Eranshar, literalmente “país de los arios”
. Así
denominaban los sasánidas a su tierra a inicios del siglo III d.C. Su primer
gran rey, Artashir I (224-241), se daba a sí mismo el significativo título de
Sha ansha eran shar uz eran shar, esto es: “rey de reyes de los arios y de
los no arios”, o también “rey de reyes del Irán y del no Irán. ¿Cuándo surgió
tal idea?
Mil años atrás. Ya
en el Avesta (la obra
religioso-literaria más antigua y decisiva de la historia de los pueblos
iranios, cuyas partes más antiguas fueron redactadas a fines del siglo IX o
inicios del VIII a.C.) aparece el nombre de Ariana
vaeja, patria original de los Arya o Aria. Conocemos por las inscripciones
de Darío I Aquemenes esculpidas en las rocas de Naqsh-i-Rustam y de Beistún
hacia el 520 a.C., que el fundador de la primera gran dinastía persa se definía
a sí mismo como: “Darío, un aqueménida, un persa, un ario…”, y que consideraba
que reinaba sobre un imperio compuesto por dos grandes divisiones: “Irán y
Aniran”. Esto es, Darío I reinaba sobre las gentes del Irán y del no Irán,
sobre los pueblos arios y sobre los no arios. Pero además, tanto él como sus
sucesores invocaban como fuente última de su poder a Ahura Mazda, un dios que es
nombrado en todas las inscripciones aqueménidas como Dios de los arios, en
persa, “Ariana” o “Arya”.
No mucho más tarde, Herodoto conocía perfectamente que el nombre antiguo de los
medos era el de “Arya” o “Arios”, mientras que Diodoro de Sicilia decía, en el siglo I a.C., que Zoroastro, el
fundador de la religión nacional de los persas, pertenecía al pueblo de los arianoi, es decir, a los arios.
La idea sasánida del
Eranshar era pues muy antigua. La
persistencia de la identidad étnica de los pueblos iranios, de su religión, del
conocimiento de su pasado, siempre vinculado a los grandes reyes aqueménidas:
Ciro, Darío, Artajerjes… y al fundador de su religión, Zoroastro, muestra hasta
qué punto la Persia de los sasánidas era consciente de ser parte del mismo
devenir histórico iniciado por los pueblos iranios que invadieron la meseta
irania hacia el 1500 a.C. y que comenzaron a levantar en ella grandes imperios
a partir del siglo VII a.C. Pero mientras que en época aqueménida, el concepto
de Irán era similar al de helinikos o
helenismo de los griegos (se podría hablar pues de “iranismo” en el mismo sentido
que lo hacemos de “helenismo”), con los sasánidas la idea toma una dirección,
si no distinta, sí más concreta y determinante.
En efecto, fue con
Artashir I y Shapur I, en el siglo III d.C., que el término Eranshar tomó una dimensión política en
la que se vinculaba a un pasado remoto, grandioso y legendario, con una idea
política, racial y religiosa bien definida desde el poder: Eranshar, el país de los arios, los adoradores de Ahura mazda, Dios de los arios. Esta
unificación ideológica de tres realidades convergentes pero distintas entre sí –la política, la racial y la religiosa– marcaría
toda la historia sasánida.
La
exposición anterior no es gratuita, ya que si no se tienen claras las ideas
sobre las que la Persia Sasánida se construyó, no se puede entender su historia
y, lo que es aún más importante para conocer nuestra propia realidad actual, no
se puede entender la íntima vinculación que se establecería entre el antiguo
país de los arios, sus gentes y su cultura, y una nueva civilización, la islámica;
esta última vería, a su vez, determinado buena parte de su desarrollo histórico
y cultural por causa de dicha vinculación.
Aquel sentimiento
identitario, la idea del Eranshar,
sería llevado a la práctica a lo largo de toda la historia sasánida por los
reyes y los mobed –los magos– y terminaría por impregnar
profundamente la cultura persa. De esta manera, cuando los vaspurs, los deqan y los savaran, los nobles sasánidas, se
convirtieron al Islam, no se arabizaron (como ocurrió con otras élites no árabes
de los países conquistados por los árabes islámicos), sino que mantuvieron con
orgullo las viejas denominaciones e ideas, y las vincularon a la permanencia de
su lengua, su poesía, su arte y sus tradiciones a lo largo de toda la Edad
Media. Ellos, aún bajo el manto del Islam
–o por mejor
decir, pese a él–
seguían siendo los “Arya”, los arios, los orgullosos habitantes del Eranshar o Iran Shar, el reino de los arios. Para ellos, los bárbaros, los
enemigos que se suceden ante las fronteras de Persia entre los siglos VII y XVI
(árabes, turcos, mongoles, timúridas, otomanos, etc.) son siempre los “Aniran”,
los no arios, los que no pertenecen al Eranshar.
Y así, “Aniran” serían llamados en la obra literaria persa por excelencia del
Irán islámico, el Shanameh, el libro
de los reyes escrito por Firdusi en los días que giraron entorno al año mil.
La influencia
sasánida antes descrita no se dio sólo en los ámbitos culturales e ideológicos,
sino que también se manifestó con fuerza en la propia historia del pensamiento
y de la religión islámica. Así, nada más finalizada la conquista árabe del
país, el Irán comienza a convertirse en la tierra de donde surgen las más
destacadas herejías, disidencias político-religiosas y corrientes divergentes
de espiritualidad musulmana. Allí, en los antiguos solares de los sasánidas y
del zoroastrismo, surgen o arraigan con fuerza las corrientes políticas,
culturales y religiosas que desafían a la ortodoxia árabe.
Una de esas
disidencias islámicas iraníes, la más famosa y decisiva, será la del chiísmo,
que con su complicada angelología, su jerarquía de clérigos, su milenarismo y
mesianismo, conecta de forma directa una parte considerable de la vieja
religión irania, el zoroastrismo, con la nueva, el Islam.
Desde el siglo VIII comienza a darse en el Islam asentado en el antiguo Imperio
sasánida y por medio de él en todo el Islam, una persistente infiltración de la
filosofía sasánida zoroastriana. Este proceso de recuperación del viejo sistema
de pensamiento filosófico-religioso iría paralelo al de la recuperación y
expansión de la lengua, usos, poesía, arte, etc. sasánidas, y culminaría en lo
filosófico-religioso con pensadores
islámicos de gran talla e influencia, uno de cuyos máximos exponentes, Shaabodin
Sorevardí (1154-1190), sería asesinado en 1190 por sus ideas y obras, tan
preñados de influencias sasánidas y zoroastrianas.
No sería ni el
único, ni el último en seguir ese camino que, en última instancia, no era sino
el que cabría esperar de la lógica deriva religiosa de los pueblos iranios,
profundamente orgullosos de su pasado y opuestos a las influencias árabes.
Tanto es así, que en la Bagdad abasida (cuya corte seguía un ceremonial que era
casi una copia exacta del de la vieja corte sasánida), escritores, poetas,
artistas y músicos persas hacían abierta mofa del primitivismo y la rudeza de
la cultura y la lengua de los árabes, y reivindicaban con nostalgia los días de
esplendor de los sasánidas.
En consecuencia y
mucho más tarde, en 1935, Reza Palehvi, el fundador de la última dinastía
persa, al cambiar el nombre de su reino, Persia, por el de Irán, reclamaba con
orgullo para su país su pasado preislámico aqueménida y sasánida, vinculando
dicho pasado a la idea del Iran Shar, el país de los arya, los arios, frente al aniran,
las tierras de los bárbaros. Incluso hoy día, en la tierra de los ayatolahs, la
obsesión identitaria por vincularse con los antiguos arya, el orgullo por su
deslumbrante pasado preislámico, el cuidadoso cultivo de las viejas tradiciones
sasánidas que aún subsisten, el mimo por la conservación y conocimiento de su
rico patrimonio cultural preislámico, el interés popular y oficial por extender
y promover el estudio de su historia antigua, son rasgos característicos y casi
exclusivos dentro del mundo islámico, que definen al actual Irán.
Pero ¿cómo se inició
la historia de aquellos arya que tan decisivos iban a ser en la historia del
mundo antiguo y más tarde, ya islamizados, del medieval?
II.2. Los antecedentes históricos. De los orígenes
al surgimiento de los sasánidas.
Como ya hemos dicho,
los arya, los iranios, una de las ramas principales de los pueblos de lengua
indoeuropea, llegaron a las tierras de lo que luego sería el Eranshar en torno al año 2000 a.C. Hoy día sabemos que
procedían de las estepas situadas al norte del Mar Caspio y que, en última
instancia, eran originarios de la región situada entre el bajo Volga y el Don,
donde habían formado parte del conjunto de pueblos indoeuropeos que dieron
lugar a la llamada Cultura de los
kurganes. Los indoiranios abandonaron esta región y su relación con el
resto de los pueblos indoeuropeos que habían formado la cultura kurgánica hacia
el año 2500 a.C. y se trasladaron a las estepas nororientales del Caspio y del
Mar de Aral, desde donde bajarían, hacia el año 2000 a.C., a lo que luego
serían los países y regiones del llamado Irán oriental, es decir, de lo que en
nuestro tiempo son los territorios del noreste de Afganistán, el sur de
Uzbekistán, el noreste de Irán y el actual Tayikistán. En estas regiones y en
torno al año 2000 a.C. aparecen pueblos de lengua indoirania a los que los
arqueólogos actuales han atribuido los restos arqueológicos del llamado
“Complejo cultural bactriano-margiano” y de la llamada “Cultura nómada de
Andronovo”, que, según todas las evidencias arqueológicas y lingüísticas,
serían los antepasados directos de los pueblos iranios occidentales (medos y
persas) y orientales (bactrianos, margianos, partos, arios, drangianos,
sogdianos, etc), así como de los pueblos indoarios que invadieron el valle del
Indo hacia el 1500 a.C. Por los mismos días, en torno a los años 1500-1400
a.C., otro grupo de tribus indoiranias abandonó sus tierras en el Irán oriental
y las estepas del Turán, y avanzó por la meseta irania en dirección de lo que
luego serían los solares de Persia y Media. Eran los antepasados de los persas
y los medos, los “parsua” y “madua” de las fuentes asirias que, de esta forma,
aparecían definitivamente en la historia.
En efecto, entre el 1350
y el 1300 a.C., tribus de lengua indoirania tantean las fronteras del reino
elamita, sembrando la confusión entre las tribus y reinos de los maneos,
habitantes de las regiones que se extienden al este del lago Urmia. Siglos más
tarde, los asirios comienzan a chocar con los pueblos iranios; así, ya desde el
siglo IX a.C. en tiempos del rey asirio Salmanasar III, aparecen en los textos
asirios los pueblos de los madua y de los parsua, siempre al acecho de las
fronteras del Imperio asirio.
En el siglo VIII
a.C., los reyes asirios se internan varias veces en los montes Zagros y en la
meseta irania en busca de las belicosas tribus de los madua y los parsua, pero
éstas siempre se reponen y vuelven a hostigar las fronteras asirias. A fines de
ese mismo siglo, alrededor del año 700 a.C., los medos forman ya un reino
organizado y potente.
2.1. Los orígenes del mundo iranio y la creación del Imperio Medo.
El
primer rey de los medos que nos revela la historia sería Fraortes, el cual era
soberano de una de las tribus medas hacia el año 725 a.C. y cuyo hijo, Deioces
(700-647 a.C.) –Daiaukku
en medo– unificaría
bajo su mano a todas las tribus medas y las lanzaría contra los asirios. A
Deioces le sucedería su hijo Fraortes, que reinaría 22 años (647-625 a.C.).
Ciaxares (625-585 a.C.).
El hijo
de Fraortes, Ciaxares (Uksatar), alzaría ese imperio. Llegado al trono de Media
hacia el año 625 a.C. reorganiza su ejército al modo de los asirios y de los
neobabilonios, domina con fuerza a las anárquicas tribus iranias de su imperio,
somete a vasallaje a las tribus persas del sur, se alía con Nabopolasar, rey de
Babilonia y padre del famoso y bíblico Nabucodonosor, y se lanza contra Asiria.
Ciaxares sería el primer monarca iranio que reinaría a la par sobre medos y
persas.
En efecto, el primer
monarca persa del que tenemos noticia cierta fue Ciro I, rey de Anshán, quien
aparece en las crónicas asirias como vasallo y aliado de Asurbanipal de Asiria,
a quien enviaría una embajada en el año 639 a.C., encabezada por uno de sus
hijos, Arauku, bien provista de tributos para el soberano asirio. La subida al
trono de Media de Ciaxares cambiaría esta situación, pues, alrededor del año
620 a.C., los parsua, los persas, rinden ya vasallaje y tributo a Ciaxares de
Media y no a los monarcas asirios a quienes pronto combatirían bajo las
banderas de los medos.
Así, a partir del
615 a.C. y tras haberse zafado de la dominación escita y derrotar a uno de los
ejércitos de sus primos iranios del norte, los escitas, los ejércitos de Ciaxares,
unidos con los de Babilonia, golpean las tierras de Asiria. En 614 a.C., los
medos de Ciaxares tomarán Asur, la capital religiosa de los asirios, y en 612,
ahora en unión de los ejércitos babilonios de Nabopolasar, tomarán Nínive, la
capital política asiria. En 610-609, los ejércitos de Nabopolasar, junto a
contingentes medos enviados por Ciaxares, asediaron y conquistaron la gran
fortaleza asiria de Harrán, donde el último rey asirio, Asurabit, había reunido
a los restos de los ejércitos de su pueblo. Ese mismo año, el faraón Necao,
aliado de los asirios, vencía al rey de Judá y se hacía con el control de
Siria. Pero en 605, en Karkemish, en el norte de Siria, el hijo de Nabopolasar,
el célebre Nabucodonosor II, casado con una princesa meda, hija de Ciaxares, y
auxiliado por contingentes de caballería meda, derrota a los ejércitos del
faraón Necao, en los que militaba un gran número de mercenarios griegos, y se
hace con el control de toda Siria.
Con la batalla de
Karkemish (605 a.C.) se creaba un nuevo orden en el antiguo Oriente, en el que
Media y Babilonia se dividían entre sí los antiguos territorios del Imperio
asirio y relegaban al Egipto saita a la condición de potencia de segundo orden.
Así y por primera vez en la historia, los medos –esto es los iranios– desempeñaban el papel de gran
potencia oriental.
Ciaxares no se
contentó con hacerse con la porción más norteña del antiguo Imperio asirio,
sino que guerreó más al oeste, en Asia Menor. En primer lugar conquistaría el
viejo reino de Urartu, del que tomaría muchos elementos y tradiciones;
luego sometió a su dominio a las tribus tracio-frigias de la región del Ararat,
las cuales formaban el núcleo de lo que en breve iba a ser Armenia.
