lunes, 23 de mayo de 2011

La política heróica de Heraclio

  La  “política heroica” de Heraclio. Un puente entre el héroe grecorromano y el “Caballero cristiano”. 619 a 630.


Heraclio es un personaje fascinante, logros y fracasos se apiñan con dramática profusión, en el haber de su extenso y variado reinado. Debilidad patética y fortaleza sobrehumana se amalgaman en su vida como el plomo y la plata en las minas argentíferas, valor y genio militar dignos de un César o un Trajano se entreveran con fobias irracionales y decisiones sentimentales sin sentido.
Pero ante todo Heraclio permaneció en la memoria de los pueblos del Oriente: griegos, armenios, albaneses caucásicos, árabes, iberos del Cáucaso, persas, y sirios, como un héroe rutilante; figura tocada por la mano de Dios para liberar al Oriente de las cadenas con que lo ceñía Cosroes. Enemigos y amigos, todos al unísono lo elevan a su particular Parnaso. Y  en sus relatos, ya sean estos históricos o poéticos, todos ellos por igual, lo convierten en un nuevo tipo de héroe en el que la voluntad de Dios se constituye en el “leiv motiv” de sus acciones, en el sostén de su fuerza y en el filo de su espada.
Junto a estos atributos que presagian al futuro “Caballero Cristiano”  se ayuntan los ecos heroicos, aún fuertes, de la tradición clásica grecorromana, lo que da al conjunto heroico heracliano unos perfiles propios y únicos.
Mas el retumbar de la épica heracliana no se agotó ni en el Oriente, ni en su siglo. A lo largo de más de un milenio y de España a Irán, de Alemania a Georgia, Heraclio será cantado en heroicos relatos y representado, una y otra vez, en muros de iglesias, en miniaturas de preciados códices, en vajillas de plata, en joyas, en lienzos y tablas…y lo hará como restaurador de la Vera Cruz, caballero, émulo de David, Daniel, Hércules y Constantino y compañero simbólico de Santa Elena.
La figura de Heraclio se agigantó en el Occidente medieval, un fenómeno inquietante -intelectualmente hablando- si se compara con su repentino ocaso en el Imperio Bizantino y su celosa conservación en el Oriente cristiano y musulmán.
Ahora bien, ¿ fue esto el resultado de la casualidad? ¿el efecto de una tradición literaria destinada a la glorificación de un emperador? ¿O el fruto de una política consciente y personal del propio Heraclio? Y de ser el resultado de lo último -como creemos poder sustentar- ¿cuándo y porqué se inició y cómo se conformó? Y finalmente ¿a qué se debió el éxito de esta “política heroica de Heraclio?
Las respuestas a estas preguntas no solo nos darán algunas de las claves de este decisivo reinado, acercándonos a una personalidad subyugante, sino que además nos permitirán adentrarnos en un mundo nuevo y dinámico, un mundo en el que nuevos hábitos de vida, nuevas formas de entender ésta, nuevos valores y aptitudes para afrontarla, comenzaban a abrirse paso.
Todo comenzó con la gran guerra romano-persa de 603-628. El viejo mundo, el de Justiniano y Cosroes I, el Oriente, el mundo que todavía hubieran podido reconocer sin mucho esfuerzo, Teodosio y Constantino, Ardashir y Shapur II, comenzó a tambalearse. Nadie podía saberlo aún, pero aquella sería, tras más de cuatrocientos años, la última guerra entre la Romania y el Irán. El galope de los caballos islámicos aún no se oía, pero ya estaban enjaezados y prestos para recorrer los caminos que llevarían al orbe a la edad media.
Desde 603 y año tras año, los ejércitos de Cosroes II atravesaron las fronteras de la Romania. La vieja frontera[1] que se alzaba, con escasos cambios, entre ambos imperios desde el siglo IV, fue sobrepasada por los persas. Después, en rápida sucesión y sin que la subida al trono del nuevo emperador, Heraclio, lograra detener el proceso, cayeron Antioquía, Damasco, Tarso, Emesa, Siria, Cilicia, y Armenia, fueron conquistadas hacia  613, Asia Menor y Palestina, yacían abiertas y exánimes ante los generales de Cosroes II.
No fue, sin embargo, el final de las amarguras de la Romania; lo más amargo tuvo una dimensión especial, no económica como la de Siria, ni estratégica como la de Armenia, sino moral y simbólica. Jerusalén fue conquistada.
La conquista de Jerusalén por los persas era el más rudo golpe que la Romania podía encajar. Para un imperio que se había ligado tan íntimamente a una fe, como lo estaba la Romania al cristianismo, perder su corazón religioso y moral, se constituía en una catástrofe que nuestra mente moderna difícilmente puede calibrar. Era el comienzo de una era apocalíptica[2] y así lo entendieron los contemporáneos.
