domingo, 11 de noviembre de 2012

Heraclio, la campaña de 627-628 y la batalla de Nínive.


En la primavera de 627, Heraclio, al frente de su gran ejército de campaña de 40.000 hombres, se acercó a Tiflis, la capital del reino de la Iberia Caucásica y centro de la resistencia persa en aquellas regiones. Una vez llegado a la ciudad, el emperador le puso cerco, reunidas sus tropas con las del khan de los jázaros. La toma de Tiflis era importante por tres razones:

1)       porque Heraclio no podría marchar hacia el sur, hacia Mesopotamia, dejando tras de él un Cáucaso dominado por Persia. De seguir el Cáucaso en manos persas, éstos tendrían fácil acceso al Mar Negro y a Asia Menor, e impedirían que romanos y jázaros consolidaran e hicieran efectiva su alianza contra los persas.

2)       la toma de Tiflis y su entrega a los jázaros, mostraría a éstos la buena disposición de Heraclio para cumplir su parte del tratado firmado con ellos en agosto de 626 y los animaría a proseguir la guerra contra Persia.

3)       la toma de Tiflis, la capital de un reino vasallo y aliado de Persia, mostraría al resto de vasallos y aliados de Persia que ésta no podía ya protegerlos y que, por tanto, lo prudente era cambiar de partido.

 

Estas fueron las razones que movieron a Heraclio a penetrar en Iberia y asediar Tiflis, y fueron también esos motivos los que impulsaron a Cosroes II a hacer todo lo posible para que Tiflis no cayera en manos de los aliados. Así, no bien tuvo noticias de que Heraclio y los jázaros se dirigían contra Tiflis, envió a ella a Shahraplakan, que se había ya recuperado de sus antiguas heridas, al mando de una fuerza de 1.000 savaran sacados de entre las filas de la guardia de palacio, los pushtighban. Shahraplakan logró entrar en Tiflis justo antes de que ésta quedara cercada y con ello reforzó no sólo la guarnición que defendía la ciudad, sino la determinación de ésta a resistir.

Tiflis era una gran ciudad que Daxurangi (que sigue aquí una fuente escrita hacia el año 630) define como “la ciudad lujosa, próspera, famosa y comercial de Tiflis”. En verdad, Tiflis estaba situada en una importante encrucijada comercial en la que confluían los caminos que, desde Persia y pasando por Partaw, comunicaban con la ruta de la seda; los que venían del norte y llevaban a las estepas, y los del oeste que conducían hacia el Mar Negro y Constantinopla. No iba a ser fácil tomar Tiflis, pues la ciudad, situada junto al río Curaxes, poseía unas potentes murallas y estaba bien guarnecida y abastecida de alimentos. Pero Heraclio y el khan disponían de unos 80.000 hombres y se dispusieron a intentar sacar el máximo partido a su superioridad numérica.

Así, en pocos días, los ingenieros romanos construyeron gran número de ballistas, catapultas y demás máquinas de guerra, y a continuación comenzó un sistemático bombardeo de las defensas de la ciudad. Pero las murallas aguantaban bien el castigo y los habitantes de la ciudad, dispuestos a resistir y confiados en la invulnerabilidad de sus defensas, reparaban por la noche lo que las máquinas de guerra dañaban o destruían por el día. Heraclio ordenó entonces a sus ingenieros que construyeran en el río Curaxes un gran dique y desviaran su corriente contra los muros de Tiflis. Las murallas, embestidas por la fuerte corriente del desviado río, sufrieron grandes daños, pero una vez más, los hombres de Tiflis lograron reparar las defensas de su ciudad y rechazar los ataques de romanos y jázaros.

Heraclio y el khan empezaban a impacientarse, pues la primavera había ya pasado y el verano amenazaba con terminar antes de que pudieran tomar Tiflis. Pero no podían levantar ya el asedio pues, si se retiraban, su prestigio quedaría dañado y Persia recuperaría la iniciativa[1]. La suerte de la guerra estaba aún indecisa. Sharbaraz había invernado no lejos de Calcedonia y en primavera recibió la orden de Cosroes II de que marchara al este y se enfrentara con Heraclio. Era la segunda vez que Cosroes le pedía a su gran general que hiciera aquello y sería la segunda vez que Sharbaraz desobedeciera las órdenes de Cosroes. ¿Por qué?