Por último, se lanzó contra el Imperio lidio. Como tras de él lo harían otros
grandes reyes iranios, Ciaxares buscaba con estas guerras una salida al
Mediterráneo, aunque no la logró. En 585, tras la llamada “batalla del
Eclipse”, lidios y medos llegaban a una paz concertada mediante la cual el río
Halys señalaría la frontera entre ambos imperios. Ese mismo año, Ciaxares,
verdadero creador del primer Imperio iranio y por ende, verdadero fundador de
la tradición imperial irania, destinada a prolongarse tras de él por más de mil
años, moría en su capital, Ecbatana.
Ciaxares determinó
en buena medida el futuro de los imperios iranios que le siguieron, no sólo
porque marcó las futuras líneas de expansión de los pueblos iranios, sino
porque adoptó buena parte del ceremonial cortesano, del modelo administrativo y
de la cultura de los antiguos reinos de Asiria y Urartu, ahora sometidos a su
poder. Con ello comenzó la mesopotamización del Irán, que tantas y tan longevas
repercusiones iba a tener en la historia del Irán y del Oriente.
Astiages (585-550 a.C.).
A Ciaxares le siguió
en el trono medo su hijo Astiages. Casado con una princesa lidia, la hermana
del mítico Creso, y firmemente aliado con Nabucodonosor II, rey de Babilonia y
a la sazón su cuñado (recuérdese que Ciaxares había dado a su hija en
matrimonio al hijo de su aliado babilónico). Astiages no tenía nada que temer y
pudo dedicarse a aumentar la cohesión interna de su imperio. Así, mientras que
sus aliados y cuñados, el rey de Lidia Creso y el rey de Babilonia
Nabucodonosor II (el cual construyó los famosos jardines colgantes de Babilonia
para su esposa irania), se dedicaban a agrandar sus respectivos imperios con
nuevas conquistas militares, Astiages dedicaba los largos años de su reinado a
centralizar un imperio formado por tribus levantiscas y mal avenidas entre sí.
2.2. Los Aqueménidas
y el primer Imperio Universal.
Pero las tribus
persas del sur, vasallas de los medos desde los días iniciales del reinado de
su padre, habían sustituido ya las viejas jefaturas tribales por unos reyes
dotados de más poder y por ende, de más capacidad de decisión e independencia.
Ya vimos cómo hacia el año 620 a.C., Ciro I, rey de Anshán, se convertía en
vasallo de Ciaxares y, como tal, le auxiliaba en sus guerras contra Asiria.
Cambises I.
El hijo de este
Ciro, Cambises I, recibiría como esposa, en señal de agradecimiento y para
consolidar la posición de los persas dentro del Imperio medo, a la hija de
Ciaxares, Mandana.
Cambises, padre del futuro Ciro el Grande, supo sacar partido de su nueva
situación y hacia 590 a.C. se anexionó Susa, esto es, la totalidad del Elam,
con lo que aumentó significativamente el poderío de su reino. De esta manera,
Cambises logró convertirse en el vasallo más importante de Astiages. Éste,
quizás inquieto por el aumento del poder persa en el seno de su imperio, quiso
asegurarse aún más la fidelidad de los reyes persas y concertó con su cuñado,
Cambises I, el matrimonio de su hija, Casangana, con el hijo de éste, Ciro,
quien pronto alcanzaría el sobrenombre de “El Grande”.
Ciro II (c. 559-529
a.C.).
Ciro,
nacido hacia el año 600 a.C. o poco después, era por lo tanto mitad medo y
mitad persa y, gracias a su mujer Casangana (hija de Astiages y de la princesa
lidia Ariarnis), pariente de la casa real de Lidia.
Ciro II participaba
pues, tanto de la nobleza persa como de la meda y debió de tener amigos y
partidarios en ambas esferas de poder. Por eso no es de extrañar que cuando,
tras subir al trono de su padre, en el año 559 a.C., Ciro comenzara a mostrar
signos de independencia y insubordinación frente al poder central de Astiages,
encontrara cierta simpatía entre una parte de la nobleza meda. Ciro era un
poder temible para el imperio de Astiages, pues no sólo era rey de Anshán y de
Susa, sino que estaba logrando que las diez tribus persas se reunieran bajo su
única jefatura.
Quizás el factor
desencadenante de la sublevación de Ciro contra Astiages fuera el afán de éste
por conseguir una mayor cuota de poder frente a sus reyes y nobles vasallos.
Fuera como fuese, lo cierto es que Ciro II (rey de Ansha y Susa, y jefe de las
diez tribus persas) se alzó contra el rey medo en el año 553 a.C. y, tras
diversas alternativas en la lucha, le derrotó en el año 550 a.C. La gran
batalla entre ambos soberanos se lidió no lejos del paraje sobre el que Ciro
levantaría posteriormente su futura capital, Pasargarda. Tras esta victoria de
Ciro, lograda al parecer con ayuda de una parte de la nobleza meda, avanzó
sobre Ecbatana, la capital meda, y la tomó aprisionando a Astiages. Con esto
acababa de nacer el primer Imperio Persa.
La
súbita muestra de poderío dada por los persas, hasta entonces subordinados a
los medos, se debe, al parecer de muchos eruditos actuales, al inicio y
desarrollo por esos mismos años de nuevas técnicas agrícolas en las áridas
tierras de Parsis, el país de los persas. Nos referimos a la construcción y al
uso de los llamados quanats, término
persa que por intermedio del árabe, dio origen a nuestro vocablo “canal”, y que
aún hoy designa en Persia y en Asia central las canalizaciones subterráneas de
agua que comunican los cultivos con los acuíferos subterráneos. Se logra así,
no sólo traer el agua desde los veneros hasta las huertas, sino también evitar
su evaporación por efecto del sol y del calor que reina en la seca superficie.
Hoy día se cree que la invención y uso de los quanats permitió a las tribus persas –
al menos a una parte de ellas–
abandonar el nomadismo y
aumentar su riqueza y población, construyéndose así en Parsis una sólida base
de poder sobre la que Ciro y sus persas pudieron desafiar al poder de Media.
La derrota y caída
de Astiages y de su imperio, provocó la reacción de los aliados de Astiages,
Lidia y Babilonia, potencias que buscaban no sólo vengar a su pariente y
aliado, sino sacar tajada del fin del reino medo. Pero Ciro no les dejó hacerlo.
Ya hemos dicho que Ciro II había logrado vencer a Astiages con el concurso de
parte de la nobleza meda, a la que logró atraerse por completo para integrarla
con la persa. Ambos pueblos, medos y persas, regirían juntos el nuevo Imperio
iranio. Ciro aprovechó la fuerte posición que había logrado en el interior de
su propio imperio y procedió a dividir los imperios vecinos para impedir que
cuajaran entre ellos una coalición contra Persia. De esta manera pactó con
Babilonia y Egipto una paz que aseguraba la neutralidad de éstos ante una
posible guerra entre Persia y Lidia. Con la retaguardia segura, Ciro marchó
contra Lidia y derrotó a Creso en la famosa batalla de Pteria. Avanzó luego
sobre Sardes, la capital de Lidia, y la tomó tras una dura batalla en la
llanura frente a la ciudad, sometiendo de esta manera el Imperio de Creso y
añadiendo toda Asia Menor a su Imperio.
Esta conquista de
Lidia por Ciro tuvo trascendencia en la historia universal y ello por varias
razones:
a) en primer lugar, porque con
ella los iranios lograban asomarse al Mediterráneo, con lo que por primera vez
en la historia, un imperio cuya base se hallaba en Asia Central podía comunicar
directamente con el mar Mediterráneo, logrando así que las rutas terrestres y
marítimas que unían Asia Central, la India y China, con Mesopotamia, Siria y
Asia Menor, estuviesen por completo abiertas al tráfico comercial y además,
firmes y seguras en una misma mano. Todo esto –como veremos– marcaría una constante en la política y aspiraciones de todos los
reyes persas posteriores, ya fuesen éstos aqueménidas, arsácidas o sasánidas.
b)
en segundo lugar, la conquista del reino lidio realizada por Ciro II, daría
futura base a las reivindicaciones de los reyes sasánidas sobre las provincias
minorasiáticas de la Romania. En efecto, tanto Artashir I, como Shapur I,
Shapur II, Cosroes I y Cosroes II, vincularían sus pretensiones de dominio
territorial sobre Asia Menor, a la lejana conquista persa de esta región en los
días de Ciro el Grande y a la inmediata renovación de dicha conquista por la
mano de Darío I.
c) en
tercer lugar, y aún más importante, la conquista de Lidia fue fundamental en el
posterior devenir de la historia universal porque, al dominar el reino lidio,
Ciro puso en contacto directo, por primera vez y para siempre, a iranios y a
griegos.
En
efecto, en Lidia vivían numerosos griegos, ya en calidad de súbditos, ya en la
de vasallos. Los griegos habitaban las ciudades de Jonia, Eolia y Caría, así
como las ciudades costeras de los mares del Ponto y de Mármara, y constituían
para Lidia un manantial casi inagotable de mercenarios y tributos, pero también
de sublevaciones y enredos diplomáticos. Al sustituir a Lidia como potencia
dominadora del Asia Menor, Persia se metía de lleno en el intrincado dédalo de
la política griega de la época y se ponía al alcance de su pujante cultura.
La influencia de
ésta se hizo sentir muy pronto. Es cierto que los iranios conocían ya desde
hacía un siglo a los griegos y que habían luchado con ellos en sus guerras
contra Asiria y Egipto, pues los mercenarios griegos formaban parte de los
ejércitos de ambas potencias orientales.
Pero ahora, al tener como vasallos a muchos griegos minorasiáticos, los persas
vieron cómo miles de trabajadores, artistas y soldados helenos, se ponían a su
servicio y les ofrecían sus habilidades. La propia tumba de Ciro en Pasargarda
sería en buena medida obra de trabajadores y artistas griegos. Pero los helenos
fueron a la vez una fuente inagotable de problemas. Y es que, si Persia había
logrado expandirse por Asia, Grecia lo había hecho por todo el Mediterráneo y
el Mar Negro.
Cierto es que Grecia
no constituía un imperio en el sentido político y militar del término, pero sí
un centro de poder considerable. La riqueza de sus ciudades, lo extenso de sus
intereses comerciales, sus inagotables reservas de soldados excelentemente
armados y entrenados, sus flotas de guerra y su atrayente cultura, hacían de
las ciudades de la Hélade un factor decisivo de la política de hegemonía
universal que jugaban las potencias del siglo VI a.C.: Persia, Babilonia, Lidia
y Egipto.
Persia sería la
ganadora indiscutible de dicho “gran juego”, pues, tras vencer a la Lidia de
Creso, Ciro II derrotaría también a su otro gran rival: Babilonia. El hijo de
Nabucodonosor, Nabonido, fue derrotado por Ciro en 539 a.C. y Babilonia, la
mayor ciudad del mundo hasta entonces, cayó en manos del rey persa, junto con
todo su imperio. Con este éxito, Ciro lograba crear un imperio como no se había
visto hasta entonces, que abarcaba desde el Mediterráneo al Asia Central y
desde el Cáucaso a las fronteras de Egipto. Así pues, Ciro, al reunir bajo su
mano los antiguos imperios de Asiria, Lidia, Babilonia y Lidia, creaba el
primer imperio verdaderamente universal de la historia y era un imperio iranio.
No es pues de
extrañar que, pasados los siglos, Ciro fascinara por igual a grecorromanos e
iranios. Por citar sólo algunos ejemplos, Jenofonte lo convertiría en prototipo
de hombre y príncipe en su inmortal Ciropedia,
mientras que Alejandro lo elevaría como uno de sus modelos. Mucho más tarde,
los reyes sasánidas llevarían con orgullo el nombre de Ciro, Cosroes en su
lengua, el llamado persa medio o Pahlehvi.
Ciro II no se
conformó con las conquistas, sino que se dedicó a organizarlas. Centralizó la
administración en Ecbatana, Pasargarda y Susa, las capitales iranias de su
imperio. Promovió el comercio y aseguró un sistema fiscal equitativo. Otorgó a
los pueblos sometidos a su poder (lo que en la época fue una novedad) un
régimen de libertad religiosa y de autonomía interna que le granjeó, un notable
grado de simpatía popular; una de sus muestras más conocidas se halla en la
Biblia, en donde Ciro aparece como un soberano tocado por la mano de Dios y
destinado a liberar al pueblo de Israel de la tiranía babilónica y a devolverlo
a su tierra. Ciro, primer gran rey persa, sería el Mesías gentil y –como se verá a su debido tiempo– los judíos
y los persas del siglo VII d.C. no lo olvidarían.
También creó, o al menos concibió, la primera gran carretera de la historia
universal: el camino real persa. Esta carretera, cuyas lindes se hallaban
sombreadas por grandes árboles que debían de refrescar el camino y proporcionar
alimento a los viajeros, se extendía a lo largo de 2.700 kms, uniendo Sardes,
en el Asia Menor Occidental, con Babilonia y Susa, en Mesopotamia y Persia,
respectivamente. El camino real persa, con sus postas y sus guardias, no sólo
permitía un rápido movimiento a los ejércitos persas, sino sobre todo mantener
un trasiego continuo de correos y de información que posibilitaban un control
efectivo del amplio imperio.
Tras todo esto,
Ciro, el “Sol de Persia” (que eso significa su nombre), se concentró en un
ambicioso proyecto de conquista en las fronteras orientales de su imperio: el
sometimiento de los pueblos sakas y escitas, comenzando por los masagetas de la
mítica reina Tomiris. Ya antes, posiblemente entre el 558 y el 554 a.C., Ciro
había conquistado, en una serie de exitosas campañas, las tierras de Aracosia,
Aria, Drangiana, Sagartia, Carmania, Gedrosia, Partia, Hircania, Chorasmia,
Bactriana y Sogdiana.
Con estas nuevas conquistas, llevó las fronteras de su imperio hasta el
Yaxartes (el Sir Daria actual), el Mar de Aral, las mesetas del Pamir y las
cumbres del Indu-Khus, el Cáucaso indio de los autores griegos. Con ello, Ciro
lograría la coronación de otra constante de la futura política de todos los
grandes reyes persas: la pretensión de dominar bajo una única autoridad a todos
los pueblos iranios, occidentales y orientales, y la transformación de Persia
en el puente indispensable para la comunicación de India y China con el
Mediterráneo. Sin embargo, la conquista del Irán oriental trajo otra
consecuencia menos agradable para Persia y que también se convertiría en una
constante histórica en el devenir de los futuros imperios iranios, a saber: la
conversión de Persia, en su nueva frontera nororiental, en valladar de los
países civilizados y agrícolas frente al bárbaro e nomadismo de las tribus de
las estepas de Asia Central. Víctima de ellas caería Ciro en 530 a.C., cuando
combatía a los masagetas, una tribu nómada de lengua irania que habitaba al
otro lado del Yaxartes.
