose al borde
de un acantilado.-¡Sólo Dios es vencedor! Repite, algo más seguro y con la
extraña sensación de haber escapado por poco DE la desgracia.
-¡Sólo Dios es vencedor!- grita una vez más y su grito
comienza a ser recogido por sus hombres y a saltar entre la multitud que le
rodea.
-¡Sólo Dios es vencedor!- Alhamar saborea el grito, le gusta
y gusta a los granadinos que, ahora, lo repiten sin cesar.
Pasan los años y se
amontonan sobre las nubes, se enredan en el sol y en las aguas de Granada….. Pasan
los años y un niño corretea por entre patios, salas y jardines; corre el niño, acariciando
las esbeltas columnas, rozando las flores, salpicando agua y deslizando sus
pies sobre brillantes azulejos…..
El niño se detiene en una sala y contempla a sus
antepasados, sus ojos se fijan en el rostro de un hombre de roja barba, el
fundador de su casa: Alhamar, el rojo.
-Sólo Dios es vencedor, -lee el niño, con insegura y lenta voz.-Solo
dios es vencedor.- repite algo más seguro.. Y CON ÉL, escrito sobre todos los
muros, en todas partes,LO REPITEN la
piedra, la madera y el yeso.
-¡Boaddil! ¿Otra vez incumpliendo las normas?- la mano de la
mujer se cierra sobre la del niño y tira de él. Los pies de Boaddil, tozudos,
patinan sobre los azulejos y las lágrimas asoman a sus ojos mientras que la
tarde, vencida, se vuelve noche sobre las calles de la CERCANA
ciudad. A lo lejos canta una cautiva cristiana y resuenan los pasos de los
soldados en el cambio de guardia. La Alhambra, por un momento apresada entre
los dedos del sol agonizante, se vuelve roja, mientras que la argéntea luna arropa, como una luminosa capa,
los hombros de una Sierra Nevada que, entreabriendo sus nevados labios, besa en la boca a Granada.
Ruedan de nuevo los
años y el niño es ahora un hombre, y monta un nervioso caballo. Él también está
inquieto, pero ha llegado el momento, así que se acomoda la capa y palmea el
cuello de su montura, se vuelve en la silla de montar y mira al rostro amargado
de su madre quien le devuelve la mirada con desprecio. Boaddil llora, aparta sus
ojos y los vuelve hacia Granada al tiempo que susurra lo que nunca debió de
olvidar: -sólo Dios es vencedor.
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