Mas no fue el final de la embestida persa, ni colmó la taza de la amargura de la Romania. En 619, Sharbaraz, el mismo general persa que había destruido el Santo Sepulcro y enviado la Vera Cruz a Ctesifonte, tomó Alejandría y se apoderó de Egipto. Tras la amputación sentimental y religiosa, la económica.
La debacle era general y aparentemente irreversible. Siria, Armenia, Palestina, Egipto y Cilicia, ocupadas por los persas. Asia Menor, atacada anualmente por ellos. Los Balcanes, arrasados y en proceso de ocupación por ávaros y eslavos; Italia, devastada por los lombardos y sujeta a continuas sublevaciones. Sólo el África, de donde había llegado, bajo el manto de la Teotokos[3], el antaño triunfante Heraclio, ofrecía refugio y consuelo. Así lo pensó el emperador y determinó retirarse a Cartago[4] para reordenar desde allí la lucha.
Fue un auténtico cataclismo para Constantinopla. Las vanguardias persas en Calcedonia, los embates ávaros en los arrabales de la ciudad, las drásticas reducciones de víveres tras la pérdida de Egipto[5], nada había mostrado a los ojos del pueblo, de la corte y de la iglesia, lo desastroso y límite de la situación, como lo había hecho el inesperado anuncio de Heraclio de trasladarse a África.
La reacción del patriarca y el pueblo frenaron a Heraclio y le mostraron el valor de los actos simbólicos y tremendos en la mente de sus súbditos. No, Heraclio no era lego a la hora de usar sus acciones en una dimensión simbólica y de efecto propagandístico.
Lo que sí había sido era tradicional, nada en sus acciones entre 610 y 619 es enteramente nuevo ni original. Heraclio se había limitado a seguir los esquemas ya ensayados por otros, las pautas de comportamiento imperial que siempre habían dado buen resultado y que habían ayudado a solventar los tradicionales problemas a los que desde tiempos de Constantino, se había tenido que enfrentar el imperio. Pero la nueva situación, la surgida de la conquista de Jerusalén, de la pérdida de Egipto y Siria, del arrinconamiento romano en los Balcanes e Italia, no era nada tradicional. Ni tan siquiera cuando los godos rondaban las murallas de Constantinopla tras la debacle de Adrianopólis, ni cuando la vieja Roma fue saqueada por Alarico o por Genserico, había sentido la Romania tan cercano el aliento de la muerte.
No se trataba ya de la pérdida de tal o cual provincia, de la derrota de un emperador o de la instalación, más o menos controlada de una tribu bárbara, sino de la propia existencia del imperio.
Se imponía una reacción que tanto por las circunstancias militares, como por las económicas y psicológicas, debía ser nueva, arriesgada y heroica. En las épocas de crisis caminan los héroes, cuando el pasado y el futuro se ayuntan y no se distinguen ya, cuando los viejos hábitos y las viejas formas necesitan de nuevos aires para ondear, llega su tiempo.
Los héroes no son -no fueron- sino hombres que supieron usar sus gestos, sus acciones, sus palabras de forma que retumbaran en los oídos de los demás y se grabaran en sus retinas. Es decir, que actuaran, se movieran y hablaran de forma simbólica y sentimental, en el pleno y antiguo significado de ambas manidas palabras. O dicho de otra forma, que supieran catalizar en su persona lo singular y decisivo de los días que tuvieron que afrontar.
Heraclio supo entender esto, supo hacerlo y por eso fue no sólo un emperador, más o menos afortunado, más o menos grande, sino un héroe. De hecho durante mil años sería más celebrado por esta faceta de su vida que por las demás. Es a su estampa de héroe a la que debió su fama y a la que debemos los poemas, relatos, grabados, pinturas etc. que de él nos han llegado y que se esparcen, como los huesos de un mítico gigante, desde las riberas del Oxus a las montañas de España y desde los bosques de Alemania a las cumbres del Cáucaso. Ningún otro personaje de la historia romana tuvo tal proyección y carga simbólica: sólo César y quizás Constantino tuvieron tal eco dentro y fuera del imperio y por tanto tiempo.
Lo fascinante de Heraclio es que, al igual que César y Constantino, fue consciente de los pasos que daba, los gestos que exhibía o las palabras, que como en una magistral tragedia, pronunciaba. Lo excepcional de Heraclio fue su capacidad para confundirse con su nueva y calculada vestidura heroica, para difundir su nueva estampa y dibujarla de forma efectiva e indeleble. No hay nada sesgado, artificial, falso o casual en “las acciones heroicas” de Heraclio entre 622 y 630 y por ello resultaron triunfantes y permanentes en la memoria colectiva de tantos pueblos. Veámoslo.
Si la reacción de la Iglesia y el pueblo constantinopolitano ante su decisión de partir a Cartago habían abierto los ojos de Heraclio ante las posibilidades de una política de acciones y gestos cargados de simbolismo y efecto, la pérdida de Egipto y el intento ávaro de capturarlo[6] lo habían hecho en cuanto percibir que la reacción de producirse, debía basarse en la anulación temporal de al menos uno de los dos frentes en los que batallaba el imperio. Pero Cosroes era imposible de apaciguar, así que solo quedaba la posibilidad de amansar a los ávaros.