Cambises II (529-522 a.C.).
Cambises, hijo de Ciro,
conquistaría Egipto y con ello redondearía aún más el dominio universal de
Persia. Su prematura muerte, entre rumores de asesinato, provocaría la primera
crisis imperial de Persia y el ascenso de los aqueménidas al trono imperial de
Persia.
Darío I
Aquemenes (522-484 a.C.).
En
efecto, Darío I, hijo de Hidaspes (Vistaspa, en persa), que había sido el
protector de Zoroastro y que era descendiente de Aquemenes, se alzó con el
poder universal, tras derrotar a una serie de rebeldes medos, babilonios y sirios;
vencer a varios señores persas y aniquilar a Gaumata, el falso Bardiya. Darío
era pariente de Ciro, y para asegurar aún más su parentesco con la casa real
persa se casó con la hija de éste, Atosha. Darío fue también un digno sucesor
suyo; de hecho, otorgaría consistencia al dominio persa sobre el mundo.
En efecto, Darío
proporcionó al Imperio Persa unas bases tan sólidas que se mantendrían en pie a
lo largo de doscientos años: centralizó y amplió la administración,
convirtiendo al arameo (lengua de Babilonia y de los pueblos sirios, y
verdadera lengua internacional de la época) en la lengua de dicha
administración imperial; fundó una gran capital palaciega y administrativa,
Persépolis, que reflejaba con inusitado esplendor el nuevo Imperio Persa; dotó
a ese imperio de una moneda, el darico
de oro (los famosos “arqueros” de los autores griegos), y de un sistema
monetario en correspondencia con las unidades de peso babilónicas que regían el
comercio internacional del mundo antiguo desde hacía siglos; internacionalizó
el ejército imperial, aglutinando en él contingentes de todas las provincias de
su dilatado imperio; creó un cuerpo de ejército de élite, los famosos “diez
mil”, que siglos más tarde copiarían los sasánidas; creó el sistema de
satrapías y reglamentó el de tributos; en fin, procedió a la apertura de un
canal que comunicaba el Mediterráneo con el Mar Rojo y se ocupó de la
exploración de las rutas marítimas del Océano Índico y del golfo Pérsico, todo
ello con el objetivo de dotar a su imperio de nuevas comunicaciones y vías
comerciales.
Darío sería también
un gran conquistador. En el este, derrotaría a los masagetas y a los escitas, y
conquistaría Parapomisia, es decir, la región del Cáucaso indio, así como
Gandara y Taxila, en el Punjab, la fértil provincia del valle del Indo.
Mientras que en occidente pasaría a Europa y conquistaría Tracia, llegando a
cruzar el Danubio y el Dniéster, en persecución de los escitas. Así, de nuevo
por primera vez en la historia universal, un rey iranio era el primero en ser
dueño de un imperio que se extendía sobre tres continentes.
La conquista de
Tracia, en cuyas costas había muchas ciudades griegas, y cuyas fronteras
suroccidentales limitaban con Macedonia, el más norteño de los estados griegos,
puso aún más en contacto a Persia y a Grecia.
Los griegos de Asia Menor, sometidos ya por Ciro, vieron en la campaña de Darío
al otro lado del Danubio, una oportunidad magnífica para librarse del dominio
persa. Contaron para ello con el concurso de algunos de sus hermanos de la
Grecia continental, en especial con el de los habitantes de Atenas, a la sazón
la ciudad griega más importante. Los griegos lograron al principio éxitos
notables y llegaron a tomar Sardes, capital de la Satrapía persa que controlaba
la región. Pero al cabo, Darío I, que había logrado salir del avispero escita,
movilizó sus recursos y aplastó a las ciudades jonias.
La sublevación
griega ponía a Persia frente a una realidad: su dominio del Mediterráneo
oriental y del Asia Menor no sería completo ni seguro, si no conquistaba
previamente a la Grecia continental. Darío se dispuso a ello y, sin saberlo,
marcó otra constante histórica de dimensión y consecuencias universales: la del
contínuo enfrentamiento entre grecorromanos e iranios por el dominio de la cuenca
del Mediterráneo oriental, y de los países y tierras ribereños de éste. Darío
fracasó y también lo haría su hijo Jerjes, pero Persia y Grecia estaban ya tan
íntimamente ligadas, que su historia respectiva durante los siglos V y IV, a.C. no puede estudiarse por separado.
Darío también sería
crucial para la futura historia de Persia por una cuestión que determinaría por
completo no sólo la historia política de Persia, sino también su modelo de
sociedad, su cultura y su organización religiosa. Nos referimos a la
vinculación entre el poder de los reyes persas y el zoroastrismo.
Ya hemos señalado
que Darío era hijo de Hidaspes, el protector de Zoroastro. El hecho es que
sería el primer gran rey persa directamente vinculado al zoroastrismo y sobre
todo a la divinidad principal de esta religión irania: Ahura Mazda, u Ormuz,
como también es conocido en Europa el dios del bien, del fuego y de la luz de
los iranios. En efecto, en la famosa inscripción que Darío nos dejó en las
rocas de Beistún, no sólo se encomienda a la protección de Ahura Mazda, sino
que reconoce su autoridad suprema y su cualidad de fuente de cualquier bondad.
En dicha inscripción, Darío acepta también a Ahura Mazda como principio
fundamental de su moral y de su ideal de gobierno y legislación. Esta
inscripción, como todos los testimonios de los grandes reyes aqueménidas,
dejaría una honda huella en la ideología imperial del mundo sasánida, pues los
reyes sasánidas se declararían a sí mismos como descendientes y continuadores
de los aqueménidas; de ahí que intentaran recrear en lo posible, la totalidad
del mundo aqueménida.
Ya en sus aspectos
culturales, ya en los ideológicos, ya en los religiosos, para los sasánidas era
ante todo indispensable asentar su idea de imperio sobre la legitimidad religiosa
y en esto, más que en cualquier aspecto, se mostraron deudores de los
aqueménidas y en especial de Darío I Aquemenes. Y así, los reyes sasánidas, al
igual que lo había hecho setecientos años antes Darío y el resto de los
aqueménidas, vincularon su poder imperial a su condición de adoradores de Ahura
Mazda y defensores de su fe, el zoroastrismo. Lo anterior puede comprobarse con
facilidad simplemente comparando la inscripción de Beistún, mandada esculpir
por el aqueménida Darío I entre 520 y 515 a.C. con la del rey sasánida Shapur
I, mandada esculpir por éste junto a otra famosa inscripción de Darío en los
impresionantes farallones de Naqsh-i-Rustam, lo que ya de por sí es muy
significativo. Aunque ambas inscripciones monumentales están separadas por más
de 780 años, mantienen entre sí lazos fundamentales que se superponen a las
diferencias de estilo. A continuación reproduciremos el inicio y el final de
ambos textos, comenzando por el de Darío I, y continuando con el de Shapur I:
Extractos de la
inscripción de Darío I Aquemenes en las Rocas de Beistún
:
“Soy Darío, el Gran Rey, rey de reyes, rey de Persia, rey de los países, hijo
de Vishtapa, nieto de Arshama, un aqueménida. Habla Darío, el rey: mi padre era
Histaspes (Vishtaspa); el padre de Histaspes fue Arsames (Arshama), el padre de
Arsames fue Ariaramnes (Ariyaramna), el padre de Ariaramnes fue Teíspes
(Cispis), el padre de Teíspes fue Aquemenes (Haxamanais). Habla el rey Darío:
por esta razón somos llamados Aqueménidas. Desde hace mucho tiempo hemos sido
nobles. Desde hace mucho tiempo nuestra familia ha ostentado la realeza. Habla
el rey Darío: ocho de nuestra familia fueron reyes con anterioridad. Yo soy el
noveno. Nueve reyes hemos gobernado sucesivamente. Habla el rey Darío: por voluntad
de Ahura Mazda soy rey. Ahura Mazda me entregó la realeza. Habla el rey Darío:
estas son las regiones que se sometieron a mí. Yo me convertí en su rey por
voluntad de Ahura Mazda: Persia, Elam, Babilonia, Asiria, Arabia, Egipto, las
que están junto al mar, Sardes, Jonia, Media, Urartu, Armenia, Capadocia,
Partia, Drangiana, Aria, Chorasmia, Bactriana, Sogdiana, Gandhara, Escitia,
Sattagidia, Aracosia, Maka, un total de veintitrés regiones. Habla el rey
Darío: éstas son las regiones que se sometieron a mí. Por voluntad de Ahura
Mazda se convirtieron en mis dominios. Me entregan un tributo. Lo que ordeno
para ellas, de noche o de día, lo hacen.
Habla el rey Darío: en estas
regiones al hombre que era leal lo apoyé: a quienquiera que fuese malvado lo
castigué. Por voluntad de Ahura Mazda estos países respetan mis leyes. Lo que
ordeno para ellas, lo hacen”.
A continuación, la inscripción contiene el relato del ascenso de Cambises,
hijo de Ciro, la muerte del hermano de Cambises, Bardiya; la de Cambises y el ascenso
al trono de Gaumata el Mago, quien se hacía pasar por Bardiya, y de sus
atrocidades; por último el levantamiento de Darío contra Gaumata el Mago. La
inscripción continúa así:
“Habla el rey Darío: la
realeza que este Gaumata arrebató a Cambises, esta realeza había pertenecido a
nuestra familia desde hacía mucho tiempo. Entonces Gaumata el Mago arrebató la
realeza a Cambises. Hizo suyas Persia, Media, Babilonia y otras regiones. Se
convirtió en rey. Habla el rey Darío: no hubo hombre, ni persa, ni medo, ni
babilonio ni cualquier otro, ni ninguno de nuestra familia, que pudiera
arrebatar la realeza a Gaumata el Mago. El pueblo le temía enormemente, de modo
que él podría matar en gran número a quienes con anterioridad habían conocido a
Bardiya. Por esta razón quiso matar a la gente, pues se decía: "no sea que
ellos me conozcan, y sepan que yo no soy Bardiya, hijo de Ciro". Nadie osó
decir nada sobre Gaumata el Mago hasta que llegué yo. Entonces yo rogué a Ahura
Mazda: Ahura Mazda me proporcionó ayuda. Pasaron diez días del mes de bagayadi;
entonces, con unos pocos hombres nobles yo maté a ese Gaumata el Mago. En una
fortaleza denominada Sikayauvati, en el distrito de nombre Nisaya, en Media,
allí lo maté. Le arrebaté la realeza. Por voluntad de Ahura Mazda me convertí
en rey. Ahura Mazda me entregó la realeza. Habla el rey Darío: restauré la
realeza que él arrebató a nuestra familia y la devolví a su anterior ubicación.
Restauré como antes los templos de los dioses que Gaumata el Mago había
destruido. Devolví al pueblo los bienes, los rebaños, los sirvientes y las
haciendas que Gaumata el Mago les había arrebatado. Devolví al populacho a su
lugar. Restablecí la situación anterior en Persia, Media y otras regiones que
habían sido arrebatadas. Lo hice por voluntad de Ahura Mazda. Me esforcé hasta
que devolví a nuestra casa real su anterior posición. Me esforcé por voluntad
de Ahura Mazda, de manera que Gaumata el Mago no se apoderase de nuestra casa
real…”
A partir de aquí se enumeran las campañas
y gestas de Darío I. La inscripción sigue así:
“Habla el rey Darío: esto es
lo que hice. Por voluntad de Ahura Mazda lo hice en un año. Tú que en el futuro
leas esta inscripción, deja que lo que afirmo te convenza. No lo consideres una
mentira. Habla el rey Darío: juro por Ahura Mazda que esto de lo que he hablado
es cierto y no falso. Habla el rey Darío: por voluntad de Ahura Mazda, muchos
más hechos llevé a cabo que no han sido recogidos en esta inscripción. No
figuran por esta razón, no sea que a quienes en el futuro lean la inscripción
de mis hechos éstos les parezcan excesivos, no les convenzan y los juzguen
falsos”.
En este punto, la inscripción pasa a enumerar a los nobles que ayudaron a
Darío I. Después, Darío les encomienda, a ellos y a sus descendientes, a la
protección y favor de sus propios descendientes en el trono real. La
inscripción termina invocando de nuevo la protección de Ahura Mazda y
relatándonos el procedimiento por el que se dio a conocer al pueblo este relato
y en qué lenguas se hizo.
Por su parte, la inscripción de
Naqsh-i-Rustam dejada por Shapur I dice así
:
“Yo, el Señor Shapur,
adorador de Ahura Mazda, rey de reyes de Irán y de las tierras no iranias, cuyo
linaje procede de dioses, hijo de Artashir, adorador de la divinidad de Ahura
Mazda, rey de reyes de Irán, cuyo linaje procede de dioses, nieto del rey
Papak, soy gobernante de Eranshar, y domino las tierras de Persia, Partia,
Kuzistán, Mesene, Asiria, Adiabene, Arabia, Azerbaiyán, Armenia, Georgia,
Segán, Albania, Balasakán, hasta las montañas del Cáucaso y las Puertas de
Albania, y todas las de la cordillera de Pareshwar, Media, Gurgan, Merv, Herat
y todas las de Aparshahr, Carmania, Sistán, Turán, Makurán, Paradene, la India,
el Kushanshahr hasta Peshawar y hasta Kashgar, Sogdiana y hasta las montañas de
Tashkent, y sobre el otro lado del mar, Omán. Y a estas muchas tierras, y a
señores y a gobernadores, a todos los hemos convertido en tributarios y en
súbditos nuestros. Cuando nos establecimos sobre el imperio, el César Gordiano
levantó en todo el Imperio Romano una fuerza desde los reinos godos y germanos
y marchó sobre Babilonia contra el Imperio de Irán y contra nosotros. Al lado
de Babilonia en Misikhe tuvo lugar una gran batalla frontal. El César Gordiano
fue muerto y la fuerza romana fue destruida. Y los romanos hicieron César a
Filipo. Entonces el César Filipo llegó a un acuerdo con nosotros y, para
rescatar sus vidas, nos entregó 500.000 denarios de oro y se convirtió en
tributario nuestro. Y por esta razón hemos renombrado Mishike como
Peroz-Shapur. Y el César mintió de nuevo y perjudicó a Armenia. Entonces
atacamos el Imperio Romano y aniquilamos en Barbalissos una fuerza romana de
60.000, y Siria y las regiones en torno a Siria fueron todas incendiadas, arruinadas
y saqueadas”.
