jueves, 29 de marzo de 2012

LA BATALLA DE VOLTURNUS Y LA RECUPERACIÓN DE LA INFANTERÍA ROMANA.


    LA BATALLA DE VOLTURNUS Y LA RECUPERACIÓN DE LA INFANTERÍA ROMANA.





  Octubre del 554. Italia, junto al río Volturno y no lejos de Capua.



 Juan de euchatia se echó las paberas del yelmo sobre el rostro. Al instante el mundo cambia. Sus ojos sólo ven lo que ante él hay y lo que ante él hay es una masa burbujeante de bárbaros. 30.000 salvajes alamanes y francos formados en una apretada cuña de escudos erizada de lanzas, hachas y espadas. “cabeza de jabalí”, así llaman los germanos a aquella formación en cuña. Una formación que, paso a paso, segundo a segundo, se aproxima a las filas romanas. 18.000 veteranos de las guerras danubianas e  itálicas comandados por el viejo Narsés.

Setenta y seis años. ¿Cómo puede un viejo de setenta y seis años mantenerse sobre un caballo luciendo una armadura y esgrimiendo una espada? No es la primera vez que Juan de Euchaita se pregunta eso y sin embargo allí está el viejo Narsés: Con la capa ondeando tras de él y bien erguido sobre su caballo de guerra. Sereno como una estatua. Firme como una roca. Como si aquellos 30.000 bárbaros que gritan como demonios y piden sumuerte, la de él y la de sus 18.000 soldados romanos, fueran un accidente más del terreno.

Alguien grita una orden y Juan de Euchaita desenfunda su gran arco corcovado y lo encorda. La masa bárbara está ya a punto de chocar con el centro de la formación romana. Un centro formado por dos Meros de infantería pesada: diez mil veteranos equipados con yelmo, cota de mallas, grebas y escudo y armados con lanza, espada y hacha.

Retumba sobre la llanura un belicoso trueno y Juan aprieta los dientes cuando el “Colmillo del jabalí”  bárbaro choca contra los escudos de la infantería romana. El suelo tiembla por el encontronazo y la locura toma posesión de la tierra.

Vuelan las franciscas, las hachas arrojadizas de doble hoja tan queridas por los francos; se alzan, amenazadores, los angones, las pesadas lanzas de larga punta de hierro en cuya base se retuercen dos ganchos mortíferos. Los bárbaros gritan, maldicen, jadean, pelean, matan y mueren. La punta de su formación en cuña rompe las primeras líneas y va abriéndose paso por el cuadro romano que forma el centro de las líneas de Narsés.

Pero aunque la cuña germánica avanza, el cuadro romano resiste. No se disgrega. Los hombres que lo forman. Los miembros de la reconstuida infantería romana, mantienen su formación, su disciplina y su valor. Sus espadas, sus lanzas, sus hachas, se están cobrando un alto tributo en vidas germanas y sus escudos se mantienen en alto, unidos entre sí. Resistiendo, perseverando, aguantando aquel aluvión de hierro forjado para la guerra, de cuero, madera y carne que es la cuña bárbara. Una cuña que, no obstante, prosigue, inexorable, su avance.

¿Dónde están los dos mil guerreros hérulos de Sindual? Se pregunta Juan de Euchaita y su pregunta es la pregunta de todo un ejército. El día anterior los federados hérulos anunciaron que no pelearían. Era su forma de protestar por la ejecución de uno de sus jefes. El muy salvaje había asesinado a uno de los sirvientes del campamento por el imperdonable error de no haber lustrado bien su armadura. Pero aquello era un ejército romano. Allí imperaba la ley y el viejo Narsés la aplicaba sin que le temblara la mano. Así que el viejo había ordenado la inmediata ejecución del jefe hérulo.

Sí, y ahora los hérulos se negaban a luchar. Narsés, como para recordarles su traición, había dejado vacío el lugar que debían de haber ocupado en las líneas romanas.

¿Por qué no se ponía nervioso el viejo? Allí estaba, a la izquierda de Juan, con una fría sonrisa en su barbilampiño rostro de eunuco. Contemplando, cin que se le agriara el rostro, como la cuña germana penetraba más y más en las filas de la infantería romana.

La orden que Juan esperaba y temía llega al fin: -¡Cursu mina!- Gritan los oficiales del ala derecha romana y 2.500 caballeros romanos caen sobre el flanco izquierdo de la cuña bárbara. Son la muerte cabalgando. 2.500 arcos se tensan y 2.500 caballeros romanos apuntan hacia la masa bárbara sin aflojar el galope de sus caballos de guerra. 2.500 negras flechas surcan el frío aire de aquella mañana de Octubre y una lluvia de hierro azota la formación bárbara.

Caen centenares de bárbaros ensangrentando el suelo que pisan y llenándolo de cadáveres y heridos. Mueren atravesados, cosidos a flechazos. Maldicen, amenazan, pero las flechas caen, negra nube tras negra nube, sobre ellos. Juan cabalga salvajemente arriba y abajo de la línea germana. Su mano izquierda toma dardo tras dardo de su carcaj. Dos disparos,cinco, diez, quince, veinte, treinta…… ya no le quedan flechas. En apenas Quince minutos 75.000 flechas romanas han caído sobre la masa bárbara. Esta, como un animal herido, se tambalea, duda, gime, se arrastra. Pero aguanta.

Los bárbaros han caído por miles bajo la lluvia de saetas. Pero siguen peleando y la punta de su cuña penetra más y más en las líneas romanas de infantería. Esta resiste en un alarde de disciplina y valor, pero si los bárbaros logran traspasar por completo el centro romano podrán girarse a izquierda y derecha y todo estará perdido.

Juan, sin dejar de galopar, toma una de las dos jabalinas que lleva a la espalda. Tira de las riendas de su caballo y lo dirige de nuevo hacia la formación bárbara. Cuando está a menos de cinco pasos de las filas germanas, frena a su caballo y lanza la jabalina. El arma se clava profundamente en la garganta de un alto guerrero alamán y Juan lanza un grito de triunfo, al tiempo que obliga a su montura a retroceder,girarse y ponerse de nuevo al galope para escapar. Una francisca, una de esas mortales hachas de doble hoja, pasa silbando junto a su cabeza y Juan se echa sobre el cuello del caballo en busca de protección. Al hacerlo, sus ojos se posan de nuevo sobre la inmóvil y ahora lejana figura de Narsés. Sigue donde estaba. Una serena figura que parece ajena a la muerte y a la locura que gira en torno suya.

Un bramido triunfal se eleva desde las gargantas bárbaras cuando la punta de su “Colmillo” rompe la última fila de la infantería pesada romana y sale fuera de la apretada formación en cuadro de los romanos. Pero pese a todo, los infantes romanos no rompen su formación, no huyen, ni sedispersan   y a una orden, una orden que les llega desde un rojo estandarte que en la lejanía se abate con furia y desde las pesadas notas de una retorcida tuba, giran a inquierda y derecha y juntando sus escudos caen sobre los flancos de la cuña bárbara clavada en las entrañas de su formación.

Juan acaba de lanzar su segunda jabalina y desenvaina su larga espada de caballería. Es la hora del último esfuerzo. Su tagma de 500 hombres se agrupa bajo las órdenes de su tribuno y carga sobre el flanco y la retaguardia bárbaras junto con los otros cinco tagmas de caballería del ala derecha romana.

No cargan solos. Una nueva llamada de las tubas saca de un bosque situado en el ala izquierda romana a otros 2.500 jinetes pesados que hasta ese momento habían permanecido ocultos y que están comandados por los duqes Valeriano y Artabanes. Una nueva ola de hierro y músculo cae sobre el desvalido flanco derecho b´bárbaro y ello al tiempo  que un millar de infantes ligeros romanos avanzan desde la retaguardia y desde los flancos para caer sobre la punta de la cuña germana y frenar su avance.

La batalla está en equilibrio. Juan de Euchaita lo sabe. Ha peleado en muchas batallas y sabe que esta se decidirá en el próximo cuarto de hora.

Las 75.000 flechas que llenaban los carcajs de los 2.500 jinetes del ala izquierda romana ya han sido lanzadas. Miles de germanos agonizan sobre el suelo encharcado con su propia sangre y aún así resisten y su presión sobre el centro romano es ya insoportable. Ni siquiera la disciplinada infantería pesada romana restaurada por Justiniano puede aguantar semejante castigo.

Y en ese momento suena un cuerno de guerra y los 2.000 hérulos de Sindual. Los hombres que esa mañana se negaban a luchar, avanzan para ocupar su sitio en la batalla. El desprecio de Narsés ha podido con su rabia. No podían soportar la afrenta que suponía contemplar como los romanos peleaban solos dejando su lugar, el lugar que correspondía en las filas romanas a los hérulos,  vacío. Aquel hueco en las filas romanas era un grito reprobador y por otra parte, sindual, el jefe hérulo, se ha dado cuenta de que la batalla está en equilibrio y que una victoria romana es tan posible como una germana. Sabe que si los romanos vencen ese día ajustarán cuentas con él y con sus levantiscos hombres. Así que sindual ha decidido ocupar su sitio y pelear. Sabia decisión.

Los 2.000 hérulos de sindual avanzan escudo con escudo y su impacto sobre la punta de la cuña bárbara es demoledor. La castigada formación germánica estalla en mil pedazos. Se deshace y sus flancos se disgregan. La hora de la matanza ha llegado y Juan de Euchaita libera de su garganta el salvaje alarido que los hombres de su tierra, allá lejos en las montañas del Ponto, lanzan al caer sobre las presas acorraladas.

Los jinetes romanos abaten sus espadas una y otra vez sobre los ahora atemorizados germanos. Muchos de ellos arrojan sus armas y escudos para poder correr. ¿Correr? Sí, pero hacia la muerte.

Las filas de la infantería romana, pese a ver sido tan golpeadas, se vuelven a cerrar y avanzan sobre la masa bárbara al tiempo que las alas de caballería se abaten sobre ella formando una bolsa de muerte y desesperación. Los germanos son acorralados junto al río Volturnus. Allí el suelo queda anegado por la sangre derramada. No hay cuartel. Las lanzas, hachas y espadas de la infantería romana caen sobre la enloquecida muchedumbre germana como si se tratara de una gigantesca y multiforme guadaña. Los jinetes romanos cargan una y otra vez sobre los bárbaros, comprimiendo más y más a la agonizante masa. Muchos alamanes y francos piden piedad. No la obtienen. Llevan casi dos años saqueando Italia, devastando aldeas y ciudades; violando,  asesinando, robando….. hoy se ajustan cuentas en Italia y la sangre germana las saldará.

Algunos germanos se lanzan a las revueltas y crecidas aguas del río Volturnus. Muchos se ahogan, otros son alcanzados por las flechas, piedras y jabalinas que los arqueros, honderos y venatores de la infantería ligera romana les lanzan desde la orilla. Sólo cinco exhaustas figuras alcanzan la otra orilla. El resto, 30.000 francos y alamanes, yacen sin vida, ensangrentados y rotos, sobre las tierras que baña el Volturnus.

Juan de Euchaita se levanta las paberas del yelmo y el mundo vuelve a girar en torno suya. A lo lejos, inmóvil,impasible, firme y frío como una helada montaña, puede verse al viejo narsés.

narsés espolea a su caballo y llega junto a las aguas del Volturnus. Uno de sus bucelarios grita algo y Narsés conduce a su caballo hasta él. Un bárbaro gigantesco, un hombre ensangrentado y vestido con una larga cota de mallas desgarrada por múltiples golpes de lanza, hacha y espada, busca afanosamente un poco de aire con el que llenar sus pulmones. Agoniza y en él la vida es tan ténue como un infantil recuerdo. Narsés contempla sus largos cabellos apelmazados por la sangre, su enredada barba, sus largos y fuertes brazos. Todo en él habla de fuerza y salvajismo. Es Butilis, el jefe de los bárbaros alamanes y francos que ese día han perecido allí, junto al pardo Volturnus.

El jefe bárbaro levanta sus empañados ojos y mira, feroz e impotente, al menudo general romano.

-Viejo del demonio…….-Le espeta con una voz rota que parece más el gruñido de una bestia que la voz de un hombre.

Narsés no se inmuta. Su sonrisa, la misma que sus labios han mostrado desde que comenzara la batalla, permanece intacta, serena, inalcanzable para el insulto y el odio del jefe germano.

-Estás muerto.-Contesta al cabo Narsés.-Muerto……. tus guerreros alimentarán esta noche a los lobos y a los buitres. Piensa en eso mientras mueres. En eso y en los romanos, mujeres, niños y hombres, que tú y tu banda de salvajes habeis asesinado en Italia.

-Volveremos……. Mi pueblo volverá y arrasará estas tierras. Somos más fuertes que vosotros, viejo…….. Somos más fuertes que los romanos. Mi pueblo permanecerá…….-le replica el jefe bárbaro con un último esfuerzo.

-Sólo Roma permanece, bárbaro. Solo roma es eterna y yo, Narsés, soy su espada.





    LA RESTAURACIÓN DE LA INFANTERÍA ROMANA.



 La recuperación de la infantería pesada en los ejércitos de Justiniano fue uno de los mayores éxitos de su política militar y, paradójicamente, el que permanece en el más absoluto olvido por parte de los historiadores. El De rei militari[1]  de Flavio Renato Vegecio, compuesto a fines del siglo IV o en los primeros años del V, nos informa de que la infantería romana había abandonado la sana costumbre de llevar el yelmo, la cota de mallas, el peto y las grebas. Vegecio cuenta que el responsable de tal desaguisado fue el emperador Graciano (375-383), quien, ante los ruegos de los soldados, les permitió desprenderse de estas protecciones, útiles pero pesadas y fatigosas de llevar en los entrenamientos diarios y en las marchas[2]. Dado que la infantería romana seguía peleando en orden cerrado, en filas ordenadas y escudo con escudo, la decisión de Graciano fue letal para el ejército romano: apiñados en las ordenadas filas, protegidos sólo por el escudo y por un caparacete, las tropas romanas eran ahora fácil presa de las flechas y de los venablos y jabalinas de los bárbaros. Y si se llegaba al cuerpo a cuerpo –antes situación sumamente ventajosa para las legiones– los infantes romanos eran ahora tan vulnerables a los lanzazos y mandobles de las armas enemigas como lo eran los bárbaros frente a las armas romanas, pero con el problema añadido de que, al disponer en su apretado orden de combate de menos facilidad de movimiento del que disponían sus enemigos (alineados en formaciones no regulares y más sueltas), eran un blanco más fácil para las armas de corto alcance de sus contrarios, del que éstos representaban para las de ellos. Por todo lo dicho, las formaciones romanas, incapaces de aguantar la granizada de proyectiles, o de soportar el encontronazo con la cuña bárbara, se disolvían y eran derrotadas con facilidad y, a menudo, aniquiladas[3].

No obstante, la infantería seguía siendo el arma más numerosa del ejército romano y a lo largo del siglo V y del primer tercio del VI, siguió desempeñando el papel principal en las batallas de la época, logrando –aunque muy raramente– la victoria, como en la batalla de los Campos Cataláunicos (451), pero obteniendo, con mucha mayor frecuencia, sonoras derrotas, como la que sufriera frente a Alarico en 410, en la vía que conectaba Rávena con Roma; la de Soissons (486) frente a Clodoveo, o la recibida por la infantería de Anastasio de manos de los persas frente a Nisibe (503).

Justiniano debió de llegar a la conclusión de que, dado que la infantería mantenía su táctica de pelear en orden cerrado, era urgente volver a dotarla de armas y entrenamiento adecuados para que pudiera pelear eficazmente. Así la infantería recuperó protagonismo poco a poco, a lo largo del siglo VI. En Daras (530) y en Calínico (531), sólo una pequeña parte de la infantería estaba armada adecuadamente para formar en orden cerrado y constituirse así en una pieza eficaz en la batalla. Por ello, Belisario se limitó a situarla tras trincheras defensivas y a darle un papel puramente estático y de control de la posición previa[4].

En 554, en la batalla del río Volturnus, la infantería pesada de Narsés aparece ya armada, a lo largo y ancho de todo el cuadro central, con yelmo de metal dotado de protectores para la nariz y las mejillas, cota de mallas, peto, escudo y en la pierna derecha, al menos y con frecuencia en las dos, con grebas[5]. Resultado: la infantería no se limita a encajar el tremendo golpe de la formación en cuña de los 35.000 alamanes y francos que se le vienen encima, sino que, rehaciendo disciplinadamente su quebrada línea de batalla y en el momento decisivo (como había hecho en los viejos días de gloria anteriores a Adrianópolis) avanza, espada y lanza en mano, empuja hacia atrás al enemigo y, en mitad de una matanza espantosa durante la cual los infantes de Narsés no pierden el orden, lo desbanda hasta el río donde los bárbaros son arrojados.[6]

De esto concluimos que, en algún momento entre 527 y 552 (como hemos visto, el proceso estaba en mantillas en 530) la infantería de Justiniano recuperó su armamento pesado y en consecuencia, pudo volver a luchar y vencer tan eficazmente como antes. A partir de las campañas de Narsés en Italia podemos ver cómo la infantería recupera protagonismo y lucha con éxito en los diversos frentes. Así, en una batalla de la guerra librada con Persia en Cólquide y el Cáucaso (554-557), la infantería resiste la carga de la caballería persa y la hace retroceder; o en la gran batalla de Melitene (575), la infantería de la Romania formó un cuadro tan sólido y disciplinado que, escudo contra escudo y protegida por sus yelmos y armaduras,  quebró las cargas de caballería y las granizadas de dardos que el Shahansha persa Cosroes I ordenaba, logrando al cabo poner en fuga al ejército en tal desorden que el “rey de reyes” persa sólo pudo salvarse cruzando apresuradamente el río y en mitad de un pánico tremendo, sobre el lomo de su elefante[7]. O incluso en 636, en Yarmuk, el avance en orden cerrado de la infantería pesada del Magister militum per Armeniam, Jorge, estuvo a punto de inclinar la victoria del lado de los romeos[8]. Lo impidió, en último término, el quebrado terreno y la traición de gran parte de los contingentes de los nobles armenios y de los filarcas gasánidas, permitiendo a los árabes envolver y destrozar a la infantería del magister Jorge.

Todavía daremos un último y directo testimonio a favor de nuestra tesis de la recuperación por Justiniano y sus sucesores de la infantería pesada, de sus armamentos y de su tradicional forma de combate: el orden cerrado. Es el proporcionado por Jorge de Pisidia, que fue testigo directo de la campaña del emperador Heraclio contra los persas en 622, el cual recoge en los siguientes versos el entrenamiento de su ejército:



La formación de los ejércitos seguía un preciso orden: primero los trompetas, después las falanges de los portadores de coraza, los lanceros, los arqueros y de los armados de espada. Terrible se elevaba el tumulto de las cotas de malla entretejidas de hilos de acero, sobre las cuales, el fulgor del sol, rompiéndose con mutuos reflejos, mandaba relampagueantes resplandores.

Cuando aquéllos que estaban formados como enemigos cerraron firmemente sus filas, se vió una muralla de bastiones acorazados, y, llegados a chocar uno contra otro las divisiones de los dos partidos, por todas partes rechazaron asaltos furiosos las espadas contra los escudos y los escudos contra las espadas.”[9]



¿Qué tenemos aquí? Una vez más la evidencia vívida y trasmitida por un testigo directo de que la infantería bizantina de este periodo estaba armada como una infantería pesada; es decir, provista de cota de mallas y de coraza. Así como de que dicha infantería peleaba en orden cerrado, escudo contra escudo, en filas ordenadas y apretadas.

Es el estudio atento de todo lo anterior, lo que nos lleva a afirmar que fue durante el reinado de Justiniano cuando se produjo una elevación de la capacidad de lucha de la infantería y cuando ésta recuperó su armamento pesado, si no del todo, sí en buena medida. Puede que sus sucesores la descuidaran un tanto, ya que Tiberio y Mauricio mostraron su predilección por la caballería pesada de lanza y arco. El autor del Strategikon se queja indicando que la infantería necesita nuevamente de atención, pues es indispensable para lograr la victoria[10]. Pero pese a todo, la infantería de línea no volvió a caer después de Justiniano en los bajos niveles de antes del 530 y se mantuvo en un nivel de equipamiento y eficacia bastante aceptable hasta por lo menos el 641.

Su armamento, según aparece en Agatías y el Strategikon[11], era el siguiente: yelmo con protectores para las mejillas y la nariz, a veces incluso con visera; cota de mallas larga, complementada a menudo –especialmente para los soldados que formaban en las primeras filas– con peto o coraza, grebas de metal y a veces de madera, escudo elíptico del mismo tipo que se había impuesto entre las legiones a partir de la segunda mitad del siglo III, espada larga del modelo “hérulo”, y lanza pesada y larga. A veces y en especial entre las primeras filas, se añadía una pesada y larga hacha a esta formidable panoplia.





[1] El segundo tratado militar más influyente de la historia, sólo superado por el De la guerra de Von Clausewitz (1780-1831). La obra de Clausewitz tuvo y tiene aún una enorme influencia, no sólo en el ámbito militar sino también en el político, diplomático, filosófico y literario. Hasta entonces, la obra militar de referencia era la de Vegecio, quien, por ejemplo, era el autor favorito de Napoleón: Clausewitz, K., De la guerra. Madrid, 1992.
[2] Vegecio: lib. I, XX, 3-11.
[3] Arther Ferrill ha hecho hincapié en esta circunstancia y la ha situado como centro de su explicación de las causas militares que llevaron a la caída del Imperio Romano de Occidente: Ferril, A., La caída del Imperio Romano..., op. cit., pp. 124-129.
[4] Procopio, Guerra persa: lib. I, 13. 
[5] Agatías: 2, 8,1-5. Debido a la complejidad de los términos militares que Agatías emplea en este pasaje hemos preferido usar para el mismo la traducción que M. Morfakidis Filactós, profesor de filología griega de la Universidad de Granada y director del Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas, nos ha ofrecido gentilmente y que pone de manifiesto no pocos detalles que quedan ocultos en la simplificada versión que Ortega Villaro nos ofrece en su traducción española de la obra de Agatías.
[6] Agatías: 2, 9,1-13.
[7] Teofilacto Simocata: III, 14, 1-11.
[8] Agatías resalta numerosas veces el destacado papel de la infantería pesada en los combates, por ejemplo, vid. Agatías: 3, 20,1-10. En cuanto a Yarmuk, puede consultarse la monografía de D. Nicolle, Yarmuk 636 a. C. Madrid, 1995, pp. 65-66 y sobre todo el capítulo que Haldon dedica a la batalla: Haldon, J., The Byzantine Wars..., op. cit., pp. 59-66. Un análisis más superficial y moderno en Weir, W., 50 batallas.., op. cit., pp. 177-181.
[9] Jorge de Pisidia, Expeditio persica: I, 130-140.
[10] Strategikon: XII, B. Así lo expresa el autor en el preámbulo del lib. XII de la obra dedicado en exclusiva a la infantería.
[11] Agatías: lib. 2, 8,4-5; Strategikon: XII, B, 4, ambos describen el armamento de la infantería pesada. Tanto en la descripción de Agatías (que escribe en 580) de la campaña de Narsés del 554, como en el Strategikon, escrito hacia 612, el equipamiento del soldado de infantería pesada es exactamente el mismo. Esto certifica nuestra tesis de que la restauración del equipo y forma de combatir de la infantería pesada fue una obra de Justiniano, conservada por sus sucesores. Otra prueba la tenemos en Teofilacto Simocata [II. 6.1-13] cuando, al narrar la campaña contra Persia del 586, ofrece el relato de la hazaña de un soldado de infantería perteneciente a la legio IIII phartica, una unidad de infantería limitanei asentada en Beroea. Describe al héroe provisto de yelmo y armadura, y tanto él como sus compañeros recibieron como premio por sus hazañas no sólo plata y oro, sino armaduras y petos tomados a los persas.

1 comentario:

  1. Hola José Soto.
    Estoy realizando mi trabajo final de carrera sobre
    las pérdidas orientales de los bizantinos a manos de los persas y árabes y el miedo que les produjo. He leído en tú libro Bizancio y los Sasanidas la lucha por el Oriente que citas una edición en castellano de Jorge de Pisidia. ¿sabes dónde podría
    encontrarla? Yo tengo la edición Pertusi y no me manejo para nada bien en el italiano.

    Gracias de antemano.

    Jesús Zamora Alarcón.

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