La elevación del tributo a 200.000 sólidos de oro y una adecuada presión diplomática lograron este objetivo en 619. Numerosas tropas de los desgastados ejércitos de campaña del Illiricum y Tracia pasaron a Bitinia[7]. Era un primer paso, quedaban otros tres íntimamente ligados entre sí antes de poder comenzar la ofensiva contra Persia.
En primer lugar había que lograr dinero. Sin oro no había soldados y sin soldados no habría salvación. Pero sólo la Iglesia, rica, opulenta e intocada en su caudal económico durante los trágicos años que van de 602 a 620, podía sostener la empresa del emperador.
El aviso efectista que Heraclio dio al anunciar su partida a Cartago le había mostrado el punto donde debía hacer palanca, y puesto de manifiesto ante el patriarcado de Constantinopla que su destino estaba completamente ligado al del imperio. Para reafirmar esta sensación, Heraclio comenzó a airear convenientemente las cartas que Cosroes le había enviado. Cierto es que en ellas la sagrada figura del emperador quedaba hollada por el pie del orgullo persa, pero si se dirigía convenientemente el discurso imperial tras la publicación de estas misivas, se mostraría a la Iglesia y al pueblo no solo lo desesperado de la situación sino -y esto era novedoso en la trayectoria de la guerra- la dimensión religiosa y apocalíptica de la misma.
Oro e ira, eso es lo que podía obtenerse y eso es lo que con habilidad obtuvo Heraclio. Sin ambas, sin ira y sin moneda, era imposible ganar la guerra y por ende, sobrevivir en el estado en que se encontraba la Romania en 620.
Hemos conservado numerosos fragmentos de las cartas ofensivas que Cosroes dirigió a Heraclio cada vez que éste solicitó negociaciones o paz. Debieron de entresacarse los fragmentos más jugosos pues se puede observar una cierta uniformidad[8] de dirección propagandística en ellos. Que Heraclio era consciente del uso del poder que proporcionaban los mensajes de estas misivas convenientemente usados y de su difusión entre el ejército lo da el discurso que el emperador pronunció ante su ejército el 5 de abril de 622[9], justo antes de lanzar su primera ofensiva contra Persia.
Basta comparar el texto de  las cartas de Cosroes a Heraclio que convenientemente, como hemos dicho, aireó éste, con el citado discurso para comprobar el lazo intelectual y propagandístico echado por el emperador sobre el cuello de la iglesia y el pueblo del imperio, un lazo firme y seguro por el cual los conduciría a la victoria. Dada la extensión limitada que puede tener este trabajo no podemos detallar cada una de las pautas seguidas por el emperador en el devenir de su política heroica. Baste aquí con decir que Heraclio no perdió ni una sola oportunidad de equipararse con Moisés, David o Daniel[10] y de equiparar, en necesaria correspondencia, a su ejército y a su pueblo con un nuevo pueblo elegido, un nuevo Israel[11] y, en la misma línea argumental, Cosroes fue transformado en un nuevo faraón, en un nuevo Goliat[12]; a la vez, los persas eran asimilados con los cananeos o los filisteos o egipcios[13]. Por lo mismo, Heraclio se presentó a sí mismo como un emperador que, obligado por las circunstancias, se veía forzado a tomar las armas, a luchar y a vencer, siempre bajo la férula de Dios y con la fe como arma principal. Para comprender todo esto y verlo en movimiento nos ceñiremos a dos ejemplos, dejando el desarrollo total de nuestro trabajo para otra ocasión.
El éxito de Heraclio se basó en un excelente uso de la propaganda: se usaron todos los medios y se hizo de forma tan efectiva que Heraclio ganó lo que podemos llamar la batalla de la opinión pública internacional de la época. Ahora bien, esta propaganda se basaba en realidades, realidades consistentemente creadas por Heraclio y adecuadamente aireadas después por su poeta particular, Jorge de Pisidia y por los demás instrumentos de sus medios de difusión.
Heraclio pues, está al mando de su política heroica. Ésta no fue una creación posterior y manipulada de unos hechos tergiversados, sino las réplicas necesarias para dar a conocer unos actos meditados y necesarios. Tanto es así que -como veremos- Heraclio marcará el paso a sus hombres en los medios. Tomemos por ejemplo a Jorge de Pisidia.
En efecto, un atento estudio de la cronología nos permite comprobar que los hechos que canta este insigne e incomprendido poeta, lo son siempre a posteriori de unos acontecimientos que el emperador elegía a conciencia. Estos actos imperiales se expandían convenientemente por todo el Oriente, como puede verse en la literatura armenia, georgiana, albaneso-caucásica, persa, árabe etc. que trata de estos años, por que estaban cargados de un simbolismo subyugante. Pongamos un ejemplo claro, aunque anticipado en el “tempus” de nuestra relación: el ascenso del monte Al-Judi por Heraclio en marzo de 628.