A partir de
aquí sigue la inscripción de Shapur I con la enumeración y descripción de sus
campañas contra los romanos. El texto termina así:
“Y deportamos
hombres del Imperio Romano, de tierras no iranias. Los asentamos en el Imperio
de Irán en Persia, Partia, Kuzistán, Babilonia y otras tierras donde existieron
dominios de nuestro padre, abuelos y nuestros ancestros. Descubrimos para la
conquista muchas otras tierras y ganamos fama de héroes, que no hemos inscrito
aquí, salvo por lo ya señalado. Ordenamos escribirlo para que cualquiera que
venga después de nosotros pueda conocer nuestra fama, nuestro heroísmo y
nuestro poder”.
Si se leen con cuidado las dos inscripciones, se advertirá al momento que,
pese a la diferencia aparente de los textos, ambos reyes, Darío y Shapur,
mantienen entre sí el fuerte vínculo de una misma filosofía política y
religiosa. En efecto, ambos reyes se definen como seguidores del mismo dios,
Ahura Mazda, el cual ocupa en los textos un lugar preferente; ambos ponen
también mucho cuidado en ofrecer a los posibles lectores una idea clara de su
linaje, y de la nobleza y gloria del mismo; los dos se definen también como
arios y como señores del Irán y del no Irán; ambos dan la lista de sus dominios
y muestran su poder omnímodo sobre ellos y los pueblos que los habitan; además,
hacen un relato pormenorizado de sus campañas y gestas, mostrándose como héroes
y excelentes guerreros; ambos enumeran las provincias que sus enemigos dominaban
y relatan su conquista; los dos certifican la maldad de sus enemigos, su doblez
y lo justo de su guerra contra tan pérfidos hombres; además, los dos reyes
persas sugieren en sus textos que sus acciones iban encaminadas a salvar al
Irán de las maldades de sus enemigos; constatan también que sus antepasados
detentaron la auténtica soberanía sobre las regiones que ellos han rescatado de
los enemigos; ambos, en fin, hacen protestas de humildad y dicen silenciar sus
hechos más notables, ya por un sentido de humildad y un espíritu de contención,
ya por miedo a la incredulidad de los hombres ante acciones de reyes tan
magníficos.
Una misma idea étnica. Una misma concepción imperial del poder y de la
realeza. Un mismo Dios y una misma idea religiosa. Una misma imagen del
soberano ideal. Todo eso es lo que une a la Persia de Darío con la de Artashir,
lo que vincula a la Persia que conquistó Alejandro con la que sometieron los
árabes. Y es que Ciro y Darío aportarían a los sasánidas los modelos a imitar.
Así, los reyes sasánidas reivindicarían las antiguas conquistas hechas por Ciro
y Darío, e imitarían la indumentaria, el ceremonial, las inscripciones, el arte
aqueménida… Por ofrecer un ejemplo muy significativo de esta “obsesión
sasánida” por lo aqueménida, veremos cómo los reyes sasánidas se rodean de una
guardia de élite, los zhayedan, es decir, los “inmortales”, que no sólo copiaba
el sentido, número (10.000 hombres) y nombre del antiguo cuerpo de guardias y
soldados reales de Darío y sus sucesores, sino que además vestían unos
uniformes que eran la viviente emulación de los que podían verse en los
bajorrelieves de Persépolis
.
Así que –repitámoslo una vez más– la obsesión por el gran modelo imperial
del pasado marcaría toda la historia sasánida y es la razón por la que nos
hemos detenido en narrar aquí los orígenes de dicho modelo imperial. Pero
prosigamos ahora, de forma mucho más breve, con el resto de la historia irania
hasta los días de la llegada de los sasánidas al trono del Eranshar.
*****
La segunda mitad del siglo V a.C. y la primera del IV a.C.
marcaron una cierta decadencia de Persia. Continuas sublevaciones de sátrapas y
de provincias levantiscas (la más formidable de las cuales sería Egipto),
provocaron que Persia cesara en su expansión imperial y relajara su control
administrativo directo sobre sus provincias más lejanas, favoreciendo con ello
el ascenso de la nobleza feudal irania, la cual controlaba las provincias
iranias, buena parte de los puestos relevantes en las distintas satrapías y una
parte considerable del aparato administrativo, palaciego y militar del imperio.
Artajerjes III (359-338 a.C.).
Artajerjes III conseguiría detener el proceso mediante incesantes
campañas militares y reactivando el control imperial sobre los sátrapas y la administración.
A su muerte (338 a.C.), los conflictos internos y la consolidación de un gran
poder en la frontera occidental de Persia, en el Egeo, darían al traste con sus
esfuerzos renovadores y precipitarían al Imperio Persa y a los iranios, a su
primera gran crisis imperial.
Ese gran poder surgido al occidente del Imperio Persa, no era otro, claro
está, que la Macedonia de Filipo II y de Alejandro Magno. Ya hemos señalado que
Persia y Grecia quedaron íntimamente ligadas entre sí desde que ambos mundos en
expansión, el iranio y el griego, entraron en colisión a fines del siglo VI
a.C.. Desde entonces, Grecia (o por mejor decir, los griegos) y Persia no
cesaron de intervenir constantemente en sus respectivos asuntos, intereses y
cultura, ya por la guerra, ya por la diplomacia, ya por el comercio o la
cultura.
Así, Persia, aprovechando las guerras por la hegemonía que se produjeron
en Grecia tras la II Guerra Médica, llegaría a convertirse en el árbitro de los
conflictos griegos. En efecto, el oro persa sería el factor decisivo y último
en el triunfo de Esparta sobre Atenas. Más tarde, ya en el siglo IV a.C., el
oro persa y su diplomacia derrotarían a una Esparta demasiado ambiciosa. Tras
esto, la llamada Paz de Antalcidas
(371 a.C.) consagraría a Persia como potencia garante del equilibrio político
entre las polis griegas.
2.3.
La conquista griega y la reacción de los partos arsácidas.
Pero no iba a ser un logro duradero. En el norte, Macedonia, el único
estado griego continental que había tenido una frontera terrestre con una
satrapía persa, la de Tracia, iba a vencer y a dominar al gran imperio iranio.
Filipo II (359-336 a.C.).
Este gran soberano convertiría su reino en una gran potencia militar y
económica. En victoriosas campañas, vencería a ilirios, tracios, tesalios,
tebanos, focenses y atenienses, y se impondría como hegemon (es decir, como nuevo poder hegemónico en Grecia) a las
numerosas polis griegas.
Ahora bien, Persia, cuyos intereses se proyectaban desde hacía siglos
sobre el Egeo, no podía permitir la aparición de un poder hegemónico entre los
griegos. Por otra parte, Filipo II necesitaba consolidar su reciente hegemonía
helénica y ello implicaba hacer olvidar a los griegos sus recientes derrotas
frente a Macedonia. Y ese necesario “olvido” demandaba una causa y un enemigo
común. La conjugación de estos dos factores determinaba, de forma inevitable,
el choque entre Macedonia y Persia, que Filipo preparó pero que no pudo llevar
a cabo. Su hijo Alejandro, tras volver a someter a los griegos, lo haría en su
lugar.
Alejandro Magno (336-323 a.C.).
En una serie de fulgurantes campañas que se extendieron entre 334 a.C.
(batalla del Gránico) y 330 a.C. (batalla de Gaugamela) el edificio del Imperio
iranio, levantado sobre las conquistas de Ciro y de Darío, se vino abajo.
Derrotados sus grandes ejércitos y perdidas sus provincias no iranias, Persia
se enfrentaba por primera vez en su historia con un enemigo que se disponía a
someter directamente los territorios propiamente iranios.
Entre 330 y 327 a.C., Alejandro surcaría los caminos del Irán, dominando,
una tras otra, todas las provincias iranias del Imperio de los aqueménidas. No
obstante y como haciéndose cargo de su nueva situación, tras la muerte de Darío
y su intencionada destrucción de Persépolis, Alejandro dejó de mostrarse ante
los persas como conquistador y comenzó a buscar su integración en el nuevo
imperio creado por él. En ese Imperio de Alejandro, griegos y persas debían de
compartir el poder
. En
consecuencia, Alejandro busca entroncar su poder con la dinastía Aqueménida. Y
así, tras el asesinato por los nobles persas de Darío III
(330 a.C.), Alejandro se
presentará ante los iranios como vengador del difunto rey. Con este gesto y con
su matrimonio con la hija de Darío III, Alejandro buscaba ser reconocido como
legítimo heredero de Darío III y por lo tanto, como continuador de las glorias
aqueménidas.
Por lo mismo, Alejandro restaurará la tumba de Ciro II el Grande en
Pasargarda y tomará a este gran rey como su modelo. Adoptará varios de los símbolos
y atributos de la realeza y soberanía persas, llegando a usar el ceremonial
persa de la corte aqueménida, incluida la proskynesis
(odiosa para los griegos) y haciéndose coronar con la corona imperial persa, la
diadema perlada, la futura Stema de
los emperadores romanos y bizantinos. Alejandro levantará también tropas
persas, armándolas y entrenándolas al modo griego. Se servirá de la
administración aqueménida para gobernar su imperio y confiará a nobles persas
el gobierno de importantes provincias y ciudades, así como de departamentos de
la administración. Para que la fusión entre griegos y persas fuese completa,
Alejandro promoverá los matrimonios mixtos y las alianzas entre la nobleza
macedonia y la irania. Así empuja a sus generales a contraer matrimonio con
nobles persas y llega a celebrar, durante las famosas bodas de Susa, ceremonias
multitudinarias de matrimonio entre soldados griegos y mujeres persas.
Tras el sometimiento del Irán oriental, su nuevo matrimonio con una
princesa irania (esta vez con la hermosa Roxana) y su campaña india, Alejandro
tenía dispuestas las bases para consolidar su nuevo imperio greco-persa. Su
prematura muerte dió al traste con aquella fascinante posibilidad, volviendo a
dejar a griegos e iranios frente a frente.
En efecto, aunque Seleuco I se hiciera con el poder en las viejas
provincias persas tras las incesantes guerras entre los Diádocos, aunque
estuviera casado con una princesa persa, Apama, aunque el hijo de esta noble
irania, Antioco I, ascendiera a la muerte de su padre al trono seleúcida,
griegos y persas volvían a batallar
. En
Atropatene, en la Media superior, el noble persa Atropanes logró levantar un
nuevo reino iranio. Más al este, los parnos, una belicosa tribu de nómadas
iranios, comenzó a tantear la frontera nororiental del Imperio seléucida, hacia
el 280 a.C., e inició su instalación en la provincia de Partia, de cuyo nombre
tomarían esos nómadas iranios su nueva denominación: partos. En fin, en todas
partes del Irán surgen sublevaciones y levantamientos contra los griegos.
Cierto es que éstos logran echar raíces en el país, docenas de ciudades
griegas, o por mejor decir, helenizadas
,
florecen en el Irán de fines del siglo IV y del III a.C., y miles de colonos y
mercenarios griegos se establecen en ellas, haciendo surgir a su paso un
helenismo iranio; pero en lo sustancial, el Irán permanece fiel a sí mismo y
dispuesto a sacudirse la dominación extranjera.
A mediados del siglo III a.C., la sublevación del reino greco-iranio de
Bactriana y el surgimiento del primer Reino parto por obra de las conquistas de
Arsaces I, fundador de la dinastía arsácida
,
anuncian ya el fin del imperio griego de los seléucidas.
Lenta pero imparablemente, los iranios, agrupados bajo los estandartes de
los arsácidas
, van destruyendo el poder
seleúcida. Hacia el año 141 a.C., los partos expulsan a los griegos de las
provincias de Media y Persia, y en el 125 a.C. derrotan por completo a los
últimos grandes ejércitos seleúcidas y logran controlar la totalidad de
Mesopotamia, asentando sus reales en Ctesifonte, junto al Tigris y frente a
Seleucia de Babilonia, la gran ciudad helénica de Mesopotamia.
No obstante, el dominio griego no había sido estéril. Los partos, que se
habían establecido en el Irán oriental como adalides del zoroastrismo y de las
esencias iranias frente al dominio griego, pasan, tras su conquista de
Mesopotamia, a querer ser representados como restauradores de los aqueménidas,
pero a la par desean también ser percibidos como defensores y amigos del
helenismo. Esta doble faz de los arsácidas sería su gloria, pero también su
perdición, pues el “nacionalismo” iranio puesto en marcha por los sasánidas
aprovecharía ese filohelenismo arsácida y el origen bárbaro, no puramente persa
de los arsácidas, contra los soberanos partos.
Partia quería ser la heredera de los aqueménidas, pero los partos no eran
sino bárbaros para muchos persas. Además, pronto surgió otro reino iranio en el
Irán oriental que socavó el poder parto: los kuchana.
Se trataba de un pueblo iranio que invadió Sogdiana y
Bactriana a mediados del siglo II a.C. desplazando hacia la India a los
soberanos griegos de la Bactriana
.
Este desplazamiento hizo que el helenismo permeara aún más a la civilización
india y al budismo, provocando un arte y una brillante renovación del
pensamiento hindú, algunos de cuyos magníficos frutos serían el arte
greco-budista o de Gandara y las archiconocidas
Cuestiones del rey Menander, uno de los textos cúlmen de la
literatura budista, cuya estructura y contenido están ampliamente influenciados
por los
Diálogos platónicos
.
Los kuchana, mezcla heterogénea de diversas tribus nómadas iranias y
tocarias de lengua indoeuropea, cuyos pueblos aparecen en las fuentes chinas
como los Yuesth-ti, Wu-Sun y Tukara
, no
tardarían en seguir el camino de los derrotados reyes greco-bactrianos e
invadirían el norte de la India. Formaron así un gran imperio que,
extendiéndose entre el Mar de Aral y los aledaños occidentales del valle del
Ganges, y entre el Oxus (actual Amu Daria) y el valle de Fergana, en el actual
Turquestán chino, mezclaba en su interior lo iranio, lo indio y lo griego, a la
par que controlaba el comercio de la ruta de la seda y privaba a los partos del
prestigio de ser la única potencia irania.
Sin los recursos del Irán oriental, sin el control directo de las grandes
rutas de comercio con el Oriente, Partia no podía disponer del poder necesario
para imponerse al levantisco mundo de los señores feudales iranios. El Irán
siempre había sido un mundo regido por grandes familias nobles, pero mientras
que los aqueménidas habían logrado en sus etapas de gloria compaginar sus
intereses con los de los grandes nobles iranios, los partos, sin el prestigio
ni los recursos de los antiguos reyes aqueménidas, no lograron sino colocarse,
en los peores momentos, en una situación de
primus inter pares, y en los
mejores, en el papel de déspotas orientales. Instituciones arsácidas como el
senado o asamblea de nobles, o como el consejo de sabios y magos
,
hubiesen sido impensables en el Irán aqueménida, como también lo serían en el
posterior Irán sasánida. La fuerza de las grandes familias nobles dentro del
Imperio parto (como las de los Suren, los Mihran o los Karen
)
tampoco tenía paralelo con la época aqueménida. Por el contrario y en este
caso, el del gran poder de las grandes familias nobles dentro del imperio, los
arsácidas y los sasánidas, sí tuvieron entre sí claros nexos y líneas de
continuidad.