Las fuentes, con distintas versiones pero en una misma dirección, relatan que Cosroes y Sharbaraz se habían enemistado tras el fracaso de este último ante Constantinopla. Puede que Sharbaraz temiera –como afirman algunas fuentes– que su señor quisiera culparlo de las derrotas de 626 y a partir de ahí, arrebatarle el mando y la vida, lo que no sería la primera vez que algo así ocurriera en Persia. De hecho, otro grupo de fuentes menciona una orden de Cosroes a los subalternos de Sharbaraz para que éstos le dieran muerte. Según dicen esas fuentes, la carta de Cosroes con la sentencia de muerte de Sharbaraz fue interceptada por los romanos y éstos se la hicieron llegar al viejo general persa el cual, encolerizado por la actitud de su rey, ofreció su alianza a los romanos. Otra versión habla de que, tras interceptar las órdenes que Cosroes enviaba a Sharbaraz y en las que el rey persa mandaba a su general que regresara al este, Heraclio la cambió por otra carta, convenientemente falsificada, mediante la cual indispuso a Sharbaraz con su soberano. También al-Tabari (al igual que Teófanes, Nicéforo, Miguel el Sirio, Sebeos y tantas otras fuentes) habla de una carta y de que la recepción de esa carta por Sharbaraz –ya fuese ésta auténtica o falsa– fue causa de la enemistad entre Cosroes y Sharbaraz.

Lo cierto es que Sharbaraz no marchó contra Heraclio y los jázaros, inmovilizados ante los muros de Tiflis; ni acudió en auxilio de Persia, sino que, dejando atrás Anatolia, acampó en Siria y permaneció allí, inmóvil, hasta el final de la guerra[2]. Esto, la defección de Sharbaraz y sus ejércitos, fue causa principal de que Heraclio y el khan jázaro no sufrieran aquel verano una gran derrota y pudieran, al cabo, abandonar el asedio de Tiflis sin más derrota que la de su orgullo, y de que Heraclio pudiera marchar después, sin obstáculo alguno, contra el corazón económico de Persia: el Arak, esto es, la Mesopotamia.

La cosa sucedió así. En lo más recio del verano de 627, el khan de los jázaros y el emperador de los romanos comprendieron que no podrían tomar Tiflis en aquella campaña y que, de prolongarse el asedio, sus tropas perecerían de hambre y enfermedad, y la llegada del invierno los aislaría de sus respectivas bases. Así que, pese  a las burlas de los habitantes de Tiflis, los dos soberanos levantaron el asedio. 

Y aquí llegamos a un curioso problema histórico. Mientras que Teófanes y  Moisés Daxurangi señalan que Heraclio, al abandonar el asedio de Tiflis, se separó de los jázaros y los dispensó de auxiliarle en la campaña contra Mesopotamia; otros autores, como Agapios y Miguel el Sirio, no dicen nada sobre dicha separación, y finalmente otras, como Nicéforo, afirman que Heraclio, no sólo no se separó de los jázaros, sino que invadió Persia junto con ellos. ¿Qué pasó realmente?

En primer lugar, examinemos las razones que nos dan las fuentes. Teófanes y Moisés Daxurangi se contradicen profundamente entre sí, ya que el primero señala que los jázaros marcharon con Heraclio y sólo lo abandonaron cuando arreció el invierno y las luchas con los persas, y da a entender que se trató de una defección y no de una separación acordada de antemano; Moisés Daxurangi (quien sostiene que los jázaros no acompañaron a Heraclio en su invasión de Persia de 627, sino que regresaron a su país, para volver al año siguiente para tomar Partaw y Tiflis) afirma que la idea de la separación la tuvo Heraclio y que ésta se produjo, no en suelo persa –como afirma Teófanes– sino junto a Tiflis. Según él, la razón era que los jázaros no estaban acostumbrados a luchar bajo los calores de Mesopotamia.

Estas razones no se sostienen. Los jázaros habitaban en una tierra, las estepas del Volga y de la Kalmukia, caracterizada por tener uno de los climas más extremos del planeta. En efecto, en invierno se sobrepasan con facilidad los –20º y con frecuencia se rebasan los –30º. En verano, por el contrario, no es raro pasar de los 30º y a menudo, sobre todo en julio, se alcanzan los 40º. ¿De verdad se puede creer que los jázaros, habituados a temperaturas invernales de más de -30º y a calores veraniegos superiores a 40º, se sintiesen cohibidos ante el invierno de Armenia y de Mesopotamia, o ante los rigores de sus veranos? Por supuesto que no, y si los jázaros abandonaron a Heraclio tuvo que ser por otra razón.