El monte Al-Judi es una cima del actual Kurdistán iraquí y desde al menos el siglo I de nuestra era y casi con toda probabilidad desde mucho antes, era considerado como el monte donde encalló, tras el cese del diluvio universal, el arca de Noé. El monte Al-Judi era el Ararat reconocido por todos los pueblos del Oriente, ya fueran éstos judíos, nestorianos, monofisitas u ortodoxos y continuó siéndolo hasta el siglo XIV cuando la tradición armenia comenzó a apostar por el actual monte Ararat, que se yergue entre las fronteras de las actuales Armenia y Turquía; de hecho, la equiparación entre el monte del arca de Noé y el actual monte Ararat no se logró por completo hasta el siglo XVII[14]. Así pues, cuando Heraclio (tras sus grandes victorias del invierno de 627-628 que  desembocaron en el asesinato por sus cortesanos de Cosroes II y la petición de paz al emperador de Cavad II, hijo y sucesor de Cosroes I) se dirigió en triunfo desde Persia hacia su Imperio, a mediados de marzo de 628, no fue una casualidad que se empeñara en desviarse de su ruta para dirigirse al monte Al-Judi, como tampoco lo fue que acampara en sus laderas y se empeñara en ascender hasta la cima[15], recuperar un trozo de madera de la supuesta arca y fundar un monasterio para custodiar la reliquia. Con estos gestos Heraclio pretendía mostrarse al mundo como nuevo Noé[16], como fundador de una nueva humanidad que, tras el diluvio de la gran guerra romano-persa, comenzaba una nueva y pacífica existencia.
El acto de Heraclio retumbó en todo el Oriente, fue un éxito como acto propagandístico. Geógrafos  islámicos, historiadores musulmanes, siríacos, armenios, judíos etc, lo recogerían una y otra vez, guardando memoria del acto del emperador hasta el siglo XIII. Heraclio se mostró en aquella primavera del 628 como nuevo Noé. Lo hizo conscientemente, consciente de su simbolismo y repercusión, conscientemente se desvió de su ruta, conscientemente subió solo a la cumbre y en soledad noémica y en consecuencia lógica, consciente y calculada, como un nuevo fundador de la nueva humanidad, se mostró a su ejército.
Al año siguiente Jorge de Pisidia cantaba la victoria del emperador y le daba el título de nuevo Noé[17]. El poeta seguía pues a su señor, era el amplificador, elegante y épico de las acciones de su emperador y héroe. Heraclio concibe y actúa, su poeta ensalza, adorna, difunde, y así con todos sus actos y a través de todos los medios de difusión y propaganda, el emperador crea, consolida y esparce su nueva condición heroica.
Veamos ahora otro ejemplo del funcionamiento de la política heroica de Heraclio. Volveremos ahora a la génesis de su epopeya heroica y nos situaremos en 622 para ver cómo el emperador usaba sus acciones en un modo aleccionador y simbólico y el efecto que esto causaba en sus tropas y contemporáneos.
En el invierno de 621 Heraclio logró los medios que necesitaba del patriarcado[18] de Constantinopla lo que, unido a la tregua con los ávaros, mejoraba notablemente su situación militar. Pero Heraclio necesitaba más. Tenía que dotar ahora a su ejército de un nuevo espíritu de combate, una nueva moral en la que apoyar una nueva disciplina. Para lograr estos elementos indispensables en todo ejército que se proponga vencer, Heraclio acudió de nuevo a su política heroica.
Había comprobado en 613 que, aunque ponerse al frente de las tropas[19] era algo relativamente efectista y novedoso, no bastaba para lograr sus objetivos. Sí, el emperador marcharía al frente de los romanos, pero lo haría de una nueva forma, lo haría como un soldado dotado de nuevos atributos y misiones, sujeto a los peligros e incomodidades inherentes a todo soldado de la Romania, el emperador sería ahora, no el general de un ejército romano, sino un soldado sagrado y lo haría en una forma tan simbólica y tan evidente, que no solo no pasara inadvertida ante los ojos de sus soldados y pueblo, sino que, además, quedara grabado en sus mentes y corazones.
A partir de ese momento, luchar junto a Heraclio sería formar parte de un ejército sagrado, participar de unos acontecimientos emprendidos bajo el manto divino y adornados de acciones de eco heroico.