Todo esto dibujaba una situación claramente distinta a la que se había
esbozado en el Eranshar de los aqueménidas. Una situación que, cuando las
derrotas ante Roma comenzaron a ser más frecuentes y devastadoras (esto es,
durante el siglo II d.C.), llevó a los partos a la desesperación
.
2.4. La larga disputa de Roma y Partia por Oriente.
En efecto, al occidente, Roma se había hecho con la hegemonía
sobre el Mediterráneo. Aquella ciudad latina, inmersa en un largo proceso de
helenización iniciado en el siglo VI a.C., había logrado someter toda la
península itálica a su dominio, derrotar a griegos y cartagineses y, a
continuación, someter y luego conquistar por completo al Oriente helenístico
surgido tras la muerte de Alejandro y de las luchas entabladas entre sí por sus
generales.
En efecto, ya en Cinoscéfalos (198 a.C.) los romanos derrotan a los
macedonios
y poco después, en
Corinto, ante los enviados de las ciudades griegas, Roma demostraba su
filohelenismo proclamando la libertad de las polis de la Hélade. Roma se metió
de lleno en Oriente, interviniendo, primero, en los conflictos entre las ligas
y ciudades griegas; más tarde, adoptando una política de dominio y hegemonía
sobre los reinos helenísticos. Por último, pasando a la conquista sin más. Así,
en 188 a.C., tras derrotar por completo al más poderoso estado helenístico, el
Imperio Seleúcida, lo confinó a la condición de potencia de segundo orden,
mientras que Pérgamo, Bitinia y Egipto se iban sumiendo cada vez más en una
posición de vasallos o satélites de la poderosa república latina. Y en Grecia
propiamente dicha, Rodas, Etolia, la Liga del Peloponeso, Atenas y Esparta, no
eran sino molestos vecinos en continua disputa y a los que se comenzaba a ver
como a posibles provinciales del naciente Imperio.
Así fue. En 168 a.C., Macedonia fue de nuevo derrotada y convertida en
cuatro repúblicas subordinadas a Roma. Veinte años más tarde, en 149 a.C., las
ciudades griegas cometerían el error de enfrentarse a la nueva potencia
filo-helénica. De manera que en 146 a.C., tras la destrucción de Corinto,
Grecia pasaría a ser provincia romana junto con la también rebelada y al
momento de nuevo debelada, Macedonia. En 125 a.C. le llegó el turno a Pérgamo;
en el 65 a.C., al reino Seleúcida, y por fin, en el año 30 a.C., al Egipto de
los Lágidas.
Grecia y el Oriente helenístico, el mundo surgido tras Alejandro, se
integraba dentro del nuevo mundo romano
. Y
así, a lo largo del siglo I a.C., Roma y los iranios quedaron frente a frente.
Fue precisamente en los territorios fronterizos entre ambos mundos a los que
antes hemos aludido, donde se iniciaron los primeros choques entre Roma y el
iranismo. En efecto, alrededor del año 100 a.C., Mitrídates del Ponto, rey de
una antigua familia de la nobleza persa que reinaba sobre un reino a caballo
entre el helenismo y el iranismo, había creado un imperio en Asia Menor
. El
choque con Roma fue inevitable y se prolongó a lo largo de más de tres décadas.
Tras las guerras mitridáticas, Roma se enfrentó a otra potencia
semi-irania: la Armenia de Tigranes el Grande. Los armenios habían surgido de
la mezcla de los antiguos urarteos (descendientes de los hurritas), con los
pueblos de estirpe tracio-frigia que llegados en diferentes oleadas a la región
de la futura Armenia, entre los siglos XII y VII a.C., terminaron por imponer
su lengua a los nativos del país. Armenia había sido conquistada por Ciaxares y
formado parte del Imperio medo. Con Ciro pasó al dominio persa y es en concreto
en la inscripción de Darío en Beistún, donde aparece por primera vez en la
historia el nombre de Armenia, la decimotercera satrapía del Imperio Persa. Con
los persas se inició un fuerte proceso de iranización del territorio: la
nobleza del país adoptó numerosas costumbres y maneras persas y los sátrapas
persas llegados a Armenia favorecieron este proceso de aculturación.
Alejandro Magno, tras su conquista del Imperio Persa, apenas si había
esbozado sobre Armenia un dominio nominal y tras su muerte, ésta se configuró
como reino independiente y así se mantendría frente a los seleúcidas a lo largo
de todo un siglo (322-222 a.C.) hasta que éstos lograron someterlo a su poder.
Fue un dominio breve, pues el avance parto a través del Irán y la creciente
debilidad de los seleúcidas tras su derrota frente a Roma en 188 a.C.
favorecieron los deseos de independencia de los armenios que, divididos en dos
reinos –Armenia mayor y Armenia menor– fueron agraciados con la independencia
hacia el año 188 a.C. Sin embargo, pronto Armenia volvió a reunirse en un único
reino que, gracias al cada vez mayor prestigio de los arsácidas partos, vio renovadas
en su interior las viejas influencias iranias.
Armenia, que dominaba los caminos entre Asia Menor, el Cáucaso, el Caspio
y el norte del Irán, ocupaba una posición central en el cercano Oriente; de ahí
que, como todo cruce de caminos que se precie, constituyera un país de
confluencia cultural. Iranismo, helenismo y las viejas tradiciones autóctonas
se entremezclaban en la Armenia que se toparon los romanos en la década de los
setenta del siglo I a.C. El rey armenio era en esos años Tigranes I el Grande y
con él Armenia se transformó en un imperio. Tigranes derrotó a los partos,
conquistó grandes porciones de la Albania caucásica y de Iberia, se anexionó
parte de Capadocia, conquistó Comagene, Osrhoene, Sofene y Adiabene; sitió
Antioquía y se disponía a hacerse con lo que quedaba del Imperio seleúcida en
Siria cuando aparecieron las legiones de Lúculo en sus fronteras.
Tigranes I reunió lo que pudo de sus dispersos ejércitos y marchó contra
Lúculo, quien se había detenido ante Tigranocerta, la capital de Tigranes, para
tomarla. Tigranes intentó romper el asedio de su capital, pero fue derrotado.
No obstante, en compañía de su suegro, Mitrídates del Ponto, Tigranes pudo
retirarse a las montañas y hostigar a los romanos hasta que éstos, en retirada
hacia Capadocia, se vieron gravemente dañados por los ataques conjuntos de
Tigranes y Mitrídates. Tigranes volvió a reconstruir su Imperio, pero por poco
tiempo, ya que Pompeyo Magno tenía el encargo del Senado de terminar lo que
Lúculo había iniciado: el sometimiento definitivo del Ponto y de Armenia
.
Pero Pompeyo haría mucho más que eso: derrotó al Ponto y a Armenia, aunque
permitió al viejo Tigranes seguir gobernando una Armenia disminuida como
vasallo de Roma; pero se anexionó además, la Siria Seleúcida e impuso un férreo
vasallaje a todo el Oriente helenístico y a la Judea macabea.
La derrota de los armenios y la anexión de la Siria seleúcida, provocó
que Roma y el Imperio parto de los arsácidas terminaran por tener una frontera
común y por quedar, definitiva y directamente al fin, frente a frente.
En el siglo I a.C., cuando Sila llegó cerca de la frontera de Partia con
sus legiones tras derrotar a Mitrídates, Partia y Roma habían llegado a un
acuerdo amistoso que situaba en el Eúfrates la frontera entre las esferas de
influencia y dominio de ambos imperios. Pero lo que era aceptable cuando ambas
potencias estaban lejos de tener un control total de las regiones que se
extendían entre sus dominios efectivos, era inaceptable tras las conquistas de
Pompeyo y la definitiva expansión parta hacia Occidente. El fin de los
seleúcidas y de la Armenia imperial de Tigranes, habían echado abajo los
últimos muros que se interponían entre las ambiciones de Partia y Roma, y con
el derrumbe de esos muros también se venía abajo cualquier posibilidad de que
ambas potencias pudiesen coexistir pacíficamente.
Ahora ambos imperios, en plena fase expansiva, poseían una frontera común
y sobre todo, intereses contrapuestos. Roma, al anexionarse los restos del
imperio Seleúcida y siendo fiel a su filohelenismo, se veía en la obligación
ante sus nuevos y helenizados súbditos orientales, de presentarse ante ellos
como defensora del helenismo frente a la renaciente Persia arsácida. Además, la
conquista de Siria y de Asia Menor implicaba la necesidad de que, o bien se
dominara Armenia y Mesopotamia, o bien se impidiera el dominio de una gran
potencia sobre ellas. Ninguna de esas dos posibilidades eran factibles hacia el
año 65 a.C., pues Roma no sólo no controlaba Mesopotamia y Armenia, sino que la
destrucción del gran reino armenio de Tigranes
por Pompeyo apartaba del camino de Partia el último obstáculo para
consolidar su dominio sobre Mesopotamia y extenderlo sobre Armenia en cuanto
ello fuese posible. Una vez logrado esto, Partia, como sucesora de la vieja
Persia aqueménida y vencedora de los seleúcidas en el Irán y la Mesopotamia,
aspiraba a conquistar Siria y lograr así la siempre codiciada salida al mar
Mediterráneo. La guerra entre ambos imperios era pues inevitable y de nuevo,
bajo la autoridad de dos pueblos subyugados por sus culturas y tradiciones, la
helenizada Roma y aquemenizada Partia, helenismo e iranismo, volvían a
disputarse el dominio hegemónico sobre el Oriente y el Mundo Antiguo.
Para entonces, Roma se había hecho con un imperio en Occidente. Primero
en Hispania y luego en la Galia, las legiones romanas conquistaron nuevas
provincias en las que el helenismo llegaba revestido de lengua y esencias
latinas, pero que no por ello dejaba de echar raíces y de dar nuevos frutos. Lo
que Grecia había esbozado y planteado, Roma lo llevaba a cabo y lo hacía sin
renunciar a sí misma. Roma era helenismo, pero iba mucho más allá de lo que
éste había ido. Roma completaba a Grecia y la prolongaba hacia lugares que
Grecia nunca hubiera alcanzado por sí misma. Las aportaciones y creaciones
romanas en los campos del arte militar, de la arquitectura y de la ingeniería,
de la ideología política y social, del derecho y de la administración, de la
economía… su cuidadoso cultivo de la lengua latina, su fe en sí misma y en su
“misión civilizadora”, hicieron de Roma un Imperio universal, el único poder
capaz de lograr la unificación de los países de la cuenca mediterránea. Nadie,
ni antes, ni después de Roma, ha logrado otro tanto.
Fue justo en este momento en el que Roma acababa de completar y ampliar
lo que el helenismo había esbozado sobre el Mediterráneo, cuando Roma y Partia,
como renovando el viejo e interminable debate entre griegos y persas, entre
seleúcidas y arsácidas, volvían a guerrear por el control de las tierras que
circundan las riberas orientales del Mediterráneo y las márgenes del Eúfrates.
En efecto, Craso, uno de los famosos triunviros, se lanzó contra la
frontera parta en el año 53 a.C., sufriendo una derrota
.
Miles de soldados romanos quedaron tendidos sobre las estepas que rodeaban
Carras
y
varios miles más fueron arrastrados como colonos y esclavos hacia las lejanas
provincias orientales de Partia. El triunviro y su hijo fueron muertos, y no
pocas de las águilas y estandartes de las siete legiones romanas, de los cuatro
mil jinetes auxiliares y de los ocho mil arqueros sirios que componían el
ejército romano derrotado por los partos, terminaron como trofeos en los
templos y palacios arsácidas.
El vencedor de los romanos, autor de la victoria irania sobre los nuevos
aniran del oeste (los romanos), pertenecía a una vieja familia feudal irania
que hundía sus raíces en la Persia aqueménida. Dicha familia había sabido
sobrevivir a la conquista de Alejandro y al dominio seleúcida sin perder sus
privilegios y posesiones, y se había incorporado al nuevo Imperio iranio de los
partos ocupando en él una posición privilegiada que les convertía
hereditariamente, en jefes militares de los grandes ejércitos partos y en
detentadores del privilegio de coronar con sus manos a los reyes arsácidas.
Esta familia era la de los Suren, los cuales –como
ya dijimos– supieron sortear la caída
de los arsácidas y ocupar una posición de privilegio en el nuevo Imperio iranio
de los sasánidas y sobrevivir a éstos tras la conquista islámica. El ilustre
miembro de tan vetusta familia, que tuvo el mérito de vencer a Roma y detener
su expansión en el Oriente, se llamaba Rustam Suren-Pahlav y era general en
jefe de los ejércitos del Irán. De hecho Surena –como fue llamado por los
autores griegos y latinos que narraron el desastre romano de Carras– era el
verdadero dueño de Partia. A él debía el rey parto Orodes el trono y la vida, y
en su mano había puesto Orodes los ejércitos de todo el país. De manera que
Surena aparece en las inscripciones arsácidas y en la tradición sasánida
posterior, como Spahbodh Rustam Suren-Pahlav; es decir, Rustam Suren Pahlav,
general de los ejércitos del Irán.
Surena no pudo disfrutar de su triunfo mucho tiempo. Su rey Orodes, tras
firmar la paz con Armenia y trabar con ella una alianza dinástica, se dispuso a
invadir la Siria romana. Los ejércitos partos cruzaron el Eúfrates, pero Orodes
desconfiaba de su triunfante general Rustam Suren y decidió asesinarlo. Con
ello salvó a Siria y al Oriente romano, pues, sin la genialidad táctica de
Surena, los ejércitos del rey Orodes no eran ya rivales para las legiones
romanas y éstas, aunque muy disminuidas tras la gran derrota de Carras,
consiguieron rechazar a los partos y obligarles a cruzar de nuevo el Eúfrates.
Los arsácidas no pudieron sacar pues, mucho rédito de su gran victoria, excepto
el de arrebatar Armenia de la esfera de influencia romana y trasvasarla a su
propia esfera de poder, pero a cambio se hicieron con un terrible enemigo en el
interior de su reino. La poderosa familia de los Suren recordaría siempre aquel
agravio de los arsácidas, el asesinato de su afamado miembro, Rustam Suren, y
cuando Artashir, el primer sasánida, se levantara contra Partia, los Suren le
prestarían su apoyo
.
Roma no tardó mucho en responder al desafío parto que significaba Carras.