Pero ¿lo abandonaron de verdad? Y de ser así ¿cuándo lo hicieron? Kaegi, el último biógrafo de Heraclio, ni se plantea esta cuestión y no obstante es vital si se quiere saber con qué fuerzas invadió realmente Persia Heraclio. Para contestar a esa pregunta lo primero es cuestionarse qué sentido tenía la alianza con los jázaros si éstos no le auxiliaban en su campaña contra el corazón de Persia. Evidentemente ninguna. Una alianza tan importante tenía que tener un sentido práctico y definido, que no podía ser otro que el de conseguir de los jázaros un gran número de jinetes con el que desbordar a los persas, cuyas fuerzas seguían siendo, pese a sus recientes derrotas, muy superiores a las de Heraclio.

No hay pues duda de que Nicéforo, que afirma que los jázaros invadieron Persia junto con Heraclio, dice la verdad. Entonces ¿nos mienten los demás? En modo alguno. Miguel el Sirio y Agapios sólo dicen que el khan jázaro envió a Heraclio 40.000 guerreros. Evidentemente, puesto que no se dice lo contrario, hay que suponer que esos 40.000 jázaros marcharon a Persia con Heraclio. Justo lo que dice Nicéforo que pasó. Tampoco Teófanes niega que los jázaros entraran en Persia; de hecho, sitúa su supuesto abandono del campo romano en pleno invierno, cuando la campaña se acercaba a su desenlace. Pero este cronista bebe de Jorge de Pisidia y la obligación del último era cantar la gloria de Heraclio, no la de los jázaros. Así que había que omitir la participación jázara y dejar la gloria de Nínive para Heraclio y los romanos. Por eso, es justo antes de Nínive cuando Teófanes sitúa la defección de los jázaros.

Moisés Daxurangi es el único que sitúa la marcha de los jázaros justo tras el asedio de Tiflis y sin embargo –no ha sido señalado– el khan se separaba de Heraclio con la promesa de volver al año siguiente sobre Tiflis y terminar su conquista. ¿Cuándo volvió el khan y sus jázaros sobre la ciudad? Según Moisés, en la primavera de 629, casi dos años después del fracasado asedio de Tiflis. ¿Dónde pasó el khan jázaro el año y medio largo que transcurre entre el fin del asedio de Tiflis y su regreso a ella en la primavera de 629? ¿Acaso el khan no había dicho que caería sobre Tiflis a la campaña siguiente? ¿Qué pasó con los jázaros durante los meses que van de septiembre de 627, cuando se dio por perdido el asedio de Tiflis, y la primavera de 629? Pues, tal y como dicen Nicéforo y Teófanes estuvieron con Heraclio en Armenia y Mesopotamia. Quien dejó a Heraclio en septiembre de 627 fue el khan jázaro y con él una parte de su ejército, pero no todo, pues como dicen Teófanes y Nicéforo, y apuntan con su silencio las restantes fuentes el resto de los jázaros, los 40.000 guerreros prometidos por el khan, partieron junto con Heraclio y participaron en su gran campaña contra Persia.

Ello explicaría por qué el khan no pudo asediar de nuevo Tiflis hasta la primavera del 629: el grueso de sus guerreros estuvo junto a Heraclio hasta la primavera del 628 y no regresaron al país jázaro sino en el verano de ese mismo año, sin fuerza ni ánimo suficientes, tras dos años de ininterrumpida campaña, como para ponerse de nuevo en camino. El khan tuvo, por tanto, que dejarles unos meses de descanso antes de marchar de nuevo a la guerra. Ello explicaría también la arrolladora marcha de Heraclio por Armenia y Mesopotamia, y explicaría además que Heraclio contara en Nínive con la superioridad numérica que apuntan que tuvo Agapios, al-Tabari, la Crónica de Khuzistán y la Historia Nestoriana. Y es que al-Tabari adjudica a Heraclio en la batalla de Nínive un total de 90.000 guerreros. ¿Cuántos tenía Heraclio consigo en 626? 40.000. ¿Cuántos le entregó el khan según todas las fuentes? 40.000. Es decir, la suma de 80.000 soldados y, dado que Heraclio enroló a su paso por Armenia a numerosos contingentes de tropas armenias y lázicas, el número de 90.000 hombres que le adjudica al-Tabari cuadra bastante bien con la realidad de los hechos y contribuye a consolidar éstos[3].