Pisidas, Teófanes, Sebeos, Agapios, Moisés Daxurangi, Kirakos, Nicéforo y Tabari, por citar solo unos cuantos, nos han conservado estos ecos heroicos y sagrados tan bien dirigidos por Heraclio. Éste usaría innumerables y diversos medios. Cada uno de sus gestos, de sus pretendidos sueños[20], sus armas, sus vestiduras, su caballo[21], sus decisiones[22], incluso los contratiempos y dificultades de sus acciones serían aprovechados por Heraclio[23] para darles dimensión heroica y sagrada. Lo haría a gusto de todos. Viejas formas, palabras y gestos, para consumo de la corte, el senado, la nobleza y el alto funcionariado de la capital y las provincias. Matices cultos y antiguos, que solo las pulidas mentes educadas en la cultura clásica de los antiguos podían apreciar. Alusiones a Homero, Plutarco, Desmóstenes, Apelles y Tolomeo…[24], comparaciones de Heraclio con Hércules, aprovechando la similitud del nombre y presentando sus campañas como nuevos y heroicos “trabajos”[25]. O comparaciones de Heraclio con Escipión[26] aprovechando en este caso su llegada desde África en salvación del imperio. Alusiones a Jasón, Ulises, Constantino, Alejandro[27], siempre en la misma línea: equiparación del emperador y sus hechos con los viejos héroes y sus actos.
Y para los eclesiásticos, el pueblo y el ejército, Heraclio ofrecía otras posibilidades: Heraclio como nuevo David, como nuevo Moisés, como nuevo Daniel, como nuevo Noé, como compañero intemporal y simbólico de Santa Elena.
Heraclio se investirá conscientemente de su nueva dimensión heroica y sagrada. A partir de 622 sus sueños son señales, mensajes de Dios; sus decisiones están bajo la ley de Dios; bajo su palabra, una tormenta, una lluvia inesperada y refrescante, una palabra injuriosa del enemigo, una situación apurada e incluso desesperada, todo será aprovechado de forma rápida y consciente, vinculando al emperador con la historia sagrada, con la palabra sagrada de Dios, transformándolo a su vez en un soldado sagrado, en un soldado de Dios. Extendiendo, por poderosa y efectiva dimanación, esa sacralidad, a todo su ejército, que será presentado como nuevo Israel, como nuevo pueblo de Dios, cuyas campañas al servicio de Dios y el emperador, no son sino la simbólica representación de un nuevo éxodo o de una nueva “prueba purificadora” en espera de lograr de Dios la nueva tierra prometida, la nueva alianza, configuradas a su vez en la victoria, la paz, la restauración del imperio, los lugares santos y la santa Cruz.
Cuando en abril de 622 Heraclio se presentó a sus tropas lo hacía de una forma nueva y sorprendente para los soldados de la Romania. Heraclio se presentó ante ellos calzado con las botas negras y armado de pies a cabeza. Las botas negras eran el calzado tradicional del soldado romano desde los distantes y casi míticos días de la república romana. La bota negra era signo de degradación para cualquiera que se ufanara de una condición social o intelectual elevada. Por el contrario, eran el orgullo del soldado raso, quien se vanagloriaba de sus botas negras de la misma manera que lo hacía de comer sus tradicionales galletas de trigo. Por todo esto cuando los hombres de Heraclio vieron a su emperador calzado con las botas negras y no con el habitual calzado imperial, las botas púrpuras, fue para ellos una auténtica revolución. Pero esto no fue todo, Heraclio, sabedor de que la disciplina, el valor, la moral y el espíritu de combate, no se restauran por sí solos o mediante simples gestos, inició una serie de constantes entrenamientos y trabajos. Combates simulados, marchas, maniobras y formaciones tácticas, ejercicios de tiro con arco, de equitación, de esgrima. Todo esto en cantidad y ritmo tal como no habían conocido las armas romanas desde hacía décadas.
Trabajo en demasía, disciplina y privaciones son peligrosas medidas cuando se aplican sobre un ejército bisoño, indisciplinado y sin moral, tal y como lo era el de Heraclio. Por algo parecido había sido destronado Mauricio veinte años antes. Para evitar esto Heraclio contaba con dos elementos muy efectivos: paga buena y regular, y ejemplo personal.
Ante los sorprendidos ojos de los soldados de la Romania, aquel emperador calzado con botas negras[28], se puso a participar de sus ejercicios, marchas, combates simulados etc. Ver sudar, sangrar y agotarse a una figura que hasta entonces y durante siglos había sido distante, intocable, majestuosa e inalterable, sagrada como un icono viviente, fue para los soldados de Heraclio todo un choque moral, un ejemplo sagrado, una inyección de valor y espíritu de cuerpo. Aquellos hombres comenzaron a sentirse partícipes de algo nuevo, trascendental, místico y portentoso. Nadie quiere perderse algo así.
En esos meses de primavera y verano de 622, en Bitinia, se forjó el gran ejército de Heraclio; sin estos meses y sin la capacidad de Heraclio para subyugar a sus hombres no se explican las victorias de los siguientes años y sobre todo no se explican las portentosas marchas, las privaciones, la fidelidad a toda prueba de aquellos hombres en mitad de situaciones que parecían y que de hecho eran, desesperadas e imposibles, tácticamente y estratégicamente hablando.