Ya en el año 44 a.C., César se hallaba organizando una nueva expedición contra
Persia cuya misión sería la de vengar a Craso y conquistar todo el Imperio
parto. Pero César fue asesinado y el ejército por él reunido contra Partia
acabó destinado a luchar en las guerras civiles y no a dominar el Oriente.
Mientras tanto, Partia consolidaba su dominio sobre la alta Mesopotamia y
Armenia, y tanteaba continuamente las fronteras de la Siria romana. Las guerras
civiles que estallaron en Roma tras el asesinato de César le dieron, además,
una nueva oportunidad para hacerse con el control de todo el Oriente. En
efecto, Bruto y Casio, enfrentados a Octavio y Marco Antonio, enviaron a Partia
una petición de auxilio. El rey parto firmó con ellos una alianza y les envió
oro. Labieno, el embajador de Bruto y Casio en la corte arsácida, planeaba
también obtener soldados partos, pero la derrota de Filipos, en la que Bruto y
Casio fueron derrotados y muertos, transformó a Labieno en un exiliado. No se
alteró por ello y, poniéndose al servicio de Partia y con un ejército en el que
él y el joven príncipe parto Pacoro actuaban como generales, invadió Siria y
Asia Menor. En brevísimos meses, Siria, Capadocia, Ponto, Cilicia, Asia… fueron
domeñadas por los ejércitos partos de Labieno y Pacoro. Partia parecía a punto
de coronar su sueño y de revivir las glorias aqueménidas. Pero al cabo, los
romanos se rehicieron y derrotaron a Labieno y Pacoro. Tras esta nueva victoria
romana, el Eúfrates volvió a su condición de límite entre dos imperios, entre
dos mundos que se acechaban mutuamente.
Ante esta situación, Marco Antonio, uno de los triunfadores de Filipos, y
que se había hecho con el dominio de la parte oriental del Imperio Romano, se
dispuso a engrandecer su nombre y a reforzar su posición frente a su ambicioso
aliado, Octavio, logrando derrotar y conquistar a Partia. Marco Antonio
conduciría su ejército contra Partia al igual que antes lo hiciera Craso. Pero
mejor estratega que aquél, no abordaría el territorio parto desde el Eúfrates,
donde la caballería arsácida sería superior a su infantería romana, sino por
las montañas de Armenia. Así fue como los romanos llegaron hasta la Media
Atropatene
y con ello tocaron por
primera vez suelo propiamente iranio. Pero Marco Antonio tuvo que retirarse y
en su periplo por la Media y la Armenia sufrió cuantiosas bajas, quedando su
prestigio mermado en la empresa oriental de conquista que había concebido.
Partia estaba resultando ser una conquista difícil para Roma. Así lo entendió
Octavio, el cual, tras vencer a Marco Antonio en la batalla de Actium (31 a.C.)
y anexionarse Egipto a su imperio, decidió dejar a un lado los planes de
conquista de Partia diseñados por su difunto tío, César, y alentados por buena
parte de la opinión pública de la Roma de su tiempo, y buscar un acuerdo con la
potencia irania.
Lo logró y con ello, tras un periodo de casi treinta años de guerra con
distintas alternativas, Roma y Partia se reconocían como grandes potencias y se
dividían el dominio del Oriente. Roma retendría Siria, Palestina y Asia Menor;
Partia tendría a su vez el dominio sobre Armenia y Mesopotamia. Pero la
geopolítica no estaba de acuerdo con aquellos deseos de paz. Repitámoslo: la
seguridad de Mesopotamia y el Irán, exigían el dominio de Armenia y Siria;
mientras que, por su parte, la posesión de Siria y Asia Menor sólo podían
afianzarse mediante la conquista o subordinación de Armenia y la alta
Mesopotamia.
En el siglo I d.C., en tiempos de Nerón, la guerra volvió a encenderse
entre ambas potencias y de nuevo fue Armenia el motivo de la guerra. Corbulón,
un eficaz general, logró varios triunfos para Roma, pero en última instancia la
situación quedó estancada
.
Este estancamiento terminaría con la elevación al trono armenio de un arsácida,
lo cual era un triunfo para Partia, pero conservando el reino armenio su
autonomía, lo cual era una pobre garantía para Roma. Así que ninguna de las dos
potencias había satisfecho por entero sus aspiraciones.
A inicios del siglo II d.C. la rivalidad entre Partia y Roma permanecía
abierta y en espera de un desenlace. Fue en esos mismos años cuando la
rivalidad entre ambas potencias tomó un giro inesperado. Su autor sería Trajano
(98-117 d.C.). Éste comprendió magistralmente (como lo hizo antes que él César)
la verdadera cuestión que se ventilaba en las fronteras orientales de su
Imperio: que sólo el dominio efectivo sobre Armenia y Mesopotamia podía
asegurar, a la larga, no ya la pervivencia de la dominación romana sobre Siria,
Palestina, Egipto y Asia Menor, sino la propia independencia económica y
militar de Roma. Si Partia llegaba a transformarse en algo más que un conjunto
mal avenido de reinos vasallos de los arsácidas o era sustituida por un nuevo y
más centralizado reino iranio (como acabaría sucediendo cien años después de
Trajano cuando los sasánidas sustituyeron a los arsácidas) Roma se vería en la
disyuntiva de, o ceder el Oriente a los iranios y perder con ello sus bases
económicas y militares, o guerrear continuamente a un nivel y de una forma como
no se había visto obligada a hacerlo desde los días de sus guerras contra
Cartago. La situación podía llegar a ser especialmente crítica si a la par que
se consolidaba una nueva potencia irania en el Oriente o se reafirmaba el poder de los partos, surgiera en las
fronteras danubianas o renanas del Imperio, un poder militar destacable. Y eso
era precisamente lo que estaba sucediendo en los días de Trajano y lo que
sucedería cien años más tarde cuando los sasánidas sustituyeron a los arsácidas
y los germanos despertaran a la historia.
Cuando Trajano llegó al poder, el reino dacio de Decébalo, en el Danubio,
estaba conformándose como un poder capaz de desafiar a Roma y si ésta se veía
en la coyuntura de tener que luchar contra dos grandes potencias en los dos
frentes a la vez, el danubiano y el oriental, era bastante posible que fuera
derrotada, o que el esfuerzo que tuviera que realizar para salir airosa de tan
peligrosa situación, fuera excesivo. Pero Trajano disponía de una concepción
realmente universal de su imperio. En su época, el gran comercio romano se
dirigía hacia Oriente: de allí venían sedas, piedras preciosas, especias,
frutas y productos exóticos, marfiles, tapices y brocados, perlas, perfumes,
etc, en fin, todas las materias preciosas que Roma demandaba y que eran
elaboradas o reelaboradas en los talleres de las ciudades de Siria, Egipto y
Asia Menor. Así, por ejemplo, la seda china no se vendía en bruto o tal como venía
tejida desde China, sino que era destejida y de nuevo tejida en los talleres de
Cos, Sardes o Tiro, con el objeto de lograr adaptarla al gusto, calidad y
diseño exigidos por los compradores del Imperio Romano. De manera que el
comercio con el Oriente no sólo implicaba el sostenimiento de una gran
actividad comercial, sino también de una fuerte actividad artesanal o fabril.
Todo eso entrañaba riqueza y por supuesto, ingresos para Roma y sus arcas
públicas; pero también, el gasto de mucho oro.
En efecto, Partia dominaba los caminos del comercio oriental de Roma y
ésta debía de pagar grandes sumas en las aduanas partas; estas sumas y las que
debían de entregarse a cambio de recibir las preciadas mercancías orientales,
se abonaban en oro. Plinio el Viejo estimaba, allá por el año 75 d.C., que Roma
enviaba a Oriente todos los años como pago por su comercio oriental, no menos
de 100.000.000 de sestercios
,
esto es 4.000.000 de denarios de oro. Tan formidable salida de numerario
desequilibraba las finanzas del Imperio y ponía en riesgo su seguridad, ya que
buena parte de ese oro iba a parar
–como
ya hemos dicho
– a las arcas
arsácidas. De manera que los ejércitos del soberano parto estaban, en no poca
medida, financiados por el oro romano. De hecho, los reyes partos necesitaban
ese oro, ya que, enfrentados continuamente a las grandes familias iranias,
dependían de los tributos de las ciudades y del oro de las aduanas para armar
sus ejércitos y mantener su posición hegemónica frente a las otras grandes
familias nobles del Irán.
Trajano se dispuso a acabar, con orden y habilidad, con aquella extraña y
peligrosa situación. En primer lugar se enfrentó a Dacia. En dos guerras
consecutivas entre sí e igualmente victoriosas
,
acabó con aquel peligro latente para la seguridad de las posesiones danubianas
de Roma. Además, la posesión de Dacia traía consigo la de sus ricas minas de
oro, y eso, en un momento en que las tradicionales fuentes romanas del precioso
mineral
–las minas de oro de
Hispania, Retia, Galia y Tracia
– comenzaban
a agotarse y en el que el comercio oriental de lujos sangraba anualmente las
reservas áureas del Imperio, era especialmente importante para Roma.
En segundo lugar, Trajano se dispuso a controlar todas las vías del
comercio romano con el Oriente
. Y
es que en sus días, al igual que a lo largo de toda la Antigüedad y de la Edad
Media, existían cinco grandes vías comerciales que enlazaban el Mediterráneo y
Europa con el Oriente más lejano, India y China
.
Estas rutas eran:
1) la ruta central terrestre, la mítica y conocida
Ruta de la seda. Se había abierto por mor de las conquistas chinas
en Asia central durante los siglos II y I a.C. y consolidado con la aparición
del Imperio kuchana y el afianzamiento en Oriente de Partia y Roma
. Por
primera vez en la historia, cuatro grandes imperios, el romano, el parto, el
kuchana y la China de los Han
,
controlaban todas las tierras civilizadas y agrícolas que, como un cinturón de
civilización, se extendían entre el Atlántico y el Pacífico, dando con ello una
seguridad y facilidad al comercio como nunca antes se había visto y como pocas
veces después se vería. Fruto de esa seguridad y estabilidad de las rutas de
comercio terrestre asiáticas, fue el que esta gran vía comercial, la Ruta de la
seda, fuera en tiempos de Trajano la más utilizada por el comercio de lujo
oriental. Arrancaba en Lo Yang, la capital de la China Han y desde allí, por
las vías caravaneras que salían de China y del norte de la India, avanzaba por
Asia central y se internaba en el Irán, para llegar a Mesopotamia y, subiendo
por el Eúfrates o por Armenia, desembocar en las ciudades de la Siria romana.
2) la segunda ruta central era marítima y partía de los puertos indios de
la desembocadura del río Indo, así como también y sobre todo, desde Barigaza
(activo puerto marítimo en la costa india de Malabar) y Taprobana (nuestra
Ceilán) para luego, costeando las costas de Gedrosia, Aracosia y
Carmania, atravesar el estrecho de Ormuz y adentrarse en el Golfo
Pérsico. Desde allí abordaba los puertos del sur de Mesopotamia, desde donde,
uniéndose a la ruta central terrestre, alcanzaba al cabo y por tierra, la
frontera romana.
3) la tercera vía comercial era la del norte, que en época de Trajano era
la menos importante. Esta ruta atravesaba directamente desde China las estepas
y montañas situadas al norte de los mares Aral, Caspio y Negro, para terminar
su recorrido en los puertos griegos del reino greco-iranio del Bósforo cimerio,
en las costas de Crimea y el Mar de Azov.
4) muy hacia el sur de allí se hallaban las rutas que, partiendo desde
puertos egipcios del Mar Rojo, como Mos-Hormos, Arsinoe y Berenice, llevaba
hasta el estrecho de Adén atravesando el Mar Rojo y desde allí, hasta Barigaza
y Taprobana. Desde estos puntos salía no sólo el tráfico de los productos
indios, sino también una parte considerable del chino, el cual llegaba por vía
marítima a los puertos indios y cingaleses.
Esta ruta marítima, la única que estaba realmente abierta al comercio
romano sin que éste tuviera que afrontar el pago de gravosas aduanas, había
sido abierta por los navegantes del Egipto tolemaico, alrededor del año 100
a.C. cuando, al parecer, los navegantes lágidas descubrieron el comportamiento
cíclico de los monzones y con ello, el arte de la navegación por el Océano Índico
.
5) por último, el incienso, la mirra y una parte del comercio oriental y
del África negra llegaban a Roma por vía terrestre y atravesando Arabia. Los
comerciantes del sur de Arabia se hacían a la mar hasta India y traían desde allí
sus productos y los de China, para, engrosándolos con su mirra e incienso y
con los marfiles, el oro, las pieles y
maderas exóticas traídas por ellos desde la costa somalí y Abisinia, enviarlas
por caravana, a través de los caminos del Hedjaz, hasta alcanzar Petra y
Bostra. Estas ciudades pertenecían al reino de los árabes nabateos, los cuales
extendían sus dominios sobre las tribus que habitaban, a lo largo de la
frontera meridional del Oriente romano, desde el Mar Rojo hasta los arrabales
de Damasco. Por supuesto, los nabateos cobraban cuantiosas sumas a los
mercaderes romanos en concepto de aduana.
Como puede apreciarse a poco que se medite sobre las rutas de comercio de
Roma y el Mediterráneo con el Oriente, Arabia y el África oriental en tiempos de
Trajano, Roma sólo era independiente –comercialmente hablando– en una de las
cinco rutas: la del mar Rojo; las otras cuatro eran dominadas por otros
estados, bien por Partia, que controlaba directamente las dos rutas centrales,
las más importantes; bien por el reino del Bósforo cimerio, o bien por el Reino
nabateo.
Ya hemos señalado que Roma gastaba mucho en ese comercio con el Oriente y
que no sólo era una cuestión de lujo y pompa para la economía del Imperio, sino
que el comercio oriental era esencial en el mantenimiento de las ricas
industrias de las ciudades sirias, minorasiáticas y egipcias. Muchas de esas
ciudades dependían, si querían seguir siendo prósperas, del mantenimiento de
ese comercio oriental y Roma dependía, a su vez y en no poca medida, de la
prosperidad del Oriente. Era pues una auténtica cuestión de estado la que se
presentaba ante cualquier gobernante romano que tuviera la sensatez y el arrojo
de planteársela: la prosperidad y seguridad del Oriente romano y, por ende, de
todo el Imperio, no sería completa, ni estable si no se lograba la
independencia comercial de Roma frente a Partia.
Trajano tuvo esa sensatez y ese arrojo. Tras la primera guerra dacia,
presionó de tal manera sobre el reino árabe de los nabateos que éstos no
tuvieron más remedio que aceptar lo inevitable: la anexión de la Arabia nabatea
por Roma. Con ello Trajano se hacía con el control de las rutas del incienso y
de la mirra, con el monopolio de los productos africanos y con una nueva tajada
del comercio oriental. De la misma manera que en el caso de los nabateos, los
habitantes del reino del Bósforo cimerio, muy presionados en sus fronteras por
los belicosos sármatas, se vieron obligados a aceptar la protección de Roma y
con ello Trajano se hizo con el control de la ruta del norte.