Así que Heraclio, en septiembre de 627 y tras despedirse del khan llevando consigo a 40.000 jinetes jázaros, invadió Armenia en pleno otoño. Su ejército era tan grande y tan superior a las fuerzas persas que ocupaban el país que éstas no pudieron hacer otra cosa que dejarse arrollar. Así, tras tomar Shirak y barrer el valle del Araxes, Heraclio cruzó este río en Vardanakert. Luego dio un descanso a su ejército en aquellas fértiles regiones y envió exploradores por delante suya para que le trajesen noticias de los persas.

Cosroes II estaba, una vez más, desorientado por los movimientos de Heraclio. Esperaba que Heraclio, tras fracasar ante Tiflis, se marchara a sus cuarteles de invierno del Ponto. Pero, por el contrario, en mitad del invierno, Heraclio invadía Armenia y marchaba decididamente contra Mesopotamia. Cosroes no podía ya contar con Sharbaraz, con quien vimos que estaba enemistado, y en cuanto a Shahraplakan, éste y su ejército habían quedado libres tras el final del asedio a Tiflis, pero las tropas con las que contaba eran insuficientes para frenar el avance de Heraclio hacia el sur e incluso para incomodarle en sus movimientos. Así que Cosroes movilizó la totalidad de sus reservas y las puso al mando del Spahbad Razates.

¿Con cuántos hombres contaba Razates? Agapios afirma que en Nínive, una batalla extraordinariamente dura y reñida, el ejército de Razates tuvo 50.000 bajas. Dado que –según Teófanes– el ejército persa se mantuvo sobre el campo de batalla y lo abandonó en orden, y que continuó luchando en las siguientes semanas, frenando el avance de Heraclio junto a Ctesifonte, hay que suponer que superaría ampliamente los 50.000 hombres y que, con menores efectivos que el ejército romano, tuvo no obstante que disponer de un número de hombres suficientemente grande como para poner a los romanos y a los jázaros en dificultades. Así que es bastante probable que Razates dispusiera de entre 70.000 y 80.000 hombres, esto es, de una fuerza similar a la que, primero en Qadesiya y luego en Nehavend, hizo frente a los árabes que invadían Persia.

Razates y su ejército se presentaron tan súbitamente ante el ejército romano-jázaro que Heraclio estuvo a punto de ser sorprendido y derrotado. Con mucha dificultad logró, no obstante, reunir sus tropas y desorientó a los persas al marchar por el valle del Araxes en dirección al lago Urmia y los montes Zagros, en vez de hacerlo hacia el Araxeonis y Asia Menor que era lo que Razates esperaba que hiciera. Ante el peligro de que Heraclio volviera a invadir, como ya lo hiciera en 623, la Media Atropatene, Razates marchó tras él.

Heraclio, con los persas tras de él, devastó el país a su paso, quemando ciudades y pueblos, llevándose todo el forraje y los alimentos, y destruyendo el resto. De esta manera, Razates, que perseguía a Heraclio, se encontraba en dificultades para alimentar a sus guerreros y a sus caballos. Teófanes cuenta que Razates perdió muchos caballos en esta parte de la campaña y dice de él y de su ejército que “parecía un perro hambriento al que Heraclio apenas si dejaba alimento”, tomando la frase de los poemas de Pisidia. Durante esta marcha por el valle del Araxes, Heraclio tomó Naxcawan, se adentró en las tierras situadas junto al lago Urmia y, tras cruzar los montes Zagros, se internó en Atropatene.

Creyendo Razates que, como en 623, Heraclio se disponía a saquear la ciudad de Ganzak, se apresuró para reforzarla, pero Heraclio giró hacia el sur, hacia la cabecera del gran Zab, y acampó en los llamados campos de Khamanta, en donde dio un merecido descanso a sus tropas, a fines de noviembre. El primero de diciembre, de improviso una vez más, cruzó el gran Zab y descendió hasta las cercanías de Nínive. Razates, informado de este nuevo movimiento de Heraclio, abandonó Ganzak y lo siguió, cruzando a su vez el gran Zab unas tres millas al sur de donde lo había hecho el emperador.

Heraclio, mientras tanto, deseoso de saber qué pasaba con Razates, envió a uno de sus generales, el armenio y magister militum per Orientem Vahanes (Vahan, en armenio) a la cabeza de un destacamento de exploradores de caballería. Vahanes sorprendió a un drafs persa (regimiento de mil hombres) y lo desbarató, matando a su drafsh-salar, al que Teófanes otorga el título romano de comes, y a un gran número de sus guerreros, y capturando a 27 de ellos. Uno de esos prisioneros persas resultó ser un guardia personal de Razates y por él se informó de que éste se había adelantado a ellos y estaba cerca de Nínive, esperando la llegada de refuerzos, en concreto de 3.000 savaran extraídos de los cuerpos de guardia y élite que estaban junto al rey; es decir, de los zhayedan (los inmortales), los cosroegetae, los perozitae y de los pushtighban.