Pisidas, tan poco e injustamente valorado por los modernos, como poco leído, ha sabido recoger magníficamente en su poema “De expeditione” el ambiente, las sensaciones del ejército en aquellos días decisivos de 622. Pisidas acompañó al emperador y al ejército en esta primera campaña y recogió sus impresiones y las directrices de la propaganda heroica imperial en un largo poema que declamó ante el emperador y la corte al año siguiente.
Cuando a finales del verano de 622 Heraclio consideró que su ejército estaba listo para la lucha, lo reunió ante sí y pronunció ante sus hombres un emotivo discurso en el que se presentaba y los presentaba, como un ejército sagrado, con una misión justa y sagrada. Para realzar el momento y enfervorizar aún más a sus hombres, el emperador se mostró ante ellos portando la “Imagen de Cristo no pintada por mano humana”[29], la “Cristopolia”, la “muy brillante”, la más sagrada de las reliquias fuera de la Vera Cruz. Como ya dijimos, sería demasiado extenso pormenorizar en este trabajo todos los pasos de esta política heroica de Heraclio. Baste aquí pues con decir que a lo largo de sus campañas el emperador no desaprovechó ninguna situación, por extrema que fuera, para dar cima a su calculada política de autoconversión heroica.
Fue todo un éxito, desde la primera campaña y así, por ejemplo, en esta primera acometida heroica, 40.000 hombres entrenados, disciplinados, motivados y bien dirigidos, con la íntima conciencia de llevar a cabo una misión sagrada y heroica puesta bajo la protección de Dios y bajo su mandato, marcharon por las montañas del Ponto y del Tauro y el Antitauro, empujaron en mil combates y marchas a los persas fuera de Asia Menor y los derrotaron en una gran batalla en las estribaciones del Tauro. Era la primera gran victoria del imperio desde que comenzara la guerra.
Estas fueron las bases del triunfo de la política heroica de Heraclio. De estas bases deriva su fama en Oriente, su constitución en un héroe cantado en Persia, en el Islam, Armenia, Georgia, Siria y Bizancio.
De aquí, también, su idealización como primer cruzado, como primer caballero cristiano que enamoró al Occidente hasta el siglo XVIII. Es aquí en Occidente donde Heraclio logró, sorpresivamente, su eco más fuerte e intemporal. Así mientras que en Bizancio, la iconoclastia y sobre todo el renacimiento macedonio apagaban los resonantes ecos heraclianos, en Armenia, Siria, Irán, Georgia y en todo el Islam, Heraclio era representado en multitud de obras literarias. Antes lo había sido, durante el siglo VII, en multitud de obras iconográficas y lo había sido como nuevo David, como nuevo Moisés, como nuevo Daniel. Pero fue en Occidente -tal como hemos dicho- donde paradójicamente, más retumbó el nombre de Heraclio. En el siglo IX, Rábano Mauro, uno de los grandes intelectuales del Imperio Carolingio, comenzaba a poner las bases de su épica en Occidente, épica indisolublemente ligada a la recuperación de la vera cruz y a su restauración en Jerusalén en marzo de 630. La leyenda Áurea comenzaba a dar sus primeros pasos y Heraclio era su eje fundamental.
En el siglo XII, en un olvidado pueblo francés se pagaron unas costosas tablas donde se representaba a nuestro emperador dando fin a su archienemigo Cosroes. Estas tablas son anteriores en unos años a la famosa historia de las cruzadas de Guillermo de Tiro, cuya obra comenzaba con el recuerdo de las hazañas de Heraclio y su elevación a la condición de primer cruzado, lo que demuestra que Heraclio había calado ya mucho en Occidente para estas fechas.
En el siglo XIV, en Italia, en Florencia, eran encargadas al famoso pintor unos grandes frescos donde se representaba todo el ciclo heracliano: Cosroes llevándose la vera cruz, Heraclio venciendo a Cosroes y Heraclio devolviendo la reliquia a Jerusalén. En esos mismos años en la gran obra literaria “La gran crónica de Francia”, podemos contemplar una iluminación donde se representa la batalla del puente del río Saros, uno de los puntos culminantes del ciclo heracliano. En esta representación, Heraclio aparece blasonado con la divisa real francesa, la flor de lis y va provisto del aparato militar del soberano francés en el siglo XIV. Cosroes, por su parte, aparece vencido, desplomado sobre su caballo.
A comienzos del siglo XV, el duque de Berri, señor de una casa tradicionalmente ligada a las cruzadas, mandaba representar convenientemente en dos geniales obras literarias y artísticas por él encargadas, los libros de las buenas y de las ricas horas, toda la épica heracliana, centrándose en el episodio culminante: la devolución piadosa de la vera cruz a Jerusalén.