En pocos años, Roma había pasado de tener un papel subordinado en el
comercio oriental, a controlar tres de las cinco rutas de comercio con el
Oriente. Pero aún quedaban las dos rutas centrales, las más importantes, que
eran controladas por Partia. Ésta, tras la destrucción del reino dacio de
Decébalo, era la única amenaza organizada y de entidad que podía ya inquietar a
Roma. Comercio y seguridad estratégica hubiesen podido ser los lemas de
Trajano, y se atuvo a ellos con fidelidad durante todo su reinado. Y así, con
Armenia como pretexto, Trajano pasó a la ofensiva contra Partia. Ya tenía
asegurada su retaguardia, pues Dacia y los nabateos habían sido neutralizados,
y tenía también afirmada su posición económica, pues las minas de oro de Dacia
le proporcionaban el oro que necesitarían sus legiones en Partia. Mientras que
su reciente control sobre las rutas comerciales del norte y del sur con el
Oriente aseguraba que el comercio de las ciudades de Egipto, Siria y Asia Menor
no se viera afectado en exceso por el cierre de las rutas centrales de comercio
con Oriente controladas por Partia.
No tenía nada que temer: en 113 conquistó Armenia y tras esto, ya en 114,
inició la conquista del norte de la Mesopotamia partia. Luego y tras poner algo
de orden y disciplina entre las levantiscas tribus árabes de la región, Trajano
golpeó a Partia en su corazón económico: la Mesopotamia central y meridional.
En el año 115, Ctesifonte y Seleucia del Tigris, las ciudades mayores del
imperio rival, fueron tomadas por los romanos y los partos se vieron obligados
a evacuar toda Mesopotamia y a refugiarse al otro lado del Tigris, en las
estribaciones de los montes Zagros. Trajano, triunfador absoluto, se paseó por
las calles de la debelada Ctesifonte y se llevó del palacio real arsácida el
trono de oro en el que se sentaban sus reyes desde hacía trescientos años
.
Todo parecía dispuesto para la gran victoria romana y Trajano organizó
incluso las nuevas provincias romanas que debían de establecerse en los
territorios armenios y mesopotámicos. Para no dejar lugar a dudas sobre cuáles
eran algunos de los motivos esenciales que le habían movido a la guerra con
Partia, Trajano planeó convertir al puerto de Charax, en la desembocadura de
los ríos Eúfrates y Tigris en el golfo Pérsico, en el gran puerto romano del
comercio con India y China. Pero el triunfo de Trajano se truncó en el momento
crítico: los árabes del norte de Mesopotamia volvían a hostigar las rutas
militares de las legiones y los señores feudales de la región (que comenzaban a
percatarse de que el leve dominio de los partos era mucho más llevadero que la
administración romana) se levantaban en sus feudos contra los romanos. La gran
ciudad comercial de Hatra, en la Mesopotamia central, se alzó contra Trajano y
éste fue a sitiarla. Los esfuerzos del asedio, las frustraciones ante las
noticias que llegaban a su campamento y que le anunciaban de continuo nuevas
sublevaciones, el alzamiento de los judíos en Cirene y Chipre, el aumento de
los disturbios en Palestina y los renovados intentos partos por reorganizarse y
marchar contra él, motivaron, junto con el tórrido clima de Hatra, que Trajano
enfermara. Sucedía esto en el año 117 d.C. Exhausto y quebrado, Trajano
emprendió el camino de la costa y fue a morir en Cilicia.
Su sucesor, Adriano (117-138 d.C.), decidió no proseguir la política de
Trajano y se retiró de Mesopotamia. Éste consiguió para su imperio cuarenta
años de paz en la frontera oriental, pero a cambio permitió la recomposición
del Imperio arsácida y con ello preparó el camino para que, a partir del 160
d.C., Roma se viera precipitada al peor de los escenarios posibles, aquel que
Trajano había intentado impedir con sus guerras en el Danubio y el Oriente: la
guerra en dos frentes y a la par, contra enemigos formidables. En efecto, Marco
Aurelio (161-180 d.C.) y su tiempo pagaron caras la paz de los días de Adriano
y Antonino Pío, cuando sármatas, cuados y marcomanos esbozaron en el alto y
medio Danubio lo que iba a ser para Roma el siglo de las primeras invasiones,
el siglo III, precipitando al Imperio, por primera vez desde César, a una
invasión en toda regla proveniente del norte. La crisis coincidió con una nueva
guerra con la reconstruida Partia.
En efecto, el rey Vologese III de Partia se lanzó contra la frontera
romana y la rebasó por completo. Tras duras batallas, los ejércitos partos
pasaron el Eúfrates y conquistaron Siria, Palestina, Capadocia, Ponto, Cilicia
y Galatia. De nuevo parecía posible para Partia renovar el añorado Imperio
aqueménida de los días de Ciro y de Darío, aunque de nuevo se frustró dicho
sueño. Una vez más, los ejércitos romanos llegaron desde Occidente y batieron a
los partos, obligándoles a evacuar las provincias
orientales de Roma y a retroceder al otro
lado de la frontera. No se detuvieron en el Eúfrates los ejércitos romanos,
sino que, asolando Mesopotamia, llegaron a cruzar los Zagros e internarse en
Media
.
Pero en ese preciso momento de triunfo, la presión que sármatas, cuados y
marcomanos ejercían en el alto Danubio, obligaron a Marco Aurelio a suspender
la campaña oriental y a ofrecer a Vologese III un acuerdo de paz que, aunque
garantizaba la supremacía romana en Oriente, en esencia dejaba las cosas en el
mismo punto en donde habían quedado con Adriano.
El imperio logró salir airoso de la doble crisis, pero los esfuerzos
realizados para lograr tal fin fueron tan costosos que, tras Marco Aurelio,
comenzaron a resentirse las estructuras del principado romano. A partir de ahí,
la tensión no paró de crecer en la frontera oriental romana. Aprovechando la
guerra civil que siguió a la muerte del hijo y sucesor de Marco Aurelio, Cómodo
(180-192 d.C.), Partia intervino en los asuntos de Roma y tanteó, una vez más,
sus fronteras orientales. Su candidato al trono romano, Prescinio Níger, fue
derrotado por Septimio Severo (193-211 d.C.) y éste se tomó cumplida venganza
del apoyo parto a su rival. Tras reclutar tres nuevas legiones, Septimio
Severo, en una serie de formidables maniobras, logró derrotar a los ejércitos
partos, y tomar y saquear Seleucia del Tigris y Ctesifonte, las capitales
partas en Mesopotamia. Severo tuvo que abandonar la baja Mesopotamia, pero no
fue tan imprudente como Adriano y estableció el poder romano sobre la
Mesopotamia del norte, llevando las fronteras romanas hasta el alto Tigris y
asegurando así un colchón estratégico a sus provincias de Siria y Asia Menor
.
Sin embargo las victorias de Septimio Severo tuvieron un inesperado y
desastroso efecto para el Imperio Romano. Habían debilitado tanto el poder
parto y desacreditado tanto a los arsácidas, que éstos, precipitados además a
la vorágine de la guerra civil, fueron incapaces ya de controlar a sus reyes
feudatarios. Uno de ellos, Artashir, rey de Parsa (actual Fars y antigua
Pérside o Parsis), se levantó contra la soberanía arsácida, en torno al año 208
y aprovechando los problemas internos de Partia y que la atención del rey de
reyes arsácida estaba de nuevo en su frontera romana (pues el hijo de Septimio
Severo, Caracalla, creyéndose un nuevo Alejandro, deseaba conquistar Partia
), se
lanzó a expandir su pequeño reino a costa de los demás reyes feudatarios de
Partia.
Artashir sería el fundador de la dinastía sasánida y con él cambiaron,
radicalmente y para siempre, los destinos y la historia de Persia, Roma y el Oriente.
De súbito y a partir de 224 d.C., cuando Artashir derrotó severamente a los
arsácidas partos, Roma se vio ante lo que un reciente y afamado historiador ha
denominado como “una superpotencia militar”
, es
decir, un rival con suficiente capacidad militar como para derrotar y aniquilar
la hegemonía romana sobre los pueblos del Mediterráneo.
Partia había sido siempre una posibilidad amenazante; la Persia Sasánida
iba a ser una realidad temible y para poder afrontarla
–como se vio en la introducción de nuestro trabajo y tal y como
han demostrado autores como Peter Heather
– Roma tuvo que transformarse por completo.
Así fue como Roma se transformó en la Romania y en esa transformación, la
Persia de los sasánidas fue el factor desencadenante y decisivo. Parafraseando
a Henri Pirenne: sin Artashir y Shapur no hubiesen sido posibles Diocleciano y
Constantino. De ahí que el estudio de la Persia Sasánida sea indispensable para
todo aquel que quiera conocer realmente la historia del Imperio Romano entre
los siglos III y VII.
El término “ario” se usa
aquí en el sentido que le daban los pueblos del Irán y del noroeste de la
India; un sentido que está por completo desvinculado de las perniciosas
connotaciones ideológicas, políticas y raciales de las que se vio dotado por el
nacionalismo germánico de fines del siglo XIX e inicios del XX, y por el
nazismo alemán de las décadas de los treinta y los cuarenta del mismo siglo.
Para los habitantes del Irán (el antiguo, el medieval y el moderno), ellos son
los “arya” (los arios), y para ellos son igualmente “aniran” (no arios) un
alemán, un griego, un etíope, un turco o un árabe. “Arya”, ario, definía en el
mundo aqueménida, arsácida y sasánida a los integrantes de los pueblos iranios,
y en ese sentido será usado en el presente trabajo. En los años 30 del siglo
XX, cuando Reza Pahlehvi transformó el nombre de su país, Persia, en el del
actual Irán, buscaba reivindicar, ante todo, su glorioso pasado y asegurar su
posición frente a las potencias y territorios árabes y turcos que lo rodeaban;
de paso, intentaba congraciarse también con la Alemania nacionalsocialista de
Adolfo Hitler y atraerse su protección y apoyo frente a la Rusia soviética y al
Imperio Británico. Sólo en esa coyuntura política tan complicada, el término
“arya”, ario, fue usado en Irán con las mismas pretensiones y formas en que
estaba siendo usado en la Alemania de su tiempo.
Christensen, A., L’Iran…, op. cit., pp.
15-20. La
inscripción de Darío en Beistún puede consultarse en: Nelson, R., The History of Ancient Iran,
Munich,
1984, pp. 363-368; la de Naqsh-i-Rustam, parcialmente traducida al español, en:
Bengtson, H., Griegos y Persas.., op. cit., p. 16.
Irán
constituye (junto con Egipto y el antiguo régimen iraquí de Sadam Hussein) una
de las pocas naciones islámicas interesadas en la historia y cultura de su nación
antes de la llegada del Islam. Pero lo que en Egipto e Irak es interés, en el
Irán actual es pasión. El gobierno financia anualmente estudios y excavaciones
para poner en valor su pasado preislámico del que hace gala en el exterior con
continuas exposiciones. Una muestra concreta de este interés, aún de las más
altas instancias de la República Islámica del Irán, la da la entrevista que dio
su Vicepresidente con ocasión de las celebraciones en Irán del nacimiento del
poeta Ferdusi: “El Vicepresidente de Irán habla de la épica narrada en
el Shanameh como de una resistencia del pueblo persa ante la injusticia” (Teherán, Irán. IRNA. 17 de
mayo de 2007). En esa entrevista, el Vicepresidente no se
recataba, pese a su islamismo, en mostrar la pasada grandeza de su pueblo, su
radical oposición a todo lo árabe y el orgullo que sentía por pertenecer a una
nación que -según presumía- “se islamizó, pero no se arabizó”. Otra prueba del
apego del actual Irán a su pasado preislámico lo vemos en el aprecio que los iraníes
(autoridades religiosas incluidas) tienen por los Jhurganes, literalmente “casas de la fuerza”, una especie de
gimnasios tradicionales que eran ya populares en la Persia sasánida y en donde
los iraníes se ejercitan como lo hicieron los antiguos caballeros sasánidas.
Por si fuera poco, los actuales iraníes practican estos ejercicios al ritmo de
los versos de su epopeya nacional, el Libro
de los reyes, escrito por Ferdusi hacia el año 1000, en el que se habla
continuamente de los dioses, los héroes y las hazañas de los viejos días
paganos, y en el que Ferdusi, un persa musulmán, no se recató en llamar a los
ejércitos de Mahoma y de los venerados califas Abu Bark y Omar: “ejércitos de
las tinieblas”.
Hoy
día la llamada hipótesis de los kurganes, esbozada por la arqueóloga e
historiadora soviética Marija Gimbutas, es la más generalmente aceptada como
modelo explicativo de la formación de los pueblos de lengua indoeuropea y de su
posterior expansión y dispersión. Pueden consultarse numerosos trabajos sobre la
hipótesis de los kurganes en Dexter, A.R., Jones-Bley,
K., The Kurgan Culture and the
Indo-Europeanization of Europe: Selected Articles From 1952 to 1993. Washington, 1997. También es de interés la obra de F. Villar,
Los indoeuropeos y los orígenes de
Europa. Madrid, 1996, con una síntesis de los trabajos más señalados de los
últimos años. En cuanto a la formación de los pueblos
indoiranios y sus migraciones hacia el Irán y la India, vid.: Arce, J., Bajo el palio del gran rey,
Historias del Viejo Mundo. Madrid,
1994, pp. 14-28; Hambly, G., Asia Central. Madrid, 1985, pp. 20-37; Bacon, E., “Un puente entre dos mundos.
Nuevos conocimientos acerca del primitivo Afganistán”, en Historia de las Civilizaciones,
Civilizaciones extinguidas.
Barcelona, 1992, pp. 251-278. Hoy día la hipótesis de
que los indoiranios llegaron al Irán y a la India a través del Cáucaso, está en
declive.
Sobre
la llegada de los protoarmenios a la región del Ararat, su aculturación por los
urarteos y hurritas nativos, su
sometimiento por los medos y el posterior nacimiento de Armenia bajo dominio de
Ciro y de Darío vid. De Encausse, G., Armenia, un caso de transmutación y supervivencia en especial, pp.
1-7. http://www.imperiobizantino.com.
Para
la historia de Media hasta la conquista de Ciro en 550 a.C. vid. Gershevitch, I. “The Median and
Achaemenian Periods”, en The Cambridge
History of Iran, Cambridge, 1985, vol. 2; Arce,
J., Bajo el palio del gran rey..., op. cit., pp. 14-28; Bengtson, H., Griegos y Persas.., op. cit.,
pp. 2-24; Hicks, J., Orígenes
del Hombre, Los Persas (I). Barcelona, 1994, vol. 35.