La noticia intranquilizó a Heraclio, pues si Razates contactaba con aquellos  refuerzos de caballería, escasos pero de la mejor clase, crecería la posibilidad de ser derrotado por los persas. Era preciso pues dar la batalla antes de que Razates recibiera el refuerzo de aquellos 3.000 jinetes de élite. Así que Heraclio levantó su campo y, poniendo a recaudo su tren de campaña y sus abastecimientos, avanzó en busca de un lugar adecuado para entablar la batalla.

Razates, bien informado por sus exploradores, supo de inmediato que Heraclio se había puesto en marcha y se dispuso a seguirlo. La táctica del persa se basaba en lastrar los movimientos de Heraclio y esperar la llegada de refuerzos con los que derrotarlo, una vez lograda la superioridad numérica. Razates no quería la batalla y sólo estaba dispuesto a entablarla si Heraclio amenazaba Ctesifonte o los palacios reales. Por lo tanto, se mantuvo cerca de Heraclio, pero sin atacar su retaguardia.

Así marcharon ambos ejércitos unos 25 km, cuando, en la mañana del sábado 12 de diciembre de 627, Heraclio encontró el campo de batalla que deseaba: una extensa llanura en la que poner de manifiesto su superioridad numérica sobre los persas. Se trataba de una gran llanura del tipo que el Strategikon aconsejaba para dar batalla a los persas: un espacio amplio para formar en orden cerrado a la infantería y maniobrar con la caballería; para permitir girar a grandes masas de hombres y caballos, y poder así tomar de flanco a los persas. Sabemos por Sebeos, contemporáneo de los hechos, que ese día había además niebla, un particular que favorecía aún más si cabe a Heraclio, pues, su ejército (que entonces debía superar ampliamente los 70.000 hombres) podía detenerse, formarse y esperar a los persas sin que éstos pudieran advertirlo, gracias a la niebla que cubría la llanura.

Así que Razates y sus 60.000 o 70.000 hombres, continuaron su marcha y se llevaron una gran sorpresa cuando, entre la niebla y formados para la batalla, se toparon con los meros del ejército de Heraclio. Razates no tuvo más remedio que aceptar la batalla y apresuradamente formó a sus gunds en tres grandes secciones apoyadas en las últimas estribaciones de un monte rodeado de colinas que se alzaba al oriente de la llanura, y esperó las maniobras de los romanos. La posición de Razates estaba bien escogida, pues la cercanía de las colinas le permitía contar con un refugio en caso de derrota y le aseguraba el acceso al agua; hizo lo que el autor del Strategikon señalaba que solían hacer los persas cuando se disponían a elegir terreno para dar una batalla.

Iba a dar comienzo una de las más señaladas y grandes batallas de la Antigüedad, la última entre persas y romanos tras cuatrocientos años de luchas por el control del Oriente.

El lugar de la misma ha podido ser fijado con exactitud mediante el cuidadoso análisis de las fuentes y la comparación de sus datos con el relieve de las tierras próximas al actual Mosul. Esa llanura perfecta no es otra que la de Karamlays, un inmenso llano capaz de albergar a los 150.000 hombres que iban a combatir aquel día sobre él. Dicha llanura está situada al este de las ruinas de la vieja Nínive y junto a ella se alza un monte escabroso y rodeado de boscosas colinas a donde –tras la batalla y según cuenta Teófanes– se retiraron los persas. Ese monte es el actual Jebel Ayn Al- Safra, esto es, el monte de “la primavera amarilla”, y a sus pies corre el Cala Karamlays, un wadi muy caudaloso en invierno. La exactitud y minuciosidad en los detalles topográficos de este encuentro por parte de Teófanes sólo puede provenir de un despacho militar de batalla de Nínive que debió de quedar recogido, o bien en los versos perdidos del Heraclias de Jorge de Pisidia, o bien en algún otro documento de la época de Heraclio.