En una olvidada aldea alemana, poco después del encargo del duque de Berri, se costearon unos caros frescos donde aparecía Heraclio representado con la vera cruz. en nuestra España, en Teruel, en Blesa, se hizo el portentoso esfuerzo de pagar una desorbitada suma a dos insignes maestros para que en una serie de caras tablas para el coro se representara la historia de la vera cruz. En estas tablas ocupaba posición central la representación de Heraclio acompañado por santa Helena en su desfile triunfal de Jerusalén para devolver la vera cruz. No era una ensoñación del artista, sino la prueba de hasta qué punto había calado y era conocida la temática de la épica heracliana, pues efectivamente, Heraclio era equiparado con santa Elena: ella había encontrado la cruz, Heraclio la recuperó. Un segundo ejemplo de lo bien informado que estaba el pintor que representó a Heraclio en Blesa lo da el caballo de Heraclio de quien conocemos el nombre y su color por Teófanes quien  los recogió de Pisidas.  El caballo de Heraclio se llamaba Corzo, era alazán, es decir, leonado y así es representado tanto en Blesa como en Florencia. ¿Casualidad? no lo creemos, debió de existir una épica heracliana en Occidente sin la cual no se explica la difusión de los motivos heraclianos por toda Europa ni su acierto en los tipos iconográficos.
Casi al mismo tiempo que en Blesa, en Arezzo (Italia), Piero de la Francesca pintaba unos inmortales frescos en donde se representaba la victoria de Heraclio sobre Cosroes y el ciclo heracliano de la vera cruz. Heraclio pues subyugaba a la Europa renacentista como antes había subyugado a la medieval y aún más.
En pleno siglo XVIII cuando Gibon y Montesquieu tenían graves problemas para justificar la figura de Heraclio dentro de su esquema de una  Bizancio decadente, en España en 1785, el primer y segundo premio del concurso de la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando eran sendas representaciones del triunfo de Heraclio en Jerusalén.

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[1] Las dos mejores obras sobre las guerras y la frontera romanopersa son: Greatrex 2002; Kennedy/Derrick 1990. 
[2]  Hay una auténtica explosión de literatura apocalíptica a partir de este acontecimiento, véase por ejemplo los Apocalipsis del Pseudo Metodio y el Apocalipsis del Edesano, en Palmer 1993, 222-51. Un excelente trabajo sobre el impacto de la caída de Jerusalén en la mente de los contemporáneos es el de Vallejo 2000.
[3] Teófanes 6102, 29. Mango 1997; Jorge de Pisidia, Pertusi 1959, 1-85. 
[4] Nicéforo, Historia Breve, cap. 8. Mango 1990; agradecemos a la Dra. E. Motos Guirao el permitirnos usar su traducción al castellano de esta obra, aún inédita.
[5] Nicéforo, cap. 8.
[6] Teófanes 6110, 301-302; Nicéforo, cap. 10.
[7] Teófanes 6112, 302.
[8] Numerosos autores nos han preservado fragmentos de estas cartas, así como de las impresiones que causaron en los contemporáneos. En ellas predominan las referencias ofensivas y prepotentes de Cosroes hacia Heraclio. Éste aparece sentado en el trono de su orgullo mientras que Heraclio aparece retratado como un paciente monarca que intenta evitar a toda costa la guerra y que sólo ante la persistencia y prepotencia de Cosroes se ve obligado a aceptarla. Así en Sebeos, Cosroes trata a Heraclio de idiota y jefe de bandido: en Moisés aparece Cosroes retratado en el cenit de su orgullo; en Teófanes 306, Cosroes exige a Heraclio la renuncia a la cruz y la conversión a la religión persa. No puede ser casual que tanto las fuentes bizantinas como las armenias, albaneso-caucásicas, perso-islámicas, etc.. recojan el mismo modelo de comportamiento para Cosroes y Heraclio. Ejemplos de esto en, Teófanes 6105, 300; 6109, 301 y 6114, 306; Nicéforo, cap. 7; Macler 1995, cap. 26, 79; Sebeos, cap. 24, 64; Moisés Dasxurangi, Dowsett 1961, 2,10 77; Bosworth 1999, vol. V.
[9] Jorge de Pisidia, De Expeditione, II,78-120.
[10] Comparaciones con David en Jorge de Pisidia, De expeditione II, 112-116; con Moisés en De expeditione I,135-140 y  III, 415-420;otra equiparación con Moisés en Jorge de Pisidia, Bellum Avaricum 495-500; y en Stembach 1975, 308,13 y ss; y Teodoro Sinkellos 318, 7 y ss. Otra equiparación indirecta con Moisés en Teófanes 6115, 310-311: aquí Heraclio exhorta a sus hombres con las palabras mosáicas «si Dios quiere unos pocos podrán vencer a miles» en referencia al Deuteronomio 32, 20; con Daniel en Jorge de Pisidia, In Restitutione veneranda crucis, V, II, 15-20, haciendo aquí alusión al relato bíblico del libro de Daniel 3, 50.