Sobre el desarrollo de las técnicas hidráulicas y de irrigación en el
antiguo Irán, vid.: Goblot, H., “Dans
l’ancien Iran, les techniques de l’eau et la grande histoire”, Annales: économies, sociétés, civilisations, 18 (1962), p. 499 y ss.; sobre la influencia de las técnicas hidráulicas y de regadío persas en
la agricultura árabe: Bosworth, C. E., “Some remarks on the terminology of
irrigation practices and hydraulic constructions in the eastern Arab and
Iranian worlds in the third-fifth centuries” en, The Arabs, Byzantium and Iran. Studies in Early
Islamic History and Culture. Aldershot y Burlingtor, 2002, pp.
78-85. (yo lo encuentro como Variorum Collected Studies Series (junio, 1996), vol.529.. Ver el
del centro.
Así lo vemos en una carta
dirigida al emperador Constancio II en 360 d.C. [Amiano Marcelino: XVII.5.14]. Harto Trujillo, M.L., Amiano Marcelino, Historia. Madrid,
2002. Shapur II recordaba al soberano romano que: El poderío de mis antepasados se extendió hasta el río Estrimón y los
confines de la Macedonia... y son ellos los que reivindico para m”. Es decir, casi novecientos años después
de que Darío I hubiese sometido Tracia y los confines de Macedonia, un rey
persa sasánida que se consideraba su sucesor, reivindicaba sus conquistas para
sí. Doscientos cincuenta años más tarde, Cosroes II, en una carta dirigida al
emperador Heraclio en 622 d.C. [Sebeos: 79-80] exigía que el emperador de la
Romania le devolviera unos territorios y unas rentas: agotas mi tesoro que está entre tus manos, le recriminaba el rey persa a Heraclio, aludiendo a que sólo él
tenía derecho a ellos como sucesor de los Aqueménidas. Para Cosroes II,
Heraclio no pasaba de ser un mero jefe de bandidos que le había arrebatado una
parte de lo que era suyo por derecho y por lo tanto, la guerra que Cosroes II
mantenía contra la Romania era una guerra de restauración de los territorios
que antaño les habían pertenecido. Los sasánidas siempre reclamaron ser
descendientes de Vistaspa, padre de Darío I Aquemenes. La carta de Cosroes II a
Heraclio comienza así: Cosroes, querido
por los dioses, amo y rey de toda la tierra, hijo del gran Ahura Mazda, a
nuestro servidor, imbécil e ínfimo, Heraclio. Al no querer aceptar ser mi
servidor, te nombras amo y rey, y agotas mi tesoro que está entre tus manos.
Engañas a mis servidores y, reuniendo tus tropas de bandidos, no me dejas
descanso. ¿No es verdad que he aniquilado a los griegos? Y tú pretendes contar
con tu Dios. ¿Por qué no ha preservado de mis manos Cesarea, Jerusalén y la
gran Alejandría? Incluso ahora ¿no sabes que he sometido tierra y mar? ¿Y crees
que Constantinopla es la única que no será dominada por mí? Pero te perdono por
todos tus errores. ¡Vamos! Coge a tu mujer y a tus hijos. Ven aquí y te daré
granjas, viñas y olivos con los que vivirás y te trataremos amistosamente….
Por ejemplo, el hermano del
ilustre poeta Arquíloco, mercenario como él, luchó en las guerras entre Asiria
y Babilonia en las que, según unos versos de su hermano, se enfrentó a un
gigantesco soldado babilonio de cinco codos (2.45 m de altura) al que dio
muerte.
Gracias a los “graffiti”
dejados por los trabajadores que trabajaron en la construcción de la tumba de
Ciro en Pasargarda, sabemos que muchos de ellos eran jonios. Una descripción de
la tumba de Ciro en Keller, W., Y la Biblia tenía razón. Barcelona,
1991, p. 282. La inscripción de la tumba era la siguiente: Tú, quienquiera que seas y vengas, cuando vengas, pues estoy seguro de
que vendrás... Yo soy Ciro, el que conquistó su reino a los persas. No envidies
este pedazo de tierra que cubre mi cuerpo.
La política de tolerancia
de Ciro con los pueblos sometidos a su imperio fue una auténtica revolución en
su tiempo. Puede verse cómo encajaba esa política en el pensamiento del propio
Ciro en un documento que dejó, el llamado “Cilindro de Ciro”, en el que narra
su conquista de Babilonia. Este documento fue proclamado por la ONU como la
primera declaración universal de los derechos humanos y traducido a seis
lenguas. Una traducción española parcial del cilindro de Ciro en Keller, W., Y la Biblia..., op. cit.,
pp. 280-285; el texto íntegro en inglés en http://www.kchanson.com/ANCDOCS/meso/cyrus.html.
Acerca de la trascendencia de Ciro en la historia del pueblo de Israel vid. Keller,
W., Y la Biblia.., op. cit., pp. 280-285. Por lo demás, Ciro fue un
modelo para el rey sasánida Cosroes II, cuyo nombre tomaría de éste. Así,
cuando Cosroes II tomó Jerusalén (614) los judíos vieron en él una
reencarnación del viejo Ciro, la viviente reaparición del nuevo Mesías gentil
que venía a liberarlos de la tiranía de la nueva Babilonia, la Romania. Cosroes
también lo creía así; por eso, después de la toma de Jerusalén, dio
autorización a los judíos que le habían ayudado a tomar la ciudad, para que
reconstruyeran el templo. Al respecto de esto último vid: Vallejo, M.,
“Miedo bizantino: las conquistas de Jerusalén y la llegada del Islam”, http://www.margaritavallejo.com/publicaciones_antiguedadtardia.htm
.; Dagron, G. y Deroche,
V., “Doctrina Jacobi...”, op. cit.; Horowitz,
E., “The Vengeance of the Jews Was Stronger Than Their Avarice:
Modern Historians and the Persian Conquest of Jerusalem in 614”, Jewish Social Studies, 4.2 (1998); Alba Cecilia, A., “El Libro de
Zorobabel”, Sefarad, 61.2 (2001), pp.
243-258.
No se sabe a ciencia cierta cuándo sometió Ciro el Irán oriental, pero
dado que Herodoto menciona a contingentes de sogdianos, partos y bactrianos en
las luchas de Ciro contra Creso de Lidia (es decir, en 547 a.C.) es de suponer
que para esa fecha los pueblos del Irán oriental ya estaban sometidos a Ciro.
Puesto que la guerra contra Astiages de Media le ocupó los años 553-550 a.C. y
no se sintió seguro de su posición en Media hasta 549 a.C., es lógico pensar en
una conquista del Irán oriental con anterioridad al 553 a.C.
La historia de Persia en los tiempos de Ciro II, de Darío y de sus
inmediatos sucesores, en: Brosius,
M, “The Persian Empire from Cyrus II to Artaxerxes I”. Association of Classical
Teachers,
16 (Londres 2000); Gershevitch, I., “The Median and
Achaemenian Periods”. The Cambridge
History of Iran, Cambridge, 1985, vol. II. En español pueden
consultarse: Arce, J., Bajo el palio del gran rey..., op. cit.,
pp. 28-65, y Hicks, J., Orígenes del Hombre, Los
Persas (I) y (II)..., op. cit., vol. 36.
Para la historia de las
relaciones entre griegos y persas, sigue siendo indispensable la lectura de Bengtson, H., Griegos y Persas..., op. cit.
Puede consultarse su
traducción inglesa en Nelson, R., The History of Ancient Iran.., op. cit., pp. 363-368.
Este cuerpo de élite
sasánida fue creado en los primeros tiempos del Imperio, quizás por Artashir I
o, como muy tarde, por su hijo Shapur I, y era una emulación de los
“inmortales” aqueménidas. El comandante de este cuerpo de caballería pesada era
el Varthragh-Nighan Khvadhay. Vid. Farrokh, K., Sassanian Elite Cavalry.., op. cit.,
p. 29.
La valoración más objetiva
de su biografía y de sus logros político-militares, junto con nuevos datos y
enfoques, han permitido que Alejandro ocupe de nuevo el sitio que se merece en
la historia universal, como uno de los hombres más decisivos. Vid. Hammond,
N., El genio de Alejandro Magno.
Barcelona, 2004, obra que seguimos en lo concerniente a las relaciones de
Alejandro con los persas.
Para el dominio seleúcida
sobre Persia vid. Yarshater, E., “The
Seleucid, Parthian and Sassanid Periods”. The Cambridge History of Iran, Cambridge, 1983, vol. 3; Grimal, P., El
Helenismo y el auge de Roma: el mundo mediterráneo en la Edad Antigua.
Madrid, 1990.
Sobre la colonización
griega de Asia vid. Domínguez Monedero, A., “Colonos y
soldados en el Oriente Helenístico”. Espacio,
Tiempo y Forma, Serie II, H. Antigua, 7 (1994), pp. 453-478.
Heraclio pretendía
emparentar con la casa real de los Arsácidas partos para asegurar su dominio
sobre Armenia, dar lustre a su estirpe y justificar sus intervenciones en la
política interior del Imperio Sasánida, lo que queda reflejada en Sebeos: pp.
144-145. Son muy interesantes al respecto los trabajos de Irfan Shaid, “The
Iranian factor in Byzantium during the reign of Heraclius”, DOP, 26 (1972); Toumanoff,
C., “The Heraclids and the Arsacids”. Revue des études arméniennes,
19 (1985), pp. 431-434.
Para la Partia arsácida vid. Yarshater, E., “The
Seleucid...”, op. cit., vol. 3; Arce, J., Bajo el palio del gran rey.., op.
cit., pp. 66-91
Lozano, A., “La presencia griega en el Medio Oriente: sus
consecuencias políticas y culturales” Historia:
Questões & Debates, 41 (2004), pp. 11-44.
Acerca de la historia del
reino greco-bactriano vid. Yarshater, E., “The
Seleucid...”, op. cit., pp. 186-190.
Puede verse un resumen del
origen y la historia del Imperio Kuchana en: Yarshater,
E., “The Seleucid....”, op. cit., pp. 190-208; Embree,
A., Wilhelm, F., India, Historia del subcontinente desde las
culturas del Indo hasta el comienzo del dominio inglés. Madrid, 1981, pp.
83-96.
Al respecto de estas instituciones,
que se asemejan un tanto a las asambleas de nobles y obispos del reino
polaco-lituano de los siglos XVI y XVII, vid.
Christensen, A., L’Iran…, op. cit., p. 20.
Estas grandes familias,
algunas de las cuales remontaban sus orígenes al comienzo del Imperio
Aqueménida y aún más allá, ostentaban los principales puestos civiles y
militares del Imperio Parto y siguieron haciendo lo mismo en época sasánida.
Así, si los Suren y los Karen ostentan con los arsácidas de Partia los puestos
más relevantes como grandes generales de sus ejércitos contra Roma, en tiempos
de los sasánidas, sus miembros siguen ocupando los mismos preeminentes lugares,
de forma tan reiterada que los autores romanos y bizantinos, llegaron a creer
que Suren, Karen o Mihran no eran nombres de grandes familias sino títulos de
los jefes militares más destacados de los partos y de los sasánidas. Vid. Christensen, A., L’Iran…, op. cit.,
p. 20; Farrokh, K., Sassanian Elite Cavalry.., op. cit., pp. 4-6.
Una magnífica síntesis de
las relaciones de Roma con Partia puede verse en: Mila, F., El Imperio
Romano y sus pueblos limítrofes: el mundo Mediterráneo en la Edad Antigua.
Madrid, 2000.
Sobre la guerra macedonia y
la batalla de Cinoscéfalos vid. Goldsworthy, A., Grandes generales..., op.
cit., pp. 69-110.
El mejor trabajo sobre
Mitrídates y sus guerras con Roma es sin duda el de Ballesteros Pastor, L., Mitrídates
VI Eupátor. Granada, 1996.
Hernández de la Fuente, D., Vidas Paralelas, Lisarso-Lisa; Cimon-Luculo; Nicias-Craso. Madrid,
2007, t. V.
Para la batalla de Carras vid.
Weir, W., 50 batallas..., op. cit., pp. 216-223.
Ranz Romanillos, A.
, Vidas paralelas de Plutarco.
Madrid, 1821-1830, cap. VII.
Para las guerras dacias de
Trajano vid. Goldsworthy, A., Grandes generales..., op.
cit., pp. 369-390; Lago, J. I., Trajano, las campañas de un emperador hispano. Madrid, 2008, pp.
62-78.
El mejor estudio sobre las
relaciones entre el gran comercio con Oriente y la política imperial romana es
el de Young, G., Rome's Eastern Trade: International Commerce
and Imperial Policy, 31 BC-AD 305, Routledge, 2001.
Pirenne J., Historia
Universal, La era de los imperios. Barcelona, 1968, vol. 2, mapa nº 3.
Acerca de las guerras de
Trajano contra Partia vid. Le Gall, J., Glay, M., El Imperio
Romano. El Alto Imperio, desde la batalla de Actium hasta la muerte de Severo
Alejandro (31 a.C.-235 d.C.). Madrid, 1995, pp. 363-370; Lago, J. I., Trajano..., op. cit., pp. 79-89.
A estos tiempos pertenece
el famoso Periplo del Mar Eritreo,
auténtica guía de comercio y navegación que detalla la ruta del mar Rojo hacía
la India. Vid. Schoff, W.H, The
Periplus of the Erythraean Sea: Travel and Trade in the Indian Ocean by a
Merchant of the First Century, Londres, Bombay y Calcuta, 1912.
El trono de oro tomado por Trajano
a los partos en Ctesifonte era uno de los atributos reales del Rey de reyes
parto; de ahí su importancia simbólica. Los otros dos atributos reales eran la
larga tiara de piedras preciosas y perlas, y la cama o lecho de oro. Vid. Christensen,
A., L’Iran…, op. cit., p. 26.
Sobre las guerras de Marco
Aurelio contra Partia, los sármatas, cuados y marcomanos vid. Le Gall, J., Glay, M., ElImperio Romano..., op. cit., pp. 414-423.
Para las campañas contra
Partia de Septimio Severo vid. Le Gall, J., Glay, M. El imperio
romano..., op. cit., pp. 449-452; 476-478.
Sobre las pretensiones de
Caracalla de ser un “nuevo Alejandro” y sobre el imprevisto desenlace que esas
pretensiones tuvieron vid. Bancalari Molina, A., “Relación entre la
constitutio antoniniana y la imitatio alexandri de Caracalla”. Rev. de Estudios histórico-jurídicos,
22 (Valparaíso, 2000).