Cuando Heraclio terminó de disponer a sus tropas y vio entre la niebla cómo se formaban los persas, dio de inmediato la orden de cargar: era esto lo que aconsejaba el Strategikon, buscar el cuerpo a cuerpo con los persas antes de que éstos pudieran hacer efectiva la superioridad de sus arqueros. Fue así como Heraclio, que era según los versos de Pisidia “como una piedra magnética en mitad de la batalla” (da a entender que la guardia de Heraclio cerró filas en torno a su general y emperador) se lanzó contra el centro persa y desafió a Razates que aceptó el desafío. 

Fue una dura batalla en la que Heraclio recibió una herida de lanza en los labios y su caballo fue herido en su flanco trasero y en la cabeza. Según las fuentes, Heraclio dio muerte a tres persas con sus propias manos, uno de los cuales era Razates. Rota la línea de caballería persa dibujada por el caído Razates, Heraclio condujo a sus jinetes contra la infantería persa que, aguantando bien, ofreció una dura resistencia. La batalla duró once horas y sólo la cercanía de la noche le puso término.

No se puede minimizar la importancia de esta batalla. Cierto es que los persas, situados tras las aguas del Cala Karamlays y apoyados en las colinas, no abandonaron el campo de batalla hasta la octava hora de la noche y pasaron el resto de la misma velando a sus muertos y vigilando a los romanos que, “a dos tiros de flecha” de ellos, es decir, a unos 500 m de las primeras filas persas, se ocupaban en abrevar sus caballos y saquear los cadáveres persas. Cierto es también que Heraclio no pudo tomar el tren de abastecimientos de los persas, ni aniquilarlos por completo, pero sí les causó un daño lo suficientemente grande como para que la iniciativa de la guerra definitivamente quedara en sus manos y como para que los persas no pudieran ya obligarlo a pensar en la retirada.

De hecho y según nos informa Teófanes, Heraclio tomó a los persas 28 drafsh o estandartes y, dado que cada drafsh era portado por un regimiento de 1.000 hombres y que el cronista precisa que esos 28 estandartes eran sólo los que habían quedado en manos romanas sin sufrir daño ni mengua y que otros muchos estandartes persas quedaron, rotos y abandonados, sobre el terreno de batalla, es bastante probable que la cifra de 50.000 bajas persas recogida por Agapios no sea disparatada. En cualquier caso, el ejército persa quedó muy menguado en eso coinciden todas las fuentes y perdió a su comandante y a los spahbad que mandaban cada una de las tres secciones en las que, al dar comienzo la batalla, había dividido su ejército Razates.

A la mañana siguiente, la del 13 de diciembre, Heraclio contempló el campo de batalla comprobando que los persas lo habían abandonado y que lo observaban encaramados en las colinas. El emperador reunió a su ejército y, seguro de su victoria final, lo alentó a marchar contra el propio Cosroes II, quien, según los informes de los espías, estaba en su palacio de Dastagerd. En aquel momento y al igual que durante el resto de sus campañas, Heraclio se mostraba a sus hombres como un rey sagrado, un nuevo David, un nuevo Moisés. Su religiosidad era tan extrema que el autor de la Crónica del Khuzistán, un cristiano persa que la redactó en torno al año 650 y que era ya un hombre maduro cuando la batalla de Nínive, creyó que Heraclio se había ordenado como sacerdote[4].

Heraclio marchó de nuevo lentamente Zab arriba, buscando un paso para volver a cruzarlo. Los regimientos persas supervivientes de la batalla de Nínive, los seguían sin abandonar las colinas y el 21 de diciembre recibieron, al fin, los 3.000 savaran que Cosroes había prometido a Razates. Ese mismo día, Heraclio cruzó el Zab y enfiló hacia el Zab menor cuyas aguas quería cruzar para dirigirse a Dastargerd. Para evitar que los persas, apercibidos de su intención, cortasen los puentes del pequeño Zab, Heraclio envió delante de él al moirarca Jorge, al mando de una fuerza de 1.000 jinetes y con la misión de tomar los puentes antes de que los persas pudieran cortarlos. Jorge (quien años más tarde pelearía en Yarmuk como Magister militum per Armeniam) realizó la hazaña de recorrer en una sola noche 48 millas romanas, esto es, 72 kms y llegó muy rápidamente a los puentes del Zab menor. De hecho, los cuatro puentes que cruzaban el río estaban desguarnecidos y vigilados sólo por cuatro soldados en cada una de las cuatro torres vigía, que fueron capturados por los romanos. El 23 de diciembre llegó hasta ellos el emperador con el resto del ejército y se cruzó el Zab menor acampando en las posesiones que Yazden de Kalka, el ministro cristiano de Cosroes, poseía en esa región. Allí y con objeto de celebrar la Navidad, dio descanso a sus hombres y a sus caballos.

Cosroes, no bien le llegó la noticia del cruce del Zab menor por Heraclio, ordenó a los hombres del ejército que había mandado Razates, que cruzasen a su vez el Zab menor y bloquearan los caminos. Pero Heraclio no se detuvo, sino que avanzó hacia el este y, subiendo las primeras pendientes de los Zagros, se apoderó de un pequeño palacio real –un lugar que Teófanes llama Dezerida– que el emperador ordenó quemar tras saquearlo. Los persas, que no dejaban de seguirlo, lo adelantaron y se movieron hasta el río Tornac, acampando tras su puente en el pensamiento de defenderlo e impedir así a Heraclio proseguir su marcha.

Pero Heraclio avanzó hacia el río Tornac y en el camino tomó y saqueó el palacio que los cronistas llaman Rhousa o Rusa. Luego se acercó al puente sobre el Tornac dispuesto a tomarlo al asalto; pero no hizo falta, pues los persas levantaron el campo y huyeron. Sin oposición ya, Heraclio cruzó el río y avanzó hasta el palacio de Beklal en donde acampó y celebró carreras para que sus hombres pudieran celebrar las fiestas de la Natividad y sus recientes victorias. Así pasaban el tiempo cuando unos armenios, desertores del campo de Cosroes, le informaron de que el poderoso rey Parwez acampaba con sus elefantes de guerra y su ejército en un lugar próximo que se llamaba Barasroth. Se le informó también de que el lugar donde se hallaba Cosroes era prácticamente inaccesible, pues lo cruzaba un río rápido sobre el que se alzaba un pequeño puente y la localidad en donde el rey persa se hallaba según decían los armenios era de calles empinadas y estrechas, y rodeada de barrancos y torrentes.

Así que Heraclio permaneció en Beklal, en donde Cosroes tenía uno de sus paraísos de caza. Había allí y en un cercado –dice Teófanes– 300 antílopes y 100 onagros cebados que Heraclio dio a su ejército, al tiempo que los soldados se hicieron además con numerosos rebaños de ovejas, cerdos y ganado vacuno. En aquel lugar repleto de víveres pasó Heraclio el 1 de enero de 628. Fue allí también, en donde Heraclio supo, por unos pastores persas apresados por sus hombres, que el 23 de diciembre, un aterrorizado Cosroes había abandonado Dastargerd, dando permiso a sus soldados para que saquearan el gran palacio y cargando en sus elefantes el tesoro real. La retirada de Cosroes, según supo más tarde Heraclio, fue caótica y apresurada, y tras tres días de marchas forzadas desembocó en Seleucia del Tigris, la parte oriental de Ctesifonte.

¿Por qué esta reacción de Cosroes? Porque tras el cruce del Zab menor por Heraclio sabía que le era imposible defender Dastagerd y que su única posibilidad era llegar a Ctesifonte y esperar a que Heraclio la asediara. Pero Cosroes sabía también que su prestigio había decaído, y que se estaban ya tramando conjuras contra él y su impopular política de continuar la guerra; así que decidió congraciarse con los soldados de su ejército entregándoles los tesoros de Dastagerd. Esas y no otras fueron sus razones para actuar así.

Y eran buenas razones. La prueba está en que Heraclio, tras saquear y destruir Dastagerd, en donde recuperó 300 estandartes romanos y se hizo con un inmenso botín además de liberar a miles de prisioneros y esclavos de la Romania procedentes de Edesa, Alejandría y otras ciudades del Oriente romano, solicitó la paz a Cosroes. Heraclio sabía que con el rey persa parapetado tras los muros de Ctesifonte y provisto de abundantes provisiones de su tesoro y de soldados fieles, era imposible vencer. Un asedio de Ctesifonte era impensable: era una gran ciudad de 600.000 habitantes, sólidos muros y estaba atravesada por el río Tigris. Se hallaba en mitad de Persia, a gran distancia de sus bases y allí, en mitad del territorio enemigo, era impensable cercar una gran ciudad como Ctesifonte. ¿Cómo abastecería a su ejército durante el sitio? ¿Cómo impediría que los ejércitos persas le cercaran a su vez o cortaran sus líneas de comunicación? ¿Cómo cercar por completo la capital persa sin dominar el Tigris que la atravesaba? Ante esta realidad, Heraclio pidió a Cosroes que considerara la posibilidad de llegar a una paz. Por eso y porque sabía que Cosroes rechazaría su oferta. Expliquémonos.

Heraclio contaba con un arma que, al cabo destruiría a su enemigo: el hábil manejo de la propaganda. Al ofrecer la paz a Cosroes en aquel momento, tan aparentemente desastroso para Persia y tras haber humillado al rey persa al destruir sus palacios, Heraclio mostraba a los persas su magnanimidad y buena fe. Si Cosroes rechazaba la paz que se le ofrecía no se presentaba como un rey generoso y noble, al contrario que su oponente, sino como un rey cruel y odioso que conducía su pueblo a un mar de sangre y se negaba a aceptar la paz que un enemigo tan grande pero tan generoso le ofrecía. Teófanes nos dice que fue en ese preciso momento, al rechazar la oferta de paz de Heraclio, cuando los nobles persas empezaron a apartarse del Rey de reyes y a tramar su caída junto con el ejército.

Heraclio, mientras tanto, aunque convencido de que no lograría tomar Ctesifonte, marchó contra ella para aumentar el pánico de los persas y su descontento contra Cosroes. El 7 de enero bajó de Dastagerd y el 10 llegó al río Narbas, situado a 18 kms de la capital persa y donde estaba el ejército de Cosroes. Éste había inflado sus filas enviándole todo su séquito armado, había reunido también 200 elefantes de guerra y ordenado cortar los puentes. Heraclio no podía pues seguir y se retiró al norte, devastando todo a su paso y saqueando campos, pueblos y ciudades. 
Tras librar una pequeña escaramuza contra un drafsh persa, el ejército de Heraclio, exhausto pero imbatido, acampó en marzo en un lugar llamado Barzan. Los hombres de Heraclio llevaban un año peleando sin descanso y Heraclio no podía pedirles más. La guerra parecía haber quedado en tablas y eso era algo que Heraclio no podía permitirse.
Pero la historia del desenlace de la gran guerra romano-persa quedará para otra ocasión.


[1] Moisés Dasxurangi: II, 11, 85-86; Kiracos de Gantzac: 51.
[2] Teófanes: 6118, 324-325; Patriarca Nicéforo: cap. 12; Miguel el Sirio: II, XI, III, 409; Sebeos: 84-85; al-Tabari: V, 1004-1005, pp. 322-323; Historia Nestoriana: LXXXI, 221,541.
[3] Teófanes: 6117, 317 y 6118,318; Patriarca Nicéforo: cap. 12; Miguel el Sirio: II, XI, III, 409; Moisés Dasxurangi: II, 11, p. 86; al-Tabari: V, 1004, p. 323; Agapios: 464, 204; Historia Nestoriana: LXXXI, 221-222, 541-542; Crónica del Khuzistán: p. 236.
[4] Teófanes: 6118, 317-321; Agapios: 464-465, 204-205; Sebeos: 83-84; Miguel el Sirio: II, XI, III, 409; Moisés Dasxurangi: II, 12, 88-89; al-Tabari:  V, 1005-1006, pp. 322-324; Crónica del Khuzistán: p. 236; Historia Nestoriana: LXXXI, 221-222, 541-542; Patriarca Nicéforo: cap. 14; Jorge de Pisidia II: Acroatis, fragmentos; San Anastasio el Persa: II, 265-276; Crónica Pascual: 729-734; Haldon, J. Byzantium…, op. cit,. p. 246 y 253; Kaegi, W., Heraclius…., op. cit., pp. 153-172; Howard-Johnston, J., “Heraclius Persian Campaigns and the Revival of the East Roman Empire, 622-630”, War in History, 6 (1999), pp. 1-44.

2 comentarios:

  1. Estimado Pepe:
    He leído hoy la batalla de Nínive, y, como siempre que leo algo tuyo me ha encantado.
    Además intuyo que algo de ella irá en tu próximo libro........También me ha gustado ver aparecer en los hechos reales del relato a nuestro querido Jorge, que una vez más, se comporta como todo un héroe al servicio de su Emperador

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  2. Hola Pepe:
    He entrado en tu blog por recomendación de mi amigo Jose Torices para una primera ojeada y veo que tiene mucho material de gran calidad. En cuanto pueda me haré con ese "Tiempo de leones" que promete ser muy interesante. Ya me pasaré por aquí con más calma.
    Yo también escribo cosillas en un blog al que por supuesto estás invitado:
    http://blogliterarioyfotografico.blogspot.com.es/
    Un abrazo amigo y compañero y ¡Enhorabuena por tu talento!

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