[11] Equiparación del ejército de Heraclio con el pueblo de Israel en Jorge de Pisidia, De expeditione I 135-140 y III,54 y ss: en relación con la explicación de este pasaje véanse la notas  de Pertusi en 157-158. Una equiparación indirecta del ejército con el pueblo de Israel en el éxodo en Teófanes 6115, 310-311, en donde se hace una comparación a través de las palabras de Heraclio a sus hombres, entre Heraclio- Moisés y ejército-Israel, Heraclio les dirige las mismas palabras que aparecen en Deuteronomio 32, 20.
[12] Equiparaciones de Cosroes con el faraón y Goliat en Jorge de Pisidia, De expeditione I, 135-140 y Bellum avaricum 495-500; Teodoro Sinkellos, 08,13 y ss; 318, 7 y ss; comparación de Cosroes con el fuego del horno con que fue amenazado Daniel en Persia y con los leones a los que fue arrojado, en Jorge de Pisidia, In restitutione veneranda crucis, V, II, 20-25.
[13] Equiparación de persas y eslavos con los egipcios en Jorge de Pisidia, Bellum avaricum, 500-505; de los persas con los leones que asediaron a Daniel en Jorge de Pisidia, In restitutione veneranda vía, V, II, 20-25.
[14] Eamed 1996; Crouse 1992; Pirone 1987, caps. 1, 9 y ss; Fiey 1965 J, 749-754; Kaegi 2003, 184-85.
[15] Vasiliev 1911, 464-65.
[16] Jorge de Pisidia, Heracliada, I, 80-90.
[17] Jorge de Pisidia, Heracliada, 85-90.
[18] Teófanes, 6113, 303-304.
[19] La narración más detallada de la acción de Heraclio al frente de sus tropas junto a Antioquía (613) que terminó en derrota léase en Sebeos, 24,67.
[20] Tabari, 1003.
[21] Nunca hasta este momento se había dibujado con trazos tan épicos una cabalgadura imperial. Corzo, el caballo del emperador, participa del combate, se recuerdan sus heridas, sus arreos, su color. El único precedente lo da el caballo de Cosroes I; los ecos posteriores son los de los heroicos caballos de la caballería medieval. Véase Teófanes, 6118, 318.
[22] En este contexto se tiene que entender el uso que Heraclio hizo de la llamada adivinación bíblica. Heraclio usaba este método para asegurarse una vestidura sagrada en sus decisiones así como para conseguir una total sumisión a las mismas por parte de sus soldados. Ejemplo en Teófanes, 6114,309.
[23] Así por ejemplo, al sufrir sus tropas de gran calor en su travesía a Persia en la primavera de 623, una niebla húmeda, semejante a la que empapa las cumbres de nuestras islas canarias, vino a refrescar al ejército. Heraclio no perdió la oportunidad de mostrar a sus hombres el prodigio y de ponerlo en relación con la protección y acuerdo que Dios mostraba a y ante sus acciones, véase Teófanes, 6114, 308. No debe de ponerse en duda el acontecimiento recogido por Teófanes en esta región del actual Irán noroccidental, cuyas tierras altas superan a menudo los 2.000 m. de altitud, ya que es un fenómeno natural habitual producido por el choque de masas de aire húmedas y calientes provenientes del Mar Caspio y de las tierras bajas, pantanosas y selváticas del Azerbaiján y Manzendarán, con las masas de aire frío de Armenia y el Cáucaso. Otro ejemplo de aprovechamiento de contratiempos lo da el relato de las burlas que los habitantes de Tiflis hicieron a Heraclio y cómo éste las transformó en una señal de victoria relacionada con una profecía bíblica. Bedrosian 1986, 47.
[24] Alusiones a Homero. Directamente en Jorge de Pisidia, De expeditione I, 65-70; dirigiéndose a él y usando sus versos en In Restitutione Crucis 65-75; a Plutarco y a su obra “Vidas paralelas” en Heracliada I, 110-115; a Ptolomeo en De expeditione III, 360-365; a Demóstenes y Apelles en Heracliada I 90 y ss.
[25] Comparaciones con Hércules en Jorge de Pisidia, De expeditione III, 350-355, donde se compara a Heraclio con un nuevo Hércules que derrota a la nueva Hidra, al dragón Cosroes. También en Jorge de Pisidia, Bellum Avaricum 50-60; Heracliada II, 20 25; y comparación entre los trabajos de Hércules y las campañas de Heracles en Heracliada I , 65-90.
[26] Comparación con Escipión en Jorge de Pisidia, Heracliada I, 95-100.
[27] Comparación con Alejandro en Jorge de Pisidia, Heraclida 110-115 y De expeditione III, 50-55; con Ulises en De expeditione III, 450-460; con Perseo en Heracliada II, 15 20 y con Constantino en In Restitutione crucis 60-65.
[28] Jorge de Pisidia, De expeditione, I, 115-120.
[29] Ibídem, I, 85